La tienda de los horrores
¿Recordáis el último eclipse solar?
• País: Estados Unidos
• Año: 1986
• Dirección: Frank Oz
• Guion: Howard Ashman
• Título original: Little Shop of Horrors
• Género: Musical
• Productora: Warner Bros
• Fotografía: Robert Paynter
• Edición: John Jympson
• Música: Miles Goodman (Canciones: Alan Menken)
• Reparto: Rick Moranis, Ellen Greene, Steve Martin, Vincent Gardenia, James Belushi, John Candy, Bill Murray, Miriam Margolyes, Christopher Guest.
• Duración: 94 minutos
• País: Estados Unidos
• Año: 1986
• Dirección: Frank Oz
• Guion: Howard Ashman
• Título original: Little Shop of Horrors
• Género: Musical
• Productora: Warner Bros
• Fotografía: Robert Paynter
• Edición: John Jympson
• Música: Miles Goodman (Canciones: Alan Menken)
• Reparto: Rick Moranis, Ellen Greene, Steve Martin, Vincent Gardenia, James Belushi, John Candy, Bill Murray, Miriam Margolyes, Christopher Guest.
• Duración: 94 minutos
Repasamos las claves que hicieron brotar y crecer un éxito mundial como el de «La tienda de los horrores», película de 1986 dirigida por Frank Oz basada en el musical de Alan Menken y Howard Ashman.
Pero no solo los enemigos mortales surgen de esos lugares. Con este texto narrado con voz profunda comienza La tienda de los horrores (Frank Oz, 1986), una película cuya idea inicial curiosamente llegó a nuestro mundo de forma similar: inesperada, simple y casual. Roger Corman, director reconocido por sus obras de bajo presupuesto y alta personalidad, vio que tal vez a los sets que habían diseñado para su película Un cubo de sangre (Roger Corman, 1959) se les podía sacar mas provecho del pensado inicialmente, y sin pensárselo demasiado le pidió a la productora una prórroga de tan solo dos días más para, en ese cortísimo periodo de tiempo, rodar allí otra película completamente diferente alegando que «ya se le ocurriría algo». Y sí, desde luego algo se le ocurrió, e incluso sorprendentemente llegó a materializarse a pesar de lo improbable de la propuesta. Así brotó La pequeña tienda de los horrores (Roger Corman, 1960), una primera versión de escasa gestación que sin embargo contaba una historia no muy diferente a la de la versión que aquí nos atañe: Seymour, un muchacho debilucho y tímido, trabaja en una floristería del humilde y pobre Skid Row junto a la bella y dulce Audrey, de la que está enamorado. Su vida cambia el día en el que casualmente descubre una extraña planta capaz de llamar la atención del todo el mundo y otorgarle el éxito en la vida que siempre ha ansiado. El único problema es que esta planta, bautizada como Audrey II, solo sobrevive a base de sangre humana.
La primera versión de La tienda de los horrores dirigida por Roger Corman fue la primera pelicula en la que participó Jack Nicholson.
Veintidós años después y en un esfuerzo sobrehumano de autoconvencimiento, el productor David Geffen, que acababa de participar en la producción del musical Cats, dio luz verde a una adaptación musical de La tienda de los horrores que comenzaría sus representaciones en el Off-Broadway. Contra todo pronóstico y a pesar de su carácter underground, el musical obtuvo un éxito rotundo de crítica y público que le ha permitido ser representado a lo largo de los años en numerosas ocasiones alrededor del mundo, además de suponer la carta de presentación tanto de su letrista Howard Ashman como de su compositor Alan Menken, ambos conocidos internacionalmente por sus posteriores y muy galardonados trabajos para obras de la compañía Disney como La sirenita (Ron Clements y John Musker, 1989), Aladdin (Ron Clements y John Musker, 1992) o La bella y la bestia (Gary Trousdale y Kirk Wise, 1991).
Con semejante éxito y unas cifras de recaudación nunca antes conseguidas en el Off-Broadway, Geffen empezó a contemplar la posibilidad de readaptar al formato cinematográfico esta obra cuyo abono musical le había sentado tan espectacularmente bien. Y aunque en un principió se barajaron nombres como Spielberg o Scorsese para llevar a cabo ese trasplante, finalmente fue Frank Oz el encargado de regar y expandir ese microuniverso que se había construido sobre los escenarios. Una elección sabia como pocas porque la imaginería y técnica de Oz junto a la de su colega y amigo Jim Henson ya le habían permitido co-crear otros universos tremendamente amplios como el de Los Teleñecos o el famoso Barrio Sésamo.
En cuanto a la elección del reparto, si había una decisión que fue aceptada por unanimidad fue la darle el papel de Seymour, el protagonista, a Rick Moranis. Un actor que previamente había alcanzado cierto reconocimiento por su participación en Los cazafantasmas (Ivan Reitman, 1984) y que años después se revelaría como uno de los rostros mas conocidos del cine familiar al protagonizar clásicos como La loca historia de las galaxias (Mel Brooks, 1987), Los Picapiedra (Brian Levant, 1994) y especialmente Cariño, he encogido a los niños (Joe Johnston, 1989). Audrey, por otro lado, fue encarnada, en una situación tremendamente excepcional, por Ellen Greene, que ya había interpretado el papel durante los años que se representó el musical en el Off-Broadway. Una oportunidad que supo aprovechar divinamente, tanto que incluso a día de hoy sigue pudiendo ganarse la vida con dicho papel. Finalmente a ellos se les sumaron un Steve Martin con el pelo oscuro pero que brilla como él solo al interpretar a ese fantástico, desquiaciado e histriónico personaje que es el sádico Orin Scrivello, de profesión dentista. Y Levi Stubbs, uno de los vocalistas de los Four Tops, que le otorgó su voz, su bien más preciado, a la sanguinaria Audrey II.
Un verdadero cuento clásico de esos en los que la crudeza y el realismo tomaban parte a la hora de aleccionar a sus personajes, normalmente ingenuos, débiles, abocados al abismo, que estarían dispuestos a todo con tal de escapar de su miseria.
Porque sí, la planta canta. Y maravillosamente, además. Uno de los muchos rasgos de este personaje en un principio inanimado pero que va cobrando una personalidad y una presencia innegables. Tanto es así que el reparto, especialmente Moranis, afirmaban que cuando compartían escena con el animatrónico tenían la sensación de estar trabajando con un actor más. Esta personificación concebida como una verdadera proeza solo fue posible gracias al trabajo sumamente cuidado y artesanal de Lyle Conway, diseñador animatrónico, que mediante quince mil hojas, seiscientas enredaderas y casi dieciocho kilómetros de cable, entre muchos otros elementos, construyó las siete Audrey II que se utilizaron durante el rodaje. Alguna de ellas alcanzaba la friolera de 4,5 metros de altura y necesitaba de mínimo cincuenta operarios trabajando al unísono para hacer que se moviera mediante un complejo sistema de movimiento hidráulico. El resultado, rebosante de naturalidad, valga la redundancia, es incluso a día de hoy estremecedor y sorprende que no se emplearan apenas técnicas digitales en todo el proceso. Si bien esto no es algo que solo se aplicase a la susodicha planta, también se utilizó para hacer frente al reto de expandir el mundillo de la obra, que en su versión teatral estaba reducida a una única localización: la tiendecita. En este sentido Roy Walker, diseñador de sets, construyó una replica del Skid Row de tal magnitud que permitía ejecutar planos secuencias que conectaban partes alejadísimas dentro del mismo set y, lo más importante, que reflejaban el espíritu decadente del downtown en toda su pena y gloria.
Esto último es de gran importancia porque esta obra, más allá del enorme divertimento y espectáculo que supone, posee un tono de lo mas amargo, construido a base de ironía y parodia de una época supuestamente perfecta como fueron los años 50 americanos. Algo que se hace notar tanto en la selección musical inspirada en el rock and roll de los sesenta, el doo-wop y los primeros éxitos de la Motown; como en la desmitificación de personajes arquetípicos que retrata a las «pin up girls» como chicas de pocas luces cuyo mayor sueño es poseer una casa con un tostador de acero inoxidable, o a los malotes a lo John Travolta como maltratadores a los que la sociedad les permite un trabajo en el que dar rienda suelta a su sadismo y a la vez enriquecerse.
Un verdadero cuento clásico de esos en los que la crudeza y el realismo tomaban parte a la hora de aleccionar a sus personajes, normalmente ingenuos, débiles, abocados al abismo, que estarían dispuestos a todo con tal de escapar de su miseria. Y es curioso, porque la versión de esta película que finalmente llegó a los cines poseía un final que desentonaba completamente con esa decadencia a la que se hacía apología durante el resto del metraje. Todo por exigencias del público lógicamente, con el que no llegó a cuajar el final original, mucho más duro y desgarrador pero espectacular y puntero a nivel técnico, que a día de hoy se puede disfrutar gracias a la reedición lanzada en blu-ray.
Desentonar con esta obra de ritmo única es terriblemente fácil. De hecho, a principios de este nefasto año 2020, Warner Bros anunció que entre sus planes más próximos se encontraba un remake de La tienda de los horrores que contaría con la participación de Taron Egerton como Seymour, Scarlett Johansson como Audrey y Billy Porter como Audrey II. Aunque quizás estemos hablando antes de tiempo, de primeras huelga señalar lo innecesario de replicar una película que roza la perfección, más allá del simple propósito de hacer dinero fácil en base a la nostalgia. Probablemente sustituyendo para ello el talento innato que la inunda por nombres famosos que cubran su cartel; la planificación y la orientación lógica de un espectáculo musical por un molde preestablecido en el que no haya que pensar demasiado; el trabajo artesanal y la personalidad que desprenden sus escenarios y personajes por una animación digitalizada fría y sin carácter, y el espíritu triste, decadente pero terriblemente honesto por un mensaje vacío y sin profundizar para facilitar su olvido. Algo así como sustituir tus viejos pero robustos geranios por unos de plástico.