King of Thorn: El rey del espino
¿Es un ángel aquello que cae del cielo?

País: Japón
Año: 2009
Dirección: Kazuyoshi Katayama
Guion: Hiroshi Yamaguchi (Manga: Yuji Iwahara)
Título original: Ibara no Ou (King of Thorn) / いばらの王
Género: Animación, Ciencia ficción
Productora: Sunrise, Inc.
Música: Toshihiko Sahashi
Reparto: Kana Hanazawa, Toshiyuki Morikawa, Eri Sendai, Sayaka Ôhara, Akiko Yajima, Kenji Nomura, Shin'ichirô Miki, Kôsei Hirota, Ayako Kawasumi, Misaki Kuno, Yoshinori Fujita, Tsutomu Isobe
Duración: 110 minutos

País: Japón
Año: 2009
Dirección: Kazuyoshi Katayama
Guion: Hiroshi Yamaguchi (Manga: Yuji Iwahara)
Título original: Ibara no Ou (King of Thorn) / いばらの王
Género: Animación, Ciencia ficción
Productora: Sunrise, Inc.
Música: Toshihiko Sahashi
Reparto: Kana Hanazawa, Toshiyuki Morikawa, Eri Sendai, Sayaka Ôhara, Akiko Yajima, Kenji Nomura, Shin'ichirô Miki, Kôsei Hirota, Ayako Kawasumi, Misaki Kuno, Yoshinori Fujita, Tsutomu Isobe
Duración: 110 minutos

Como si de un ensayo filosófico se tratase, el japonés Kazuyoshi Katayama reflexiona, en un filme con mucho que decir y siempre desde un filtro onírico, acerca de la realidad misma y la fortaleza del ser humano para enfrentarse a sus peores miedos.

¿Si estamos soñando, cómo sabemos que lo estamos haciendo y, por el contrario, no nos encontramos en el mundo «real»? Son muchos los interrogantes que existen en torno al reino de Morfeo, pero pocas son las respuestas. ¿Si el mundo se encontrase al borde del colapso, querríamos escapar soñando o enfrentarnos a la cruda realidad? Los seres humanos tendemos por naturaleza a enterrar los malos recuerdos, llegando a autoengañarnos si es necesario para preservar la cordura de nuestra mente; y el mundo onírico es, en muchas ocasiones, la vía de escape de esas pesadillas vivientes. Por lo tanto, si el mundo de los sueños forma parte intrínseca de cada ser, y cada uno libera sus pensamientos y vivencias en dichos sueños, ¿son los sueños reales o no? Kazuyoshi Katayama, habitual del género de la ciencia ficción en el anime —creador del OVA Applesseed (1988) o de la oscura serie televisiva La ciudad endemoniada (Doomed Megapolis) (1991)— realiza un ejercicio de introspección y de reflexión existencialista acerca de la debilidad del propio ser humano y, por descontado, de la frágil línea que separa la cordura de la locura en una situación límite.

Un virus mortal atemoriza a la raza humana, diezmándola, poniéndola contra las cuerdas. Un grupo de 160 elegidos son seleccionados de forma aleatoria para someterse a un proceso de criogenización con el fin de que, al menos unos pocos, puedan sobrevivir a esta temible amenaza. Cuando Kasumi y sus compañeros de sueño helado se despiertan, todo parece haber cambiado. Haciendo gala de una gran sensibilidad, el nipón expone las piezas del rompecabezas que conforma la cinta en su conjunto, dando la información justa —sin llegar a mentir— para que las sucesivas revelaciones tengan la suficiente fuerza como para sorprender. Como si de una cinta del malogrado Satoshi Kon se tratase, la narración se presenta de manera desordenada y caótica, dejando al espectador, en muchas ocasiones, descolocado y confuso. Es en esos momentos de confusión donde se nota la mano y el buen hacer del cineasta, ya que mantener un ritmo frenético pero controlado —resultando en muy contadas ocasiones abrumador en exceso— no está al alcance de cualquiera, y el resultado en este caso es muy laudable.

Las secuencias de acción con animación 3D son uno de los puntos más flojos de la cinta con diferencia.

Lo que ya no es tan buena práctica, y menos de esta forma, es hacer un abuso tan descarado de la animación en 3D con un molesto cel shading para las secuencias de acción y movimiento de los diversos vehículos que hacen acto de presencia durante la trama. Dicha decisión artística viene dada a que, en muchas ocasiones, la clásica animación 2D del anime puede no llegar a representar con suficiente profundidad una escena de acción determinada. Eso es entendible, ya que grandes animes de nuestros tiempos como es el caso de Ataque a los Titanes (2013), hacen buen uso de esta técnica para determinadas secuencias —siendo el caso del titán Colosal uno de los más claros y peor llevados—. Pero lo que no es de recibo es realizar dicha animación para solventar de forma rápida fragmentos del filme que, con un poco más de imaginación, se podrían haber ejecutado de forma mucho más limpia con una estética en dos dimensiones que no chocaría con la del resto de la cinta. Por otro lado, y de igual forma que se ha comentado la pésima animación 3D, es menester comentar que el trabajo realizado para con la animación en 2D es excelente. Tanto el dibujo como su posterior procesamiento para simular el movimiento está realizado de manera espléndida, dejando entrever —gracias a unas expresiones faciales muy bien llevadas— los sentimientos de los personajes de una forma sutil y consistente. 

Parece claro que el director nos ha querido hablar sobre el acto mismo de la evolución, de la búsqueda incesante del ser humano por perfeccionarse a sí mismo o de si es la propia humanidad la culpable de la situación en la que se encuentra.

Desde el punto de vista del guion, poco se le puede achacar a la libre interpretación que ha realizado Katayama de la obra homónima escrita por el mangaka Yuji Iwahara, publicada entre 2002 y 2005. Distando bastante del guion original, incluso habiendo llegado a  modificar el final de la historia, las decisiones tomadas realzan las virtudes del manga, dándole una visión y lectura diferentes tremendamente interesantes de los acontecimientos acaecidos. Parece claro que el director nos ha querido hablar sobre el acto mismo de la evolución, de la búsqueda incesante del ser humano por perfeccionarse a sí mismo o de si es la propia humanidad la culpable de la situación en la que se encuentra. Dichos mensajes no están para nada enterrados, y aunque son realmente seductores y darían para debatir largo y tendido sobre ellos, es más interesante dedicar unas cuantas líneas a hablar de aquellas ideas que están ligeramente más silenciadas por el total de la cinta. Una de ellas es sin duda la religión, la cual cuenta con un gran protagonismo, en ocasiones oculto, en ocasiones más frontal. Es curioso ver como una tierra en la que la presencia de la iglesia católica se reduce a, más o menos, el 1% de la población total , aún así, legendarios escritores japoneses como Akutagawa Ryūnosuke —el cual era budista hasta la médula—, con relatos del calibre de Rushiheru (1918) o La muerte de un creyente (1918) han dedicado sus palabras a reflexionar acerca de la tradición cristiana, su simbología y significado vital; llegando en ocasiones a plantearse si son realmente creíbles los mitos creados a su alrededor. Planteando enrevesados dilemas morales, mostrando símbolos habituales del catolicismo o, directamente, haciendo uso de mensajes subliminales, en los cuales es necesario pausar la acción y leer detenidamente el texto que aparece en pantalla; el cineasta realiza una profunda reflexión acerca de la presencia de la religión en los corazones de las personas, acerca de si reunirse con el creador es un momento melancólico o, por el contrario, de júbilo. En ningún momento se da una respuesta a los interrogantes planteados, así que debe ser el espectador el encargado de juzgar lo mostrado.

Entrando en el onírico terreno del mundo más allá del sueño es donde la cinta coge impulso y plantea las disyuntivas más interesantes. Como ya se comentó en la introducción de este texto, ¿son los sueños reales? La percepción de la realidad está sujeta a lo que uno cree que es «real», y ya que durante el propio sueño todo así lo parece, ¿se podrían considerar reales? Por el simple hecho de que los protagonistas han sido criogenizados con el único objetivo de que la raza humana sobreviva, ¿qué se sueña al estar en dicho estado? ¿Cuánto tiempo han estado dormidos? ¿Si uno vive dormido demasiado tiempo, el reino de los sueños se convierte en su mundo real? ¿Qué son realmente los sueños? Una vez más, los paralelismos con la inspiradora ópera prima del cineasta de Hokkaidō: Perfect Blue (Satoshi Kon, 1997), y con su cuarto y —tristemente— último largometraje: Paprika, detective de sueños (Satoshi Kon, 2006) son palpables. Todas estas cuestiones son planteadas por Kazuyoshi Katayama con una lírica sobresaliente, resolviendo las justas y dejando el resto como simples reflexiones, consiguiendo de este modo forzar al espectador a rellenar los vacíos deliberadamente inconclusos y crearse, de paso, una lectura propia acerca del mensaje planteado. Por otro lado, el proceso de la formación de los propios recuerdos que uno posee de su vida pasada es central en cuanto al mensaje que estamos tratando se refiere. La reflexión que realiza el cineasta, en la cual divaga acerca de la conexión —casi espiritual— que existe entre dos gemelos y que ha tenido siempre mucha presencia a lo largo de la historia del cine o de la literatura y filosofía, deja entrever que, a veces, puede que los sueños sean más reales que la realidad misma y que, en ocasiones, vivir soñando es mejor que vivir en el mundo terrenal; o desde luego, menos doloroso. La peor pesadilla de un ser humano sería más alegre que la situación planteada.

Si bien es cierto que todos tenemos una percepción personal acerca de lo que ocurre una vez cerramos los ojos, muchas veces no somos capaces de recordarlo. Los humanos somos seres enigmáticos, capaces de lo peor y de lo mejor. Hay quienes piensan que lo que se muestra en los sueños son recuerdos de una vida pasada. Hay quienes dicen que son visiones de una realidad alternativa. Hay quienes sostienen que simplemente son la forma que le damos a nuestros más oscuros miedos o a nuestros más anhelados deseos. Solo una cosa está clara, y es que no podemos vivir sin soñar, lo queramos o no.

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