La mosca
La metamorfosis de Jeff Goldblum

País: Estados Unidos
Año: 1986
Dirección: David Cronenberg
Guion: George Langelaan, Charles Edward Pogue, David Cronenberg
Título original: The Fly
Género: Ciencia ficción, Fantástico, Terror
Productora: Brooksfilms, SLM Production
Fotografía: Mark Irwin
Edición: Ronald Sanders
Música: Howard Shore
Reparto: Jeff Goldblum, Geena Davis, John Getz, Joy Boushel, Leslie Carlson, George Chuvalo, Michael Copeman, David Cronenberg, Carol Lazare, Shawn Hewitt
Duración: 100 minutos
Premios Óscar: Mejor maquillaje (1986)

País: Estados Unidos
Año: 1986
Dirección: David Cronenberg
Guion: George Langelaan, Charles Edward Pogue, David Cronenberg
Título original: The Fly
Género: Ciencia ficción, Fantástico, Terror
Productora: Brooksfilms, SLM Production
Fotografía: Mark Irwin
Edición: Ronald Sanders
Música: Howard Shore
Reparto: Jeff Goldblum, Geena Davis, John Getz, Joy Boushel, Leslie Carlson, George Chuvalo, Michael Copeman, David Cronenberg, Carol Lazare, Shawn Hewitt
Duración: 100 minutos
Premios Óscar: Mejor maquillaje (1986)

La adaptación de Cronenberg del clásico de ciencia ficción de 1958 le añade un fuerte sobretono sexual y sus habituales obsesiones con la carne y la tecnología. Quizás una de sus películas más convencionales, sigue siendo un referente del género.

Hoy en día casi se toma por sentado que el progreso tecnológico acarrea, con casi total seguridad, resultados no deseados. En un momento de especial confusión y caos informativo en el que vivimos, parecemos simultáneamente dependientes a la tecnología que nos rodea por todos lados y cada día más conscientes de sus efectos perniciosos sobre nuestra salud mental y nuestros modos tradicionales de convivencia. Pero hay algo todavía en la tecnología que desprende ese brillo mágico, un aura de potencialidad e impredecibilidad que anuncia al mismo tiempo la esperanza de un salto cualitativo en la especie humana, así como la amenaza de lo inhumano, que acecha al otro lado.

Algo así le ocurre a Seth Brundle Jeff Goldblum— en La mosca (David Cronenberg, 1986), un científico solitario a punto de perfeccionar la revolucionaria tecnología del teletransporte. Ansioso por compartir su historia, atrae hasta su desangelado laboratorio a Veronica Quaife —Geena Davis—, una periodista en busca de la siguiente primicia. Pero Seth comete el error de entusiasmar en exceso a Veronica, pues su aparato de teletransporte aún no necesita algún ajuste y es incapaz de materializar organismos vivos. Finalmente, Veronica accede a registrar las fases finales de la investigación de Seth, y la pareja se sume en una pequeña aventura científica que rápidamente se torna en romance y, antes de que nos demos cuenta, en relato de terror.

¿Jeff Goldblum abrazando un babuino? Sí, por favor.

De esta forma planeta Cronenberg su particular remake del clásico de ciencia ficción de serie B La mosca (Kurt Neumann, 1958), uno de los más conocidos ejemplos del descenso que sufrió la ciencia ficción desde una era de oro a comienzos de los cincuenta a un caída en picado en la exageración, la autoparodia y el bajo presupuesto a finales de década. El cineasta hace un uso consciente e interesado de esta herencia, tomando los elementos exagerados y ridículos y retorciéndolos en un giro siniestro, casi naturalista, lanzándonos a la cara la espantosa realización de nuestras más absurdas fantasías. Así, lo inverosímil y risible de la original aquí se torna real y peligroso.

Cuando Seth finalmente perfecciona el dispositivo de teletransporte y lo prueba consigo mismo, una mosca se cuela indadvertidamente en la cápsula con él. Al salir por el otro lado, aparentemente ileso, poco a poco se irá teniendo que enfrentar a la pérfida metamorfosis a la que le ha sometido su propio invento, que ha entremezclado su código genético con el de la mosca, con predecibles y desastrosos resultados. Cronenberg utiliza esta extraña mutación para explorar sus habituales paranoias en torno a lo maquínico y la carne. Planteada primero con un problema, lo orgánico es transformado por la máquina por un error de traducción, y todo el potencial del cuerpo es liberado. No es difícil encontrar en La mosca una suerte de «historia de orígenes» de superhéroes fracasada, donde el paso del humano al superhumano rápidamente se descalabra e implosiona por una apuesta más elevada: la plena transformación en lo inhumano.

Comúnmente acusado de misógino, Cronenberg nos plantea con La mosca una serie de lecturas de género no tan evidentes en sus otras producciones, en las que juguetea con mayor libertad y experimentación con los roles de género y la sexualidad.

Comúnmente acusado de misógino, Cronenberg nos plantea con La mosca una serie de lecturas de género no tan evidentes en sus otras producciones, en las que juguetea con mayor libertad y experimentación con los roles de género y la sexualidad. Aquí estamos ante un científico ensimismado e introvertido, que gracias a su metamorfosis en la máquina abre las compuertas de un poder vigorizante y atlético y un deseo sexual desatado. Cronenberg convierte a Seth primero en un estereotipo de masculinidad viril, inflado de testosterona y rodeado de un aura de atracción, para después hacerlo estallar de sobredosis y mostrar el juguete roto nauseabundo en el que acaba convirtiéndose. Como si fuera arrollado por su propia energía libidinal, Seth cae víctima de su exceso de masculinidad primitiva y se convierte en un engendro animal baboso empujado por el deseo de asimilar a Veronica a sí mismo, de igual forma que el exceso de feminidad peligrosa de Nikki en Videodrome (1983) la deshumaniza y la convierte en una imagen fantasmagórica, una alucinación amenazante.

El invento de Seth se cobra un terrible precio con su cuerpo.

También cabría encontrar en Veronica uno de los personajes femeninos mejor dibujados por Cronenberg. Gracias a la encomiable interpretación de la joven Geena Davis, rápidamente nos daremos cuenta que su personaje es la protagonista encubierta del filme, y sus intentos por independizarse de los dos hombres que la desean por lados opuestos —Seth y Stathis, el editor de su periódico y ex-novio acosador— configuran un retrato un tanto errático pero sin duda heroico. Aunque su preocupación por Seth probablemente va más allá de lo que debería, es gracias a su intervención que la siniestra historia del invento del científico encuentra algo parecido a una redención.

Pese a todo, es posible ver en La mosca algunas lagunas en relación con las anteriores producciones de su director. La película carece del ingenio alucionatorio de Videodrome y la crudeza del terror de Cromosoma 3 (1979), y sus efectos de gore y de «body horror», aunque se encuentran entre los más logrados de su carrera, no acaban por mostrarnos nada nuevo y acaban siendo, en comparación, un tanto efectistas. Quizás La mosca es un buen ejemplo de por qué Cronenberg debía buscar otros estilos y otras historias para volver a la genialidad, pero eso no quita en sí a la película de su considerable dosis de genio. La mosca, al fin y al cabo, cuenta con un honor solo llevado a cabo con igual éxito por La cosa (John Carpenter, 1982), y es la extraordinaria gesta de readaptar un clásico de la ciencia ficción para, trascendiéndolo, convertirse en un clásico del género en sí misma.

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