Revista Cintilatio
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Los ojos de Tammy Faye (2021) | Crítica

Del naufragio y lo que quedó
Los ojos de Tammy Faye, de Michael Showalter
Una película divertida, carismática, amena y fulminante que, bajo la dirección de Michael Showalter y la descomunal interpretación de Jessica Chastain recuerda a una mujer única que no lo tuvo fácil para ser ella misma en un mundo desconcertante.
San Sebastián | Por David G. Miño x | 24 septiembre, 2021 | Tiempo de lectura: 4 minutos

La mirada, el elemento definitorio. Tammy Faye fue una telepredicadora de inmenso carisma que, en las décadas de los setenta y ochenta, levantó de la nada, junto a su marido Jim Bakker un imperio de cadenas televisivas religiosas que se convirtió en un éxito masivo. Ella cantaba, llegaba a los niños y a los adultos, adoptaba una postura abierta con respecto a la homosexualidad —ni que decir tiene que esto iba absolutamente contracorriente de las ideas de su gremio— y poseía una personalidad tan exagerada e histriónica como magnética: era imposible no caer ante su embrujo, aunque fuera para hablar mal de ella, o para hacer escarnio de su voz. Protagonizaba cada conversación, cada cotilleo, mientras siempre decía que las cosas se «acabarían cuando se tuvieran que acabar». Los ojos, los de las pestañas imposibles, esa era su arma. Y su voz. Jessica Chastain levanta la película ella sola con una interpretación arriesgada, porque el carácter de Tammy Faye y su forma de moverse lo era: no deja nada al azar mientras suelta esa risa casi infantil, o deja salir el temblor de su voz, de por sí modulada hasta convertirse en casi irreconocible. Si algo es Los ojos de Tammy Faye (Michael Showalter, 2021) es una aproximación muy en clave Hollywood al fenómeno de una personalidad irrepetible, de la que podemos extraer no pocos momentos memorables y la interpretación descomunal de una actriz a la que nada le queda grande, pero también cierto blanqueamiento de la historia real, sobre todo en lo referente al marido de la protagonista —incluso fue acusado de violación, hecho que es pasado completamente por alto— y el alcance real de la trama de corrupción.

Una película a veces excesiva, pero nunca trivial, capaz de conectar, de reivindicar y de recordar una figura, ahora sí, inmortal.

La mirada de Jessica Chastain.

Los ojos de Tammy Faye es atrayente, y sobre todo, funcional y divertida. Michael Showalter no da puntada sin hilo mientras deja todo el protagonismo de la película a los hechos. Aunque la narración se acelera y se ralentiza no siempre donde cabría esperar —demasiado imperio televisivo y poco drama personal—, deja espacio para que los personajes se muevan con cierta soltura mientras va tocando los puntos clave de esta historia de auge y caída, que pone en su debido contexto una infancia y una vejez que resuenan con el ciclo vital de una Tammy Faye que Jessica Chastain sabe convertir durante todo el metraje en un animal herido, un cervatillo perseguido de buenas intenciones que se ha metido en un sitio lleno de cazadores. La peor parte viene cuando Los ojos de Tammy Faye se convierte demasiado en un biopic al uso, con sus concesiones al espectador y su fan service, sus momentos para aplaudir y sus antagonistas demasiado unidimensionales y odiosos: Andrew Garfield hace un gran trabajo como Jim Bakker y escapa alegremente de la caricatura, algo que no podemos decir con el mismo entusiasmo del personaje de Vincent D’Onofrio, que logra sacar una interesante interpretación de un rol que sobre el papel es un villano tan abierto y frontal que desluce determinados giros y tomas de decisiones. Inconsistencias aparte y una vez hayamos superado el regusto hollywoodiense que la película deja desde su primer plano, la película de Michael Showalter explora con eficiencia el negocio del cristianismo como instrumento de ventas y se aleja de otras películas biográficas mucho más caricaturescas y llenas de tics interpretativos como Judy (Rupert Goold, 2019). Los ojos, los de Tammy Faye, o los de Jessica Chastain, que viene siendo lo mismo, se clavan como puñales en el recuerdo de una mujer mucho más intensa y cautivadora de lo que la historia la recuerda. Una película a veces excesiva, pero nunca trivial, capaz de conectar, de reivindicar y de recordar una figura, ahora sí, inmortal.