Licorice Pizza
El olor del celuloide

País: Estados Unidos
Año: 2021
Dirección: Paul Thomas Anderson
Guion: Paul Thomas Anderson
Título original: Licorice Pizza
Género: Comedia, Drama, Romance
Productora: Ghoulardi Film Company, Bron Studios, Focus Features
Fotografía: Paul Thomas Anderson, Michael Bauman
Edición: Andy Jurgensen
Música: Jonny Greenwood
Reparto: Alana Haim, Cooper Hoffman, Sean Penn, Tom Waits, Bradley Cooper, Ben Safdie, Maya Rudolph, Joseph Cross, Emma Dumont, Skyler Gisondo, Mary Elizabeth Ellis, Emily Althaus, Anthony Molinari
Duración: 133 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2021
Dirección: Paul Thomas Anderson
Guion: Paul Thomas Anderson
Título original: Licorice Pizza
Género: Comedia, Drama, Romance
Productora: Ghoulardi Film Company, Bron Studios, Focus Features
Fotografía: Paul Thomas Anderson, Michael Bauman
Edición: Andy Jurgensen
Música: Jonny Greenwood
Reparto: Alana Haim, Cooper Hoffman, Sean Penn, Tom Waits, Bradley Cooper, Ben Safdie, Maya Rudolph, Joseph Cross, Emma Dumont, Skyler Gisondo, Mary Elizabeth Ellis, Emily Althaus, Anthony Molinari
Duración: 133 minutos

La película de Paul Thomas Anderson está plagada de olores muy concretos emanados de un casting de apariencia corriente pero espíritu desatado, una narración basada en la anécdota simpática y una selección musical impecable y muy personal.

¿Sabéis eso de cuando uno pasa por delante de una panadería abierta? ¿O cuando te compras un libro nuevo? Tal vez os sean más familiares las ventanillas bajadas en una gasolinera. O quizá la experiencia de acercarse al paseo marítimo después de meses sin ver el océano. El olfato es el sentido que tiene la mayor capacidad de evocar recuerdos. Y lo hace de una manera muy singular, porque si bien es posible que en un primer instante no identifiquemos la fragancia con los jazmines de los que proviene, eso no le impide a tu cerebro traer de vuelta la tienda de una amiga con la que perdiste el contacto, la primavera aquella en la que te decidiste, por fin, a hacer ejercicio, o el funeral de ese ser querido que se fue, como muchos otros, antes de lo previsto. Hoy por hoy y hasta lo que sabemos, las películas no se pueden oler. Una verdadera lástima. Porque todo ese poder evocador queda en desuso en un arte que, como los otros realmente, vive de despertar sensaciones, emociones o recuerdos en los que lo degustan. Y, por otro lado, aunque se pudieran rociar litros de perfume a los espectadores durante una proyección, esto, como decíamos antes, no les evocaría a todos lo mismo.

Paul Thomas Anderson, que en lo de ser espabilado y atento ya tiene cierta experiencia, no renuncia a este magnifico poder, a base de usarlo justamente al revés. Escoge una etapa clave de la vida, la recrea hasta el más mínimo detalle, llega a su núcleo a través de una narración meditada y de repente, sin avisar, aparecen los olores: la espuma de afeitar, el vestido recién sacado de la tintorería, la cocina de tu abuela, el sudor de los gimnasios, el humo del primer cigarro, las oficinas que se dignaron a contratarte. El olor a cerrado de tu casa. El perfume que llevaba aquella noche. Semejante milagro solo es explicable en parte porque el resto goza de ser el misterio que los caracteriza. Aun así y puestos a abrir algo de luz en este fenómeno, diremos que Licorice Pizza (2021), la nueva cinta de Paul Thomas Anderson, está plagada de olores y esto se debe mayormente a su elenco protagonista: Alana Haim y Cooper Hoffman. Demasiado adultos para jugar con los niños y demasiado infantes para comprometerse como adultos. Con rostros desconocidos que les ayudan a resultar corrientes, pero no por ello menos atractivos e interesantes, aportan con talento la frescura necesaria a unos personajes que están construidos en torno al puro instinto, ese que nos moldea a base de golpes en cuanto ponemos un pie fuera de casa. Es grato ver cómo, además, ni el guion ni la posterior interpretación hace de estos chavales unos descerebrados, sino más bien gente deseosa de experimentar a costa de los riesgos. Hasta para lo desenfrenado se puede ser sutil.

En toda esta maraña de emociones a los que se les expone, Thomas Anderson toma la decisión de narrar las vivencias de sus personajes como lo haría cualquiera que narrase su juventud: de manera anecdótica. Parte de un punto concreto más que claro y sabe de su final idílico al que aspirar. Pero entre medio, divaga. Con intención lúdica pero también nostálgica —en un ejercicio muy en la línea del que ya realizó Tarantino en Érase una vez en… Hollywood (2019)—, lo que juega un punto más a favor de su aura de experiencia vital en la que nada es lineal. Que las cosas van y vienen. Impregnando a sus protagonistas de diversos aromas que en un principio resultan chocantes e irritan la nariz, pero a los que con el tiempo uno, si así lo desea, puede acostumbrarse. Como el agrio bálsamo del anciano que sobrevive a costa de revivir sus viejas glorias. O el intenso aroma del joven tardío que explota las últimas reservas de su agresividad asfixiada. Esta inmensa paleta de olores viene de la mano de secundarios de primera línea en estas y otras materias como Sean Penn, Bradley Cooper, Benny Safdie o Tom Waits y dan a la película la diversidad propia del que conoce la vida más que la media, exponiendo el anverso y el reverso de las cosas. Si bien todo sea dicho, a Paul se le sigue dando mejor ahondar en la cara cruda que en la cómica.

Un milagro, una especie de experimento caótico que por alguna razón termina funcionando. Alana Haim y Cooper Hoffman aportan con talento la frescura necesaria a unos personajes que están construidos en torno al puro instinto.

Ya es algo que demostraba en cintas anteriores de temática similar como Embriagado de amor (Paul Thomas Anderson, 2002) o El hilo invisible (Paul Thomas Anderson, 2017), donde se exploraba el lado más sufrido o amargo del amor. Pero Licorice Pizza es, sin duda, una comedia romántica, acentuada en su faceta positiva por una selección musical impecable y muy personal, no extraída de la lista de grandes éxitos de la época sino de un acercamiento íntimo y familiar a las joyas ocultas de talentos sonados. Acompañados por supuesto y una vez más de la partitura de Jonny Greenwood con una presencia quizá un tanto más sutil que en cintas anteriores del director californiano. El cual nuevamente vuelve a supervisar y dirigir personalmente el trabajo de fotografía con el que retrata su historia, procurando que la iluminación transporte a interiores cálidos, apagados pero acogedores, así como a exteriores un tanto mas fríos pero relucientes de vida.

Visto el cuadro de lejos, esa mezcla aparentemente informe de experiencias y prismas con las que enfocarlas empiezan a emanar muchos olores, que a la vez son uno. Como una especie de experimento caótico que por alguna razón termina funcionando. Como a lo que debe saber la pizza de regaliz. Una combinación de ingenio infantil en una base aparentemente madura. Es un olor fuerte del que uno al principio se avergüenza en público, pero disfruta en secreto. Que cuando lo inhalas te impulsa tanto a rejuvenecer como a perseguir la madurez. Y que en última instancia supone el único alivio cuando la situación es incierta. Aunque no se escuche, ese aroma nos da la tranquilidad de saber que siempre hay alguien aguardando al otro lado del teléfono. Todo esto del amor ya se lo olía Paul Thomas Anderson, del que, como dijimos en su día: es alguien muy maduro para su edad, lo que, por supuesto y ahora más que nunca, jamás ha reñido con su joven espíritu.

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