Los que se quedan
Una carta de amor a la masculinidad

País: Estados Unidos
Año: 2023
Dirección: Alexander Payne
Guion: David Hemingson
Título original: The Holdovers
Género: Comedia. Drama
Productora: CAA Media Finance
Fotografía: Eigil Bryld
Edición: Kevin Tent
Música: Mark Orton
Reparto: Paul Giamatti, Dominic Sessa, Da'Vine Joy Randolph, Carrie Preston, Gillian Vigman, Tate Donovan, Michael Malvesti, Pamela Jayne Morgan, Greg Chopoorian, Dustin Tucker
Duración: 133 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2023
Dirección: Alexander Payne
Guion: David Hemingson
Título original: The Holdovers
Género: Comedia. Drama
Productora: CAA Media Finance
Fotografía: Eigil Bryld
Edición: Kevin Tent
Música: Mark Orton
Reparto: Paul Giamatti, Dominic Sessa, Da'Vine Joy Randolph, Carrie Preston, Gillian Vigman, Tate Donovan, Michael Malvesti, Pamela Jayne Morgan, Greg Chopoorian, Dustin Tucker
Duración: 133 minutos

El estadounidense Alexander Payne nos ofrece una historia de tintes paternofiliales que, con un magnífico guion de David Hemingson, brilla tanto por su profundidad narrativa como por el gran trabajo de sus interpretes.

Dentro del género del drama existe un subgénero que todos conocemos bastante bien: el de profesores que se encuentran con un alumno con alguna clase de problemática e inician una relación entrañable en la que ambas partes aprenden algo. El subgénero ha tenido numerosas reinterpretaciones, desde películas que representan a profesores poco ortodoxos y que inspiran a los jóvenes a romper con las normas y descubrirse a sí mismos, como en el caso de El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989); hasta mentores puteros, bebedores y exmilitares que le dan a los jóvenes lecciones no menos necesarias como la forma de bailar un buen tango, la importancia de mantenerse firme ante una autoridad abusiva y no romper los principios propios y otras nociones más propias del cholismo que de un aula, como en el caso de Esencia de mujer (Martin Brest, 1992). Pero las reinterpretaciones de este tipo de historia son incontables, desde Escuela de rock (Richard Linklater, 2003) hasta La Lengua de las mariposas (Jose Luis Cuerda, 1999) pasando por Profesor Lazhar (Philippe Falardeau, 2011) o por supuesto El indomable Will Hunting (Gus Van Sant, 1997). Incluso ha habido quien ha tratado de deconstruirlo, como en el caso de Whiplash (Damien Chazelle, 2014), en el que el profesor es un psicópata, o en La ola (Dennis Gansel, 2008), en la que accidentalmente el docente termina convirtiendo a sus estudiantes en nazis. Los que se quedan (Alexander Payne, 2023) es un retorno a la esencia de ese género y lo que es más importante, un redescubrimiento de lo que lo hizo relevante en un inicio.

La película nos cuenta la historia de Paul, un profesor de historia antigua de un prestigioso colegio interno estadounidense en los setenta que se ve obligado a pasar las navidades en su centro de trabajo junto con Angus, un estudiante díscolo pero capaz, y Mary, la cocinera. Si bien la convivencia se hace, durante los primeros días, profundamente complicada a causa del carácter estricto del profesor, a medida que pasan los días ambos hombres comenzarán a intimar y a consolidar una sorprendente amistad. Cuando Paul descubre el complicado ambiente familiar que Angus tiene en su hogar, el viejo profesor se convertirá en una suerte de figura paterna para Angus a la vez que el joven le hace reflexionar sobre sus decisiones pasadas.

Las películas que tratan el tema de las relaciones entre profesores y alumnos tienen dos características básicas. Por un lado, los dos personajes que las componen habitualmente están separados por una diferencia de edad bastante grande, siempre de treinta años o más, lo que hace que no estemos solo ante un profesor y un alumno, sino ante dos hombres de generaciones (y por lo tanto, valores y etapas de la vida) diferentes; mientras que por otro, suelen ser películas eminentemente masculinas (lo cual no significa que no existan personajes femeninos, sino que el núcleo principal de la historia orbita en torno a la relación entre dos personajes masculinos). No hace falta ser un lince para darse cuenta de que la relación entre ambos personajes que vemos en esta clase de cintas son, esencialmente, relaciones paternofiliales. Mientras que el profesor ocupa el rol de un padre (generalmente ausente por uno u otro motivo) el estudiante suele representar al hijo que este profesor nunca ha tenido, y que se convierte en el depositario de todos sus conocimientos. Así, mientras el personaje del profesor ayuda al alumno a transicionar a la vida adulta y pasar de niño a hombre, el personaje del alumno invita al profesor a replantearse sus decisiones del pasado.

El gran atractivo de la cinta es lo bien escrita que está la dinámica paternofilial entre sus dos protagonistas.

Los que se quedan es la máxima expresión de la filosofía que existe detrás de este género. En lugar de tratar de reinventar el molde, Payne prefiere ejecutarlo de la forma más purista posible, lo cual se plasma en el acierto y la delicadeza con la que sus personajes están escritos. Por un lado, Paul, el viejo profesor cascarrabias, se revela a lo largo de los minutos como un ser humano profundamente tridimensional que carga con una profunda losa perteneciente a su pasado que le impide avanzar en la vida y no es hasta que choca con Angus y empieza a desarrollar un rol paternal que se abre emocionalmente y encara, por primera vez, todos los fantasmas y remordimientos de su pasado para poder dejarlos atrás y evolucionar como ser humano. Por otro lado, Angus encuentra en Paul un referente paterno que le ayuda a madurar y que se convierte en una persona con la que puede no solo compartir sus emociones, sino de quien aprende también como canalizarlas y comprenderlas. A estos dos personajes hay que añadir un tercero, secundario solo sobre el papel pero tan relevante para la historia como el dúo protagonista, que no es otro que Mary, la cocinera del colegio, que ocupará una suerte de rol materno dentro de la relación paternofilial de ambos personajes, ayudando por un lado a Paul a comprender que la mejor forma de lidiar con Angus no siempre es la mano dura, sino también la comprensión y compasión, y por otro brindando a Angus la complicidad que no siempre encuentra en otras figuras adultas. A todo ello ha de añadirse que dicho personaje incorpora, además, su propia subtrama a través de la cual se exploran temas tan complejos como el duelo por la pérdida de un ser querido o el choque de clases en la sociedad estadounidense.

Una historia entrañable con personajes muy humanos y profundos que, escena a escena, se ganan un hueco en el corazón del espectador.

La magia de la película radica esencialmente en lo bien que Payne entiende tanto a sus personajes (y la relación entre ellos) como al propio género. Las películas sobre profesores que adquieren roles paternofiliales con alumnos es un fenómeno que surge hacia los años ochenta. Con anterioridad, las películas que podían parecerse a este subgénero, como Centauros del desierto (John Ford, 1956) no servían para mostrar relaciones paternofiliales (de hecho la relación entre el personaje joven y el adulto podía llegar a ser bastante hostil) sino para contraponer dos visiones del mundo diametralmente opuesta y confrontar personalidades diferentes. No es hasta los años ochenta cuando las películas que mezclan a un adolescente con un hombre maduro adquieren un tono paternofilial y empiezan a girar entorno a la importancia para el personaje más joven de la influencia del mayor a la hora de transicionar a la edad adulta. Y no es para nada casualidad que este cine sea fruto de dicha época.

La película nos presenta un trío actoral absolutamente sublime.

En los años ochenta, Estados Unidos está todavía procesando las consecuencias de muchos de los cambios sociales y económicos de los años sesenta y setenta, caracterizados por fenómenos como el movimiento hippie, el feminismo de la segunda ola o la influencia de Mayo del 68 en la política norteamericana por un lado, o el aumento del consumo de drogas y la criminalidad de los años setenta o la crisis económica del petróleo por el otro. Una de estas consecuencias fue el aumento exponencial a partir de esta época de hogares monoparentales y de jóvenes criados por madres solteras que, a diferencia de generaciones anteriores, carecían de referentes masculinos en sus hogares, por no hablar de las incógnitas que para toda una generación de jóvenes supuso el aumento de este tipo de hogares monoparentales, ya que, sin pretender hacer ningún juicio de valor, y siendo consciente de la existencia de casos particulares que desafían el patrón general, numerosos datos han confirmado que los jóvenes criados en estos hogares monoparentales tienden a ser más proclives a tener problemas de salud mental o cometer delitos que aquellos criados en hogares biparentales12. El testigo de este trauma generacional al que los cada vez más numerosos jóvenes criados sin una figura paterna en sus vidas han de enfrentarse es recogido por el cine, que crea como respuesta a este fenómeno sociológico un prototipo de película en el que la generación «sin padre» de jóvenes estadounidenses de los años setenta, ochenta y noventa se plasma en estos personajes, jóvenes que carecen de una figura masculina adulta que haga las funciones de padre en sus vidas, y profesores que ocupan ese rol y llenan ese vacío de referentes masculinos. Personajes como John Keating o el teniente coronel Frank Slade se convierten así, a través del cine, en una suerte de figuras paternas metafóricas de una generación de jóvenes criados sin sus padres.

Payne entiende a sus personajes como seres humanos completos, pero a la vez también como sutiles alegorías de dos épocas diferentes: por un lado Paul, el viejo profesor criado en unos valores de la vieja escuela que idealiza cosas como el conocimiento de la historia, la buena educación o la disciplina, cada vez más irrelevantes en un mundo en permanente transformación; y por el otro Angus, hijo de una nueva generación más preocupada por fenómenos contemporáneos como la cultura pop o la Guerra de Vietnam, que coquetea con el consumo de drogas, y que ha sido privado por la sociedad a lo largo de su vida de todas las figuras paternas que ha conocido. En primer lugar su padre biológico, encerrado en un manicomio a causa de un problema de salud mental, y por otro lado su padrastro, un hombre que no le muestra el mínimo afecto y solo desea deshacerse de él mandándolo o bien a un internado o incluso a la guerra. Y, ante esta ausencia de figuras masculinas de referencia en su vida, es su profesor, Paul, quien ocupa esa responsabilidad, ayudando a Angus a madurar y a convertirse en la mejor versión posible de sí mismo a través de una relación absolutamente entrañable y de tintes siempre paternofiliales en la que Paul le da a Angus una serie de lecciones de vida imprescindibles pero que ninguna otra figura le ha dado hasta entonces. Esta dinámica culmina en el último acto, el cual no destriparemos, pero en el que Paul termina haciendo un sacrificio personal bastante grande para proteger a Angus en una muestra de amor y protección paternal que no ha recibido en toda su vida hasta ese momento (ni de su padre biológico porque su salud mental se lo impide ni de su padrastro porque carece de voluntad para ello) y que no hace sino dejar de manifiesto la importancia de estos roles para la juventud.

Payne apuesta por una puesta en escena vintage que encaja a la perfección con la historia que nos cuenta.

Ni que decir tiene que nada de esto sería posible sin las interpretaciones de un elenco en absoluto estado de gracia. Poco podemos añadir a lo que ya se ha dicho sobre Paul Giamatti, sin duda uno de los grandes actores de su generación y que añade una muesca más a su culata de interpretaciones absolutamente magistrales. Pero sus dos compañeros de reparto se merecen no menos elogios. Da’Vine Joy Randolph logra un trabajo totalmente excepcional interpretando a una mujer que ha perdido a su hijo en la guerra y que está atravesando por las diferentes etapas del duelo, pero que a la vez tiene el instinto de ayudar a aquellos que la rodean incluso si su vida se cae a trozos, siempre dotando a su personaje de innumerables sutilezas que alejan su interpretación de lo excesivo para en su lugar hacerla desgarradoramente realista. Y por supuesto no podemos olvidarnos del debutante Dominic Sessa, un joven actor que muestra tener la intuición de las grandes estrellas de la interpretación, sabiendo comunicar con sus gestos, sus miradas y sus silencios igual o más que con los diálogos y al que, sin duda ninguna, auguramos un prometedor futuro.

Pero ninguna de estas tres interpretaciones sería posible si no fuera por el excelente guion de David Hemingson, un texto lleno de matices que sabe dar a cada personaje una profundidad que lo hace irresistible a ojos del espectador para terminar construyendo una historia tan completa como original, clásica y sorprendente a la vez. De un nivel no menos refinado es la dirección de Alexander Payne, el cual recurre a un regreso a la estética vintage, lo cual incluye una corrección de color reminiscente de las películas rodadas en los sesenta, pero también una puesta en escena elegantemente clásica, con planos largos pero dinámicos gracias al movimiento de la cámara (paneos especialmente) y en especial de los actores, evitando abusar del recursos manidos como el tradicional plano y contraplano para en su lugar buscar composiciones más interesantes, con varios personajes en panta al mismo tiempo y jugando con el blocaje de actores en una muestra de libro de cómo dirigir con un estilo muy personal pero, a la vez, supeditar dicho estilo a las necesidades de la historia que se quiere contar y hacer que ambos, estilo y substancia, trabajen al unísono en lugar de uno contra el otro. En el caso de la película que hoy nos ocupa, el retorno a este estilo clásico logra un doble efecto, por un lado, ubicar la cinta en el periodo cronológico en que tiene lugar la narración y, por el otro, dotar a toda la experiencia de una sensación de nostalgia que ayuda a remitir, nuevamente, a la temática de relaciones paternofiliales que tanto impregna a la película.

La masculinidad no tiene nada que ver con coches rápidos o abdominales marcados (eso es un cuento que se inventó alguna agencia de marketing para vender más cigarrillos), sino con cosas más importantes, como por ejemplo, la paternidad. Películas como Los que se quedan (al igual que otras muchas similares con anterioridad) le hablan a una generación que ha sido privada de estos referentes en sus vidas y el director Alexander Payne encuentra la solución a los problemas derivados de la ausencia de figuras masculinas no fuera de la masculinidad sino dentro de ella, mostrando la influencia enormemente positiva que un rol paterno puede tener en un joven para enseñarle a crecer como persona. Pero además lo hace a través de una historia totalmente entrañable con personajes muy humanos y profundos que, escena a escena, se ganan un hueco en el corazón del espectador.


  1. Ramírez, F. B., Misol, R. C., Del Carmen Fernández Alonso, M., & Tizón, J. L. (2022). Prevención de los trastornos de la salud mental. Hijos de familias monoparentales. Atención Primaria, 54, 102445. https://doi.org/10.1016/j.aprim.2022.102445[]
  2. Kroese, J., Bernasco, W., Liefbroer, A. C., & Rouwendal, J. (2021). Single-Parent Families and Adolescent Crime: Unpacking the role of parental separation, parental decease, and being born to a Single-Parent Family. Journal of Developmental and Life-Course Criminology, 7(4), 596-622. https://doi.org/10.1007/s40865-021-00183-7[]
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