La posesión
La ruptura como convalecencia convulsa

País: Francia
Año: 1981
Dirección: Andrzej Żuławski
Guion: Andrzej Żuławski, Frederic Tuten
Título original: Possession
Género: Terror
Productora: Gaumont, Oliane Productions, Marianne Productions, Soma Film Produktion
Fotografía: Bruno Nuytten
Edición: Marie-Sophie Dubus, Suzanne Lang-Willar
Música: Andrzej Korzynski
Reparto: Isabelle Adjani, Sam Neill, Margit Carstensen, Heinz Bennent, Johanna Hofer, Carl Duering, Shaun Lawton
Duración: 127 minutos
Festival de Cannes: Mejor actriz (Isabelle Adjani) (1981)
Premios Cesar: Mejor Actriz (Isabelle Adjani) (1982)

País: Francia
Año: 1981
Dirección: Andrzej Żuławski
Guion: Andrzej Żuławski, Frederic Tuten
Título original: Possession
Género: Terror
Productora: Gaumont, Oliane Productions, Marianne Productions, Soma Film Produktion
Fotografía: Bruno Nuytten
Edición: Marie-Sophie Dubus, Suzanne Lang-Willar
Música: Andrzej Korzynski
Reparto: Isabelle Adjani, Sam Neill, Margit Carstensen, Heinz Bennent, Johanna Hofer, Carl Duering, Shaun Lawton
Duración: 127 minutos
Festival de Cannes: Mejor actriz (Isabelle Adjani) (1981)
Premios Cesar: Mejor Actriz (Isabelle Adjani) (1982)

Cuando el amor nos transforma en otros, nos enferma y nos enloquece. El filme de Andrzej Zulawski vincula los cambios radicales de actitud tras una ruptura con una pérdida de cordura de origen entre lovecraftiano y por posesión demoníaca.

Los coletazos finales de una relación de pareja revelan la dualidad de unos amantes que pasan a torturarse psicológicamente y a odiarse, llegando incluso a la violencia física. La posesión (Andrzej Żuławski, 1981) retrata la muerte del amor como infección y la ruptura como convalecencia convulsa. Esta posesión se aleja de los exorcismos crucifijo en mano, contra espíritus del infierno. El monstruo implicado podría ser el Ctulhu de H. P. Lovecraft, lo que confirma los trastornos galopantes de sus personajes. Rasgos también muy propios de su predecesor, Robert W. Chambers, creador de El Rey de Amarillo (1895). Color que, precisamente, cubre las paredes del cochambroso edificio donde Isabelle Adjani comete sus crímenes. Así que, además de exaltar lo enfermizo de su vida emocional y del conflicto berlinés del contexto, pueden aventurarse guiños a la puesta de escena de los cuentos del antes mencionado Chambers.

La pieza arranca con una cámara que rota alrededor de los personajes y cada vez que entra en una vivienda, desestabilizando y tensando al espectador. Describiendo el estilo de vida, estatus y psique de cada uno. Pronosticando amenaza, locura e inseguridad con un efecto altamente turbador que allana el camino para el terror psicológico y el gore. Pero pese a la sangre estilo Hammer, se va mas allá de un festival de los fluidos y casquería sin pies ni cabeza (que los hay: en la nevera). Existe un complejo trabajo filosófico y variadas interpretaciones: la ruptura como enfermedad, el trauma alrededor del muro de Berlín y hasta una disertación sobre la relatividad moral del bien y del mal según el prisma. Y además, utiliza recursos de horror como los siniestros doppelgänger, la transformación del ser conocido y amado en un extraño o en un endemoniado, el suspense previo al crimen y la sugerencia de un monstruo que finalmente se manifiesta, siendo percibido como demonio por unos y venerada deidad, que es repulsivo y cuyos tentáculos son claramente lovecraftianos. En cualquier caso, usando la jerga de los juegos de rol del citado maestro del terror cósmico, todos los personajes pierden puntos de cordura a un ritmo frenético.

La desintegración del matrimonio, prisión de la mujer

El propio argumento explicita esta reflexión. Un agente secreto de la RDA regresa a su familia tras una larga misión. Encuentra a su mujer irreconocible. Hasta el sexo se enrarece y se confiesan sus infidelidades. Escena que ya manifiesta la relatividad del bien y del mal según quien comete el acto y su percepción, cómo nadie se juzga a sí mismo ni al otro con la misma dureza o laxitud. Sin embargo, quizás por el contexto de la época, más sexista, destaca que el reconocimiento de infidelidad de él casi se pierde en el olvido: casi todas las sinopsis señalan solo la que ella comete, pues es la que detona el drama.

Inicialmente, los arrebatos de los protagonistas parecen de ansiedad, ligados, en el caso de él, a celos y sensación de traición y abandono. O en el caso de ella, a sentirse culpable y a una adicción al nuevo amante. Y no al primero, sino a la criatura mitológica a quien sirve después. Aquí comienza el surrealismo y la fantasía, además de eclosionar la violencia. Siendo uno de los conatos más impresionantes cómo Sam Neill abofetea a Adjani. Punto en que la sensibilización actual hacia la violencia de género puede verse más herida que por los asesinatos de ella, pues los adeptos al terror estamos más acostumbrados a esto último.

La división del matrimonio refleja la división del país y del mundo. Lo traumático del muro.

Es una ruptura convulsa. Mente y cuerpo purgan este amor agonizante, cuyas crisis (especiamente la de la escena del metro) son tan propias de enfermedad mental como de una drogodependencia: muestran el apego como adicción, insinúan también una ninfomanía y dibujan esta metafórica posesión. Esa convalecencia socava a la persona resultante. Nadie está ya cien por cien en sus cabales tras liberarse de esa pareja o de esos celos. Y después viene la aversión hacia quien antes era el objeto de amor y fascinación. Se instalan el desprecio, el asco incluso físico, fruto del rencor. Se ve fealdad en quien hirió o se ha humillado o corrompido demasiado como para despertar deseo ya. Un proceso similar llega hacia el amante, primer consuelo y sustituto del amor finado, quien ya no es suficiente, le aburre. Su misticismo y poliamor ya no le deslumbran. Lo compara con su deidad. No ha valido la pena tanto sufrimiento por ese fatuo reemplazo, aunque no hay camino de vuelta al matrimonio, que era el problema original: no funcionaba y el amante era una mera herramienta para reventar la relación de una vez. Por supuesto, en la vorágine, las mayores víctimas son los hijos, que pueden verse desatendidos, sobreprotegidos, hipercompensados o directamente, ahogados por este torbellino. 

Así, podemos hablar del doble como extrañamiento hacia uno mismo y hacia el otro, y también como idealización del amor perdido o el que está por comenzar. Hay interpretaciones de este filme que aluden a un terror al comunismo, encarnado en el advenimiento de un anticristo. El edificio donde tienen lugar las matanzas de Anna (Adjani), que es visitada por diferentes individuos que quedan enloquecidos o incluso cegados por la realidad, puede sugerir esa actitud sectaria que el mundo capitalista asocia con ese sistema (el personaje de Heinrich encarna ese comportamiento). La división del matrimonio refleja la división del país y del mundo. Lo traumático del muro. Por otra parte, sendos doppelgänger pueden simbolizar cómo, pasado el duelo, todos tendemos a buscar un reflejo de lo idealizado en la anterior pareja (sean rasgos físicos o bien de personalidad) en las nuevas relaciones. Comparamos, consciente o inconscientemente. Y a menudo llega la nostalgia y nos arrojamos al desastre (por las escaleras, en este caso) junto a ese ser idealizado que acabará con nosotros. 

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