Únicamente cuando estamos solos nos damos cuenta de que necesitamos a alguien, seamos conscientes de ello o no. Tumultuosos son los caminos que nos depara la vida, y recorrerlos es mucho más fácil si se está debidamente acompañado. Adaptando el relato corto escrito por Seiko Tanabe —el cual ya cuenta con una adaptación de imagen real dirigida por Isshin Inudô en 2003—, se nos cuenta la historia de Tsuneo, un estudiante apasionado por el mar, cuando conoce a Josee, una joven que se encuentra en silla de ruedas y que rara vez sale de casa debido a su incapacidad para andar. Es gracias a la abuela de Josee que ambos jóvenes empiezan a conocerse, desencadenando un torrente de sucesos y sentimientos que ninguno de los dos será capaz de controlar. Siendo el primer trabajo como director de largometrajes de Kotaro Tamura —el cual tiene ya a sus espaldas la muy solvente serie de anime Noragami (2014) y su secuela, Noragami Aragoto (2015)—, el resultado final deja buen sabor de boca y altas expectativas en la carrera que tiene por delante el creativo.
Si hablamos del tratamiento de la relación —de amistad, para empezar— de ambos personajes en el filme, debido a las condiciones físicas en las que se encuentran, se pueden ver ciertas similitudes con la excelente Intocable (Olivier Nakache, Eric Toledano, 2011) por razones obvias. El desarrollo de los acontecimientos y forma en que el vínculo entre ambos avanza está claramente inspirado en el filme francés, y es que, evidentemente, es un referente al que tener muy en cuenta. Impotencia, tristeza, soledad. Estos sentimientos están desarrollados con gran sensibilidad a lo largo del metraje que el nipón ha ideado. Debido a la situación que le ha tocado vivir, Josee no se fía de nadie, ya que casi en ninguna ocasión ningún ser humano la ha tratado con el merecido respeto. Utilizando la figura de la joven, Tamura orquesta una dura crítica a la individualidad de la sociedad actual, al pensamiento egocéntrico y a la desconsideración del prójimo, mostrando como en muchas ocasiones no se tiene el menor cuidado con las personas que sufren y que necesitan un pequeño empujón —literal y figuradamente— para seguir avanzando y no caer en los oscuros confines de la más pura de las desgracias. La metáfora del tigre como depredador fuerte y despiadado es extrapolada de la selva a la convivencia humana, y es que la ley del más fuerte también tiene cabida en nuestro mundo, tristemente. Por ello, la sobreprotección de la abuela para con la joven se ve intensificada, y es en este momento en el que los derroteros por los que el cineasta deja caer la narración se vuelven más oscuros. Ser un lastre, ¿no? Es muy posible que en algún momento de nuestras vidas nos hayamos encontrado en una situación en la que ha aflorado un sentimiento similar. A nadie le gusta sentirse un obstáculo para el resto, y menos uno tan evidente —y socorrido— como es el de encontrarse en una silla de ruedas y necesitar de otras personas para desarrollar con solvencia el día a día. Es por ello que de la espiral de autodestrucción y resignación en la que se encuentra Josee no es fácil salir, y menos uno solo.
Josee, el tigre y los peces es un agridulce relato que, entre la melancolía y la positividad, contrapone las dos facetas de las relaciones y sus consecuencias.
Siguiendo los cánones habituales de las cintas de este corte, el cliché del salvador está presente, encarnado en este particular caso en el personaje de Tsuneo. La relación amorosa que se irá gestando poco a poco entre ellos dista bastante de ser la típica representación excesivamente empalagosa en la que suelen caer la mayor parte de creadores de anime, abanderados por Makoto Shinkai y su archiconocida Your Name (2016) o su más reciente El tiempo contigo (2019). Existe un alto grado de elegancia a la hora de abordar estos temas tan sentimentales, cosa que se agradece en grado sumo y que eleva el total del filme, ayudando a diluir algunos traspiés en cuanto a los giros de guion se refiere. Como ya ha comentado un servidor en muchas ocasiones en esta revista, la animación es un componente de suma importancia a la hora de hablar de filmes de anime. En el caso que tenemos entre manos, no se puede sino aplaudir al trabajo realizado por Tamura junto a su ya habitual estudio BONES. Tanto los fondos de las escenas y su posterior entintado como el movimiento —2D, gracias a Dios, incluso en sus particulares rotaciones de cámara— y expresión facial de los personajes que se encuentran en ellas son de gran calidad, así como también el detalle de los fondos marinos, que recuerdan al trabajo realizado por Ayumu Watanabe para su particular Los niños del mar (2019). Las personas somos eso, personas. Nada más y nada menos. Josee, el tigre y los peces (2020) es un agridulce relato que, entre la melancolía y la positividad, contrapone las dos facetas de las relaciones y sus consecuencias desde los ojos de dos jóvenes que lo único que quieren es lograr sus sueños y ser queridos por los demás. Tener planes de futuro siempre está bien, pero nunca hay de dejarse llevar por lo que vendrá y olvidarse, por lo tanto, del aquí y el ahora, embelesados por grandes promesas que nunca se sabe si van a ser cumplidas. Lo que importa es estar con los que se quiere y disfrutarlo, no perderse en la ambición. Amor, qué bonita palabra.