Revista Cintilatio
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Lunana, un yak en la escuela (2019) | Crítica

Viajar a la cumbre
Lunana, un yak en la escuela, de Pawo Choyning Dorji
El cineasta butanés Pawo Choyning Dorji expone, en una película sencilla, emotiva y serena, la búsqueda del significado del individuo frente a la esencia y la naturaleza. Un drama íntimo y apacible que encuentra en su franqueza su mayor virtud.
Por David G. Miño x | 25 marzo, 2022 | Tiempo de lectura: 6 minutos

En el año 2020, Bután enviaba a la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos su candidatura para formar parte de la categoría de mejor película internacional, aunque el intento terminaría sin conseguir que la tuvieran en cuenta y siendo descalificada porque, según la Academia, el comité butanés que había designado la película para su participación no era válido1. Tan pequeña es la industria cinematográfica del país, que el director de la obra, Pawo Choyning Dorji, afirma haciendo un poco de retrospectiva que ni siquiera conocían muy bien por aquel entonces el procedimiento requerido para presentar una película a los Óscar1. A pesar de que pudimos acceder a ella por estos lares gracias a la programación del Festival de Gijón en su edición número 58, donde la presentaron dentro de la sección Enfants Terribles, es ahora cuando, afortunadamente y habiendo conseguido que en la edición de este año de los premios de la Academia su pequeño filme saliera victorioso de entre todos los trámites que debía atravesar para ser considerada —y contra todo pronóstico, logrando colarse entre las nominadas, siendo la segunda en la historia del país en intentarlo y la primera en llegar a la fase final— está alcanzando un estatus mucho más merecido en el circuito comercial. Y digo afortunadamente porque Lunana: A Yak in the Classroom (2019) es una pieza muy emocionante, pequeña, pero de grandes valores narrativos: su retrato de la humanidad en su esencia, desprovista de todo artefacto hiperglobalizado, conlleva tenerla en cuenta con la misma entidad que si fuera casi un documental, o un ensayo, tanto por la verdad que desprende como por la sencillez con la que es capaz de trazar su narrativa, en la que la jerarquía emocional que despliega es lineal, sí, pero tan desarmante como primaria, en el buen sentido de la palabra y explicando esto desde su negación de complejidades accesorias para buscar el corazón del espectador.

Porque Lunana: A Yak in the Classroom cuenta una historia universal apoyándose para ello en lo subterráneo, en lo lejano: un profesor que termina sus estudios en la capital de Bután es destinado a la escuela más remota del país —y puede que del mundo—, en un pueblo que cuenta con apenas unas pocas decenas de habitantes y escasísimos recursos tecnológicos, pero que viven con felicidad, con respeto por la naturaleza y con un modo de ver la vida que choca frontalmente con los tics de ciudad del docente, con la hiperconectividad, con las redes sociales y los ritmos de alguien que nunca se las había visto en un lugar en el que la electricidad va y viene según las condiciones meteorológicas y en el que dirigirse al inodoro tiene bastante menos glamur del acostumbrado y esperado. La verdad es que, pese a todo, la película de Pawo Choyning Dorji es un pequeño regalo fílmico precisamente porque no juega cartas inventadas ni traduce sus premisas para que sean entendidas por el espectador occidental: el formato de descubrimiento en el que el profesor va penetrando poco a poco en una cultura que desconoce puede formar parte, casi sin querer, de determinada manera de un «camino del héroe», de una travesía de conexión con la naturaleza y, sobre todo, las personas. En realidad, y teniendo en cuenta que los valores cinematográficos son inusualmente sencillos —se rodó en localización alimentando las cámaras con baterías solares y con la casi totalidad de los lugareños actuando a modo de intérpretes, la mayoría viendo una cámara por vez primera. Incluso tuvieron que disponer de setenta y cinco mulas y burros para llevar los paneles solares, baterías y víveres hasta la zona de rodaje durante un viaje a pie de ocho días, ya que es un emplazamiento al que no llegan las carreteras2—, Lunana: A Yak in the Classroom no es esa película que uno viene a diseccionar en lo intelectual, sino que ha de explorarse en primera persona, entrando en su alma y su mirada cálida sin pretender deconstruir sus entresijos, tan inocentes y benignos como absolutamente arrebatadores.

Una película amable y cristalina, conmovedora y cándida, de inusitada embestida emocional y búsqueda de la médula del ser humano.

Con esas imágenes de las montañas nevadas, esas alusiones al calentamiento global, esas canciones tradicionales con las que consigue fusionar en un mismo momento el choque cultural entre lo antiguo y lo nuevo, en el que convive todo un mundo de matices guiado únicamente por el afán de entrar en comunión con lo terrenal y lo espiritual desde lo físico y que atesora importantes lecciones sobre la superficialidad de un mundo que damos por sentado, la película revela una brújula intelectual que, al contrario que en otras tantas producciones, sabe acceder a la razón desde la presión emocional, conectar los polos de lo que hemos olvidado con las generaciones acerca de la conexión individual y el significado profundo de lo social a través de un enlace que marida lo existencial con lo mundano. Y siempre desde la posición opuesta a la condescendencia, con largos planos de personas que viven y personas que están ahí, pese a lo recóndito de su lugar de pertenencia, contra planos de personas que dudan y personas que sueñan con otros sitios, pese a tener las posibilidades mucho más cerca y accesibles. De este modo, Pawo Choyning Dorji se las ingenia para trasladar lo local hacia lo universal, convirtiendo a los carismáticos habitantes de Lunana en protagonistas incidentales de una ficción-no-ficción amplia como la propia vida: la música, la vocación y los yaks como elemento catártico con el que conectar con la propia tierra adquieren una dimensión amplia pese a la constricción de estilo, y es gracias a esos rostros y ese modo de encuadrarlos, respetuoso y al que se le intuye una admiración sincera, que tiene la capacidad de transformar la simpleza en virtuosismo narrativo, sin medias tintas ni búsquedas subrepticias de mensaje. Lunana: A Yak in the Classroom es una película amable y cristalina, conmovedora y cándida, de inusitada embestida emocional y rodeada de un trasfondo de responsabilidad ecológica y humana de primer orden, de búsqueda de la médula del ser humano. Y eso es algo que nunca acabamos de aprender lo suficiente.


  1. Agencia Efe. (2022, 1 marzo). Bután se abre al mundo en los Óscar de la mano de un director novel. www.efe.com. https://www.efe.com/efe/espana/cultura/butan-se-abre-al-mundo-en-los-oscar-de-la-mano-un-director-novel/10005-4750449[][]
  2. Wong, Silvia (2022, 26 enero). The long road to success for ‘Lunana: A Yak In The Classroom’: “Bhutan was not an option on the Academy list”. Screen Daily. https://www.screendaily.com/features/the-long-road-to-success-for-lunana-a-yak-in-the-classroom-bhutan-was-not-an-option-on-the-academy-list/5166907.article[]