Revista Cintilatio
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Lamb (2021) | Crítica

Lobo disfrazado
Lamb, de Valdimar Jóhannsson
Protagonizada por una magnífica Noomi Rapace, la inclasificable obra de Valdimar Jóhannsson penetra en lo más profundo del trauma y los miedos de la maternidad fracturada mientras compone una fábula extraña, insólita y atrayente a partes iguales.
Sitges | Por David G. Miño x | 11 octubre, 2021 | Tiempo de lectura: 3 minutos

La maternidad, enfrentarse al cambio de paradigma personal que supone enfrentarse a la crianza, a la modificación instantánea del statu quo entre lo que uno era y lo que es ahora. Valdimar Jóhannsson se aísla en las profundidades y trae una fábula, un cuento de hadas y demonios que, desde la transgresión y el impacto, recorre un camino lleno de simbolismo y de elementos existenciales y metafísicos que no se entendería sin su atmósfera malsana, sin su niebla y su destierro y, por supuesto, sin la inconmensurable Noomi Rapace en el papel principal: Lamb presenta a una pareja que vive sola y aislada en una granja de Islandia que, un día, recoge a un extraño recién nacido de entre sus animales. Y hasta ahí puedo leer en virtud de no arruinar el concepto y la experiencia de la obra de Jóhannsson, que necesita un visionado paciente y abierto para recoger todos las ideas y elaboraciones que va dejando por el camino —nombrar en este punto que el filme cuenta con Béla Tarr en la producción ejecutiva, un hecho que de por sí mismo ya nos dice algo—. En primer lugar, destacar su tratamiento de los simbolismos: mediante una tracción constante hacia sí —que atrae al espectador y lo introduce en un mundo donde todo puede pasar, donde nada sorprende, donde el bien y el mal son conceptos obsoletos— que desfigura la percepción de la realidad tal y como la percibimos, y de ese modo, del sentido de los afectos, del apego, del autoengaño, de la propia ruptura interior, Lamb se mueve lenta sobre el sentimiento de pérdida y los parches que, desde la incapacidad individual o familiar, se aplican sin pensar demasiado en las consecuencias. También, la pieza tiene algo de atávico, al conectar con ideas rituales o místicas, que evocan silencios y calmas de las que preceden a las peores tempestades; su giro al fantástico, muy satisfactorio y de la intensidad justa para no resultar cargante se deja leer con tanta claridad desde la lírica que no hace más que elevar el resultado final.

Una película oscura y alegórica, que conecta con miedos y ansiedades inconfesables desde los afectos familiares y los apegos.

Noomi Rapace protagoniza la película en una interpretación magnética.

Lamb, por su parte, puede presentar cierta inconsistencia, y tiene que ver estrictamente con su variabilidad en el tono: llegado el momento, juega la carta de un tipo de humor negro muy descontextualizado, y es un viraje que no favorece en absoluto a mantener una gravedad y una poesía que, durante todo su metraje, mantiene con esmero. Valdimar Jóhannsson, además, introduce algún elemento más en la pieza que resulta disonante en términos generales —el arco del hermano—, con la única intención de funcionar como ancla con la realidad y aportar un contexto a la familia disfuncional, silenciosa y rota que vive en el aislamiento rodeada de animales de granja. El camino que recorre Lamb es, en su mayoría, satisfactorio, tenso y contemplativo, y desde la lejanía toca esa maternidad y paternidad heridas, la lucha por encontrar la felicidad incluso en los lugares más inhóspitos y en los parajes menos preparados para ello y, por descontado, un sentido muy retorcido de la justicia poética y todo lo que queda cuando ya no queda nada. Una película oscura y alegórica, que conecta con miedos y ansiedades inconfesables desde los afectos familiares y los apegos, que de tan original y tan insólita puede llegar a confundir y hacernos dudar de si lo que estamos viendo es un lobo, o un cordero.