Lo que esconde Silver Lake
¿Y si las teorías conspirativas fueran ciertas?
• País: Estados Unidos
• Año: 2018
• Dirección: David Robert Mitchell
• Guion: David Robert Mitchell
• Título original: Under the Silver Lake
• Género: Intriga. Thriller. Drama
• Productora: Michael De Luca Productions, Stay Gold Features, Vendian Entertainment, Good Fear Content, PASTEL, UnLTD Productions, Salem Street Entertainment, Boo Pictures, P2 Films
• Fotografía: Mike Gioulakis
• Edición: Julio C. Perez IV
• Música: Rich Vreeland
• Reparto: Andrew Garfield, Riley Keough, Callie Hernandez, Topher Grace, Jimmi Simpson, Riki Lindhome, Summer Bishil, Zosia Mamet, Patrick Fischler, Laura-Leigh
• Duración: 140 minutos
• País: Estados Unidos
• Año: 2018
• Dirección: David Robert Mitchell
• Guion: David Robert Mitchell
• Título original: Under the Silver Lake
• Género: Intriga. Thriller. Drama
• Productora: Michael De Luca Productions, Stay Gold Features, Vendian Entertainment, Good Fear Content, PASTEL, UnLTD Productions, Salem Street Entertainment, Boo Pictures, P2 Films
• Fotografía: Mike Gioulakis
• Edición: Julio C. Perez IV
• Música: Rich Vreeland
• Reparto: Andrew Garfield, Riley Keough, Callie Hernandez, Topher Grace, Jimmi Simpson, Riki Lindhome, Summer Bishil, Zosia Mamet, Patrick Fischler, Laura-Leigh
• Duración: 140 minutos
A través de un sutil surrealismo y un guion enigmático, la película de David Robert Mitchell usa el lenguaje de las teorías de la conspiración y las leyendas urbanas para explorar cuestiones como la vacuidad de la cultura pop o lo elusivo de la verdad.
¿Cree usted en alguna teoría conspirativa? Si su respuesta ha sido no, le invito a recapacitar. Es lógico pensar que teorías como que la tierra es plana o que la llegada a la luna se rodó en un estudio son absurdas, pero cuando toca aceptar las verdades oficiales en cosas como el asesinato de JFK, la cosa cambia. Por su naturaleza, las teorías de la conspiración caminan por una delgada línea entre lo real y lo imaginario que hace igual de difícil aceptarlas plenamente que rechazarlas por completo. Puede que Monsanto no use chemtrails para controlar la agricultura, pero si es cierto que algunas de sus semillas liberan ciertos agentes químicos en la tierra que la hace inutilizable para cualquier producto salvo para los de la propia empresa. Puede que Qanon proponga algunas ideas disparatadas sobre cultos satánicos o sacrificios humanos, pero incluso las cejas más escépticas se levantan al contemplar la lista de amigos de Epstein. Ninguna vacuna va a inocular microchips, pero el exceso de mortalidad documentado en 2022 es más sospechoso de lo que varios ministros de sanidad querrían admitir, y el 5G no va a causar que nadie adquiera propiedades magnéticas, pero si va a facilitar la vigilancia digital de la ciudadanía (como ya ocurre en países como China), cosa que a ojos de un servidor es bastante más preocupante. En otras palabras, vivimos en un mundo en el que la verdad es cada vez más elusiva, y con la llegada de las redes sociales, el problema no se ha empequeñecido precisamente sino que, en todo caso, se ha convertido en una de las grandes inquietudes de la sociedad actual, y es precisamente esa inquietud la que recoge la película Lo que esconde Silver Lake (David Robert Mitchell, 2018).
La película nos cuenta la historia de Sam, un joven desempleado de Los Ángeles que pasa su día a día consumiendo drogas, jugando a videojuegos y descifrando presuntos mensajes secretos en películas y canciones pop al tiempo que se obsesiona con su atractiva vecina Sarah, una aspirante a actriz que vive en su mismo complejo de apartamentos. Una noche, ambos entablan una conversación que parece preludiar una prometedora relación sentimental, sin embargo, a la mañana siguiente Sam descubre que Sarah ha desaparecido. Cuando Sam comienza a investigar sobre el paradero de su antigua vecina, comienza a descubrir una conspiración que implica la desaparición de numerosas mujeres jóvenes y la muerte de hombres enormemente adinerados, al tiempo que descubre pistas sobre dicho misterio ocultas en diferentes obras audiovisuales y leyendas urbanas a lo largo de generaciones que tendrá que desentrañar para tener una oportunidad de recuperar a Sarah, al tiempo que descubre una conspiración que atañe a la cultura pop de las últimas décadas y su uso por parte de las élites económicas para trasladar mensajes subliminales a la población.
Toda la película está impregnada por un tono surrealista que acrecenta la sensación de irrealidad del mundo que se nos muestra.
Lo que esconde Silver Lake no es, en absoluto, una película fácil de desentrañar y requiere ser visionada partiendo de que estamos ante una cinta que, en muchos aspectos, ha de ser entendida como alegórica. Sam es una metáfora del hombre joven promedio de la ya adulta generación millennial, un joven criado en un hogar monoparental y por lo tanto carente de referentes familiares (y particularmente masculinos) sólidos los cuales han sido sustituidos por la cultura pop (música mainstream, cómics, videojuegos, películas de Hollywood), lo cual ha provocado un alargamiento artificial del estilo de vida infantil y, en consecuencia, el retraso o desaparición de los hitos propios de la edad adulta (formación de una familia, estabilidad laboral, etc.) así como el subdesarrollo absoluto de la inteligencia emocional. En otras palabras, un joven criado más por la televisión que por sus padres y que en consecuencia se ha quedado estancado en un estado casi adolescente. Sarah no se diferencia en gran medida de él, representando la versión femenina del mismo fenómeno generacional, una joven criada en los mensajes recibidos a través de medios de comunicación y redes sociales que han alimentado un sutil narcisismo en el que los hitos propios de la edad adulta (como puede ser la maternidad o el logro de ciertos objetivos personales o laborales) se han visto sustituidos por la hipersexualidad y el consumismo. Juntos, representan a la perfección al ciudadano ideal del siglo XXI, una persona cuya identidad humana es totalmente dependiente de la sociedad de consumo, los medios de comunicación y el entretenimiento de masas, que ha renunciado a los triunfos y sacrificios inherentes a la edad adulta a cambio de prorrogar su adolescencia.
Funciona, a su manera, como una teoría de la conspiración. Bajo toda la capa de fantasía, ficción y opiniones subjetivas existe, aunque sea a nivel conceptual, un sustrato de verdad.
Sam se muestra desde el primer momento como un niño adulto, incapaz de pagar el alquiler, mantener una relación romántica estable o desarrollar una personalidad asertiva. Todas esas capacidades han sido cercenadas debido a que su transformación en un adulto ha sido dirigida por una sociedad y una cultura pop que no ha buscado el transformarle en un hombre autónomo capaz de valerse por sí mismo, sino en un eterno consumidor, en un esclavo intelectual y espiritual del sistema subdesarrollado emocionalmente. Sarah, por otro lado, simboliza para Sam la oportunidad de dejar ese mundo atrás, de pasar de ser un niño a un hombre. Puede decirse que Sam no está tan interesado en Sarah como en la idea de Sarah. Cuando ella desaparece y pistas sobre su paradero comienzan a aparecer en canciones pop, videojuegos o películas, comienza en el protagonista una voluntad irrefrenable por revelarse contra el mismo sistema que le ha robado su capacidad para llegar a ser una versión plena de sí mismo.
A lo largo de toda la cinta se examina el impacto de la cultura pop en la generación millennial.
Pero la película no se queda ahí, y además de la crítica generacional, también examina el mundo que ha engendrado a dicha generación. Decía Gustavo Bueno en su obra El mito de la cultura que la cultura en sí misma no es más que la estructura inmaterial creada por las clases dominantes para imponer su ideología. Es así en la Francia revolucionaria, en la Alemania del s. XIX, en la Unión Soviética o en los Estados Unidos durante el s. XX. En ese contexto, la cultura pop contemporánea no es la excepción, y ha de ser entendida como el intento por parte de las élites económicas occidentales de crear una sociedad de varones en permanente estado infantil y mujeres en perpetua adolescencia, cuya identidad, opiniones e ideologías sean lo suficientemente maleables como para que puedan ser constantemente modificadas a través de los medios de comunicación y entretenimiento y que en general sean incapaces de oponerse o incluso dependan del consumismo constante y de una cultura totalmente mercantilizada que ya no busca usar el arte para engrandecer el espíritu humano sino para monetizarlo.
A medida que Sam tira del hilo, la película no evita soltar ideas provocadoras e incluso incendiarias, descubriendo el protagonista una trama que parece acumular todas las teorías de la conspiración que circulan por internet y que le lleva a descubrir, entre otras cosas, que todos los grandes éxitos musicales de los últimos cincuenta años han sido compuestos por la misma persona, un compositor que cobraba de una organización secreta para introducir en ellas mensajes subliminales, que el rey de los mendigos (una popular leyenda urbana estadounidense) existe realmente y controla una red subterránea que se extiende por todo el país o que seres mitológicos como la mujer lechuza son reales. Ha de interpretarse esto como la búsqueda por parte de Sam de la verdad, no una verdad en concreto mas la verdad como realidad abstracta y elusiva, como su necesidad por descubrir quién maneja el mundo tras la cortina.
El director, consciente de la historia que está contando, mantiene su cinta siempre cercana a las coordenadas del surrealismo, haciendo siempre complicado para el espectador el comprender si lo que se ve en pantalla es real o fruto de la imaginación del protagonista. Es aquí donde ha de destacarse el trabajo de Garfield encarnando a un joven en permanente búsqueda de visibilidad en una sociedad que parece diseñada para fagocitar al individuo. Todos los factores de la dirección, desde la paleta de colores hasta la puesta en escena, parecen diseñados para mantener la película al filo del realismo, casi como representando un mundo que trata de hacerse pasar por real pero oculta algo irreal a cada esquina, abriendo la puerta al espectador para dudar sobre su verosimilitud. En ocasiones, el ritmo de la cinta se resiente y los meandros narrativos por los que nos lleva el guion terminan lastrando el conjunto, pero la película logra mantener en todo momento la coherencia tonal y temática, lo cual se termina convirtiendo en su gran baza.
Usando el léxico de las teorías de la conspiración, Garfield captura a la perfección la crisis existencial de su generación.
Pero es imposible hablar de la película sin dedicar unas palabras a su conclusión (spoilers a partir de este punto). Cuando llegamos al final, Sam descubre la verdad sobre la desaparición de Sarah y de otras mujeres jóvenes. Desde hace siglos, y emulando al los faraones egipcios, los hombres más ricos y poderosos del mundo han estado fingiendo sus muertes para encerrarse en grandes cámaras subterráneas selladas y acompañados de atractivas mujeres jóvenes así como de enormes riquezas y abundante comida y bebida, aguardando a la muerte entre festines y orgías con la esperanza de que esta suerte de ritual les garantice la vida eterna en el tránsito al más allá. Sam logra contactar con Sarah quien, aunque dubitativa, le confirma que entró en el búnker voluntariamente. Si bien un tanto valleinclanesco, estamos ante un final muy interesante que refuerza la tesis planteada por el director durante toda la película. Es en ese momento cuando se entiende el funcionamiento del mundo que David Robert Mitchell plantea. Los mensajes subliminales implantados por las élites económicas en los productos culturales mainstream son una herramienta de control social que busca alienar a la población de acuerdo a sus intereses, conseguir que mujeres jóvenes e hipergámicas formen parte de sus harenes y que los varones hiperinfantilizados no sean capaces de articular una amenaza seria a su sistema de poder. Puede que el desenlace que la película propone sea un tanto irreal, pero las ideas que propone a través de dicho desenlace son de todo menos irreales.
Al inicio del presente texto, preguntamos al lector si creía en las teorías de la conspiración. Lo que esconde Silver Lake funciona, a su manera, como una teoría de la conspiración por sí misma. Aprehende unas cuantas ideas razonablemente reales, las mezcla con otras totalmente irreales, y las encaja dentro de su propia narrativa para facilitar su comprensión por parte de la audiencia. Y al igual que en (algunas) teorías conspirativas, bajo toda la capa de fantasía, ficción y opiniones subjetivas existe, aunque sea a nivel conceptual, un sustrato de verdad que es lo que, en último término hace que todo el conjunto se sostenga.