Revista Cintilatio
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La noche se mueve (1975) | Crítica

Gene Hackman en un aparente caso rutinario
La noche se mueve, de Arthur Penn
Decepcionante en su devenir, hablamos de una película de los setenta que ya la crítica de la época vapuleó y que inauguró un subgénero, el «neo noir», formado por un pastiche algo discordante de cuadros dramáticos.
Por Daniel González Irala | 24 mayo, 2023 | Tiempo de lectura: 5 minutos

En su célebre ensayo Moteros tranquilos, toros salvajes, Peter Biskind se hizo eco de las novedades del sistema de estudios en Hollywood no solo, aunque también a nivel de producción. Destaca la denominada participación en beneficios de taquilla de gran parte del star system, siendo de especial importancia dos actores que fueron claves en ello: Dennis Hopper —que terminaría siendo también el director igualmente de Easy Rider (Buscando mi destino) (1969) y sobre todo Warren Beatty, que dejaría la batuta a Arthur Penn —realizador que venía del teatro y cuya vida en la industria audiovisual nació y murió en la televisión— en la estupendísima e histórica Bonnie y Clyde (1967). Gracias a estos precedentes y, sobre todo a Beatty, este sistema proliferaría y haría posible el desarrollo del cine como industria. Gene Hackman, que venía de protagonizar La conversación (1974) con Coppola, seguramente fue pues clave en la elección del casting de Penn y contribuyó de forma decisiva a que esos locos años setenta por muchos conocidos por directores como Scorsese, Lucas o el mismo Coppola entre otros tantos, se integrarán en el posterior fenómeno económico de los blockbusters, por los que las películas norteamericanas se venderían allá por los ochenta como churros incluso poco antes de ser estrenadas, algo impensable hoy en día por más sofisticado que se haya hecho el marketing de las mismas.

Estamos no obstante ante una película extraña incluso dentro de la filmografía de Penn, un artesano productor con experiencia, que debutó en la dirección con El zurdo (1958), revisitación al personaje de Billy el Niño magníficamente interpretada por Paul Newman, y debut en el celuloide más que digno. Le seguirían El milagro de Ana Sullivan (1962) —en la que la madura Anne Bancroft de El graduado (Mike Nichols, 1967) se llevaría un Óscar— y Acosado (1965), primer encuentro con Warren Beatty, tras sus desavenencias con Burt Lancaster para El tren (1964), que supusieron su reemplazo en la dirección por John Frankenheimer. Tras Acosado vendrían quizá sus dos mayores éxitos comerciales: La jauría humana (1966) con un Brando que nos interpretaba en estado de gracia a un sheriff incorruptible al que se le pone en contra todo un pueblo de la América profunda y podrida; y la ya referida vida de los dos ladrones más épicos, ella interpretada como recordamos por Faye Dunaway. El restaurante de Alicia (1969), sátira de una canción popular y Pequeño gran hombre (1970), interpretada por Dustin Hoffman servirían para cerrar todo un círculo de potentes grandes películas.

Gene Hackman y Susan Clark en una captura de la película.

La noche se mueve, que conocimos durante años por la frase casi inicial de Harry Moseby, que a la vez era perdición y bálsamo, «las películas de Rohmer son como ver una planta crecer», tiene un talento residual a todas ellas y siendo tachada de intelectual por gran parte de la crítica del momento, llama la atención el hecho de que vista hoy pierda menos encanto que otras, pero sea más en el diálogo que en la puesta en escena, una película interesante. No está demasiado claro su género, a pesar de ser Moseby un acomplejado detective del que bien pudieran haber tirado Chandler (Philip Marlowe) o Hammet (Sam Spade). La labor en este sentido de Alan Sharp, su guionista, pretende mezclar tres géneros de manera poco hábil: de un lado, el cine negro predominante, de otro las road movies que llevan a Hackman con enorme facilidad de un estado a otro (de Nuevo México, a California o Florida) y el cine de aventuras al que se acude una vez desatado el nudo dramático antes de tiempo, de resolver por cierto una trama meta cinematográfica que debate al detective entre Paula (esplendorosa Jennifer Warren), la legítima esposa rohmeriana y una Delly Grastner (Melanie Griffith en uno de sus primeros papeles) que bebe los vientos por él. Ni que decir tiene que algunos de estos personajes son secundarios, pero no quita para que estén en el ojo del huracán Moseby, violento e indolente a su pesar, carismático como lo era Hackman en la época, pero buscando a todas horas su encarnadura de héroe o villano, algo imperdonable para el guionista Alan Sharp.

La fotografía de Bruce SurteesHarry el sucio, Fuga de Alcatraz— criminal con sus luces cálidas en la oscuridad y la música de Michael Small permite un arranque y final potentes a pesar de todo. El resultado es también un filme pretencioso en el sentido en que lo vio en su día la crítica y algo avejentado por el paso del tiempo. Fue clasificada como cine neo noir ya en su día por esta mezcolanza algo arbitraria de géneros, y quizá hizo que la magnífica dirección de actores encaminaran a Arthur Penn a un periplo irregular de nuevo hacia el trabajo artesanal en series como Ley y Orden, esta vez encaminando más sus pasos a tareas de producción para las que también realizó grandes proyectos. En este sentido, en esta La noche se mueve (1975) que nos ocupa, destacamos igualmente la tarea de montaje (trepidante, dado un punto) de Dede AllenTarde de perros, El buscavidas— o la de la gran cantidad de especialistas que para las secuencias de acción se requirieron. El casting efectivo y efectista proporcionado por Nessa HyamsEl exorcista— a lo mejor también hizo de la película un producto que extrañamente funcionó a nivel comercial. Hay que tener en cuenta, para nuevos espectadores, que era inconcebible hasta hace bien poco ver una película de miedo, por ejemplo, que causase risa. Y es que las estrellas en el cine, es decir, sus actores y actrices, eran los que durante mucho tiempo y como en este caso, en perjuicio de la historia, vendían como ya sugería Biskind en su ensayo, no solo la pericia técnica de sus hacedores, sino una calidad dramática que no tenía por qué existir.