Revista Cintilatio
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La mujer del espía (2020) | Crítica

Un disfraz para la lealtad
La mujer del espía, de Kiyoshi Kurosawa
Kiyoshi Kurosawa consigue hacer converger en esta certera aproximación al cine de espías la realidad política de todo un país con una faceta mucho más personal y de corte interior. Una producción de época que juega con las lealtades y las pasiones.
Por David G. Miño x | 9 julio, 2021 | Tiempo de lectura: 5 minutos

Por primera vez en su extensa y fructífera carrera, Kiyoshi Kurosawa se ha ido a una película de época, ambientada en los convulsos años cuarenta en un Japón metido de lleno en la Segunda Guerra Mundial. Y lo ha resuelto con convicción y un gusto exquisito por los detalles, entregando un filme de espías casi a la vieja usanza lleno de traiciones y dobles lealtades que dramatiza una realidad terrible y adquiere, de este modo, un punto de vista inmensamente crítico para con su país natal. Coloca al espectador en la tesitura de seguir al matrimonio Fukuhara, conformado por Satoko y Yusaku, teniendo en cuenta que la relación entre ambos será el punto central de la película. Yusaku, empresario, en un viaje de trabajo a Manchuria, descubrirá un terrible secreto de estado que pondría contra las cuerdas a Japón de hacerse público, y decide tomar cartas en el asunto y actuar desde las convicciones —o algo parecido— y no desde el patriotismo. Por su parte, Satoko, la mujer del espía, tras una serie de eventos que dejaremos al margen en esta crítica, se deberá enfrentar a la verdad o a la mentira, a la soledad o a la compañía, a la traición o a la lealtad, y actuar junto a su marido en la perdición de Japón frente a los aliados o mantenerse dentro de los límites de su país.

Pese a que, como comentamos, La mujer del espía (2020) bascula sobre el conflicto político y la suma de lealtades que mediarán durante el metraje, es Satoko, interpretada por Yû Aoi en el trabajo actoral más reseñable de la película, la que va a ir definiendo el modo en que el espectador se relaciona con la obra de Kurosawa. De modo que las miradas, las sonrisas, el lenguaje corporal festivo mantendrá una estrecha simbiosis con las lágrimas, la desadaptación y la lucha por la propia autodeterminación, y en una gesta constante por alcanzar la trascendencia como elemento primario dentro del conflicto que se trae Yusaku entre manos, tomará una serie de decisiones que conectarán directamente con su ánimo inquieto y la llevarán por un viaje que, de esta manera, se convertirá en la columna que sostiene toda la estructura de La mujer del espía. El cineasta nipón irá permitiendo el paso de retales temáticos, de interesantes dicotomías de estilo que enriquecen la experiencia —y que le hicieron valedor del premio a mejor director en el Festival de Venecia—, y sutil y siempre perfeccionista ofrece significado en el diseño de vestuario —la contraposición entre la moda occidental y la oriental—, en la barrera idiomática o el concepto del juego: Yusaku tiene dos películas en su poder, una de ficción en la que actúa junto a su mujer y fingen ser espías, y otra con los horrores que descubrió en su viaje a la China del noreste de tipo documental y que trae de cabeza a las autoridades; la constante contraposición de lo real con lo fingido, o quizá de lo inevitable con lo utópico, hace que la obra se perciba como un engranaje perfectamente diseñado que encuentra fuertes metáforas en pequeños actos.

La constatación de que Kurosawa no se pone obstáculos que no pueda saltar, una obra memorable y siempre relevante que ofrece un punto de vista muy enriquecedor sobre el germen de un conflicto demasiadas veces visto desde la otra orilla.

Al final, la mentira como modo de vida, o el engaño sujeto a las convicciones, encuentra en La mujer del espía su particular modo de convertir una película muy clásica desde su jerarquización estructural en un cuento de silencios y acciones donde la verdad siempre pende de un hilo y no representa nunca un valor objetivo. A medio camino entre una novela de John le Carré y el thriller político, pero con elementos sociales e individuales mucho menos enmarañados de lo que pueda parecer, la película de Kiyoshi Kurosawa conjuga grandes dosis de diatriba moral —algo que, aunque lejos en este filme de su cine más característico, como la muy de culto Cure (1997) o la intensa Tokyo Sonata (2008), no es ajeno a su modo de entender la narración— con un esqueleto diegético que se mueve lento pero firme, tocando arquetipos cinematográficos más o menos explotados pero siempre aportando su honestidad fílmica y un estilo inconfundible y de fuerte carácter. La mujer del espía es la constatación de que Kurosawa no se pone obstáculos que no pueda saltar, una obra memorable, melancólica y siempre relevante que ofrece lecturas sobre la soledad y la dependencia emocional e intelectual que va más allá de lo convencional y que ofrece un punto de vista muy enriquecedor sobre el germen de un conflicto demasiadas veces visto desde la otra orilla.