La famosa expresión asturiana ye lo que hay (o es lo que hay dicha completamente en castellano) es una con un significado de difícil explicación para cualquier persona ajena a Asturias debido a sus sutiles matices. Cuando un asturiano dice ye lo que hay, no está simplemente diciendo es lo que hay de una manera aséptica. En su lugar, es una expresión usada para describir de forma resignada algo abiertamente mediocre, decepcionante o frustrante con lo que, generalmente, no hay más remedio que lidiar para desgracia de quien la emite. Dicha frase hecha norteña le sienta como anillo al dedo al largometraje Infiesto (Patxi Amezcúa, 2023), tanto por su localización en Asturias como por su más que absoluta mediocridad.
La película nos cuenta la investigación que llevan a cabo en Asturias durante los primeros días de la pandemia dos policías, Samuel García y Marta Castro, tras la aparición de una joven después de que llevara varios meses desaparecida. A medida que las indagaciones de los dos investigadores avanzan, descubren no solo que la joven había sido secuestrada, sino que es solo una de varias personas que han sido secuestradas y asesinadas por parte de un misterioso culto religioso que parece realizar rituales siniestros. La investigación les llevará a sacar a la luz un terrible secreto a la vez que sus vidas personales se ponen a prueba a medida que el covid se extiende y comienza a afectar a sus seres queridos.
El género del thriller (y en concreto el de investigación policial) es uno que tanto directores como espectadores tienen por lo general bastante bien calado. Un determinado crimen (generalmente asesinatos, secuestros o violaciones) es investigado por uno o varios individuos que, a medida que profundizan en los secretos que tratan de desvelar, también van profundizando en su propia oscuridad y se ven afectados personalmente por el mismo, llegando hasta el punto de que la resolución final del misterio se siente como una falsa victoria lograda a costa del sacrificio de una parte de su propia humanidad (sus códigos éticos, su visión de la humanidad, su estabilidad psicológica, etc.) y de descubrir que tales crímenes no son la excepción en la sociedad, sino el fruto de su propia oscuridad. El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991), Seven (Se7en) (David Fincher, 1995) y Memories of Murder (Crónica de un asesino en serie) (Bong Joon-ho, 2003) son quizá los tres grandes iconos de un género que ha demostrado ser muy interesante tanto para directores como para audiencias. Es así que cualquier cineasta que pretenda hacer una película de este estilo hoy en día ha de elegir entre seguir los cánones de esta clase de historias y destacar gracias a su correcta ejecución, como es el caso de La isla mínima (Alberto Rodriguez, 2014) o en reinterpretarlos y subvertirlos de manera exitosa y aportar algo novedoso, como en el caso de The Chaser (Na Hong-jin, 2008) o Perdida (David Fincher, 2014). Infiesto claramente trata de hacer lo primero, pero lamentablemente fracasa en cada una de sus interacciones con el género haciendo que al final se sienta como un «quiero y no puedo», como un intento de imitar las películas antes mencionadas sin saber qué es lo que las ha hecho buenas en primer lugar, quedándose en poco más que un Monstruo de Frankenstein de influencias de otras obras notablemente mejores.
Decía Scorsese que una película se divide en historia y argumento. El argumento comprende las cosas que ocurren, mientras que la historia representa el conjunto de emociones, motivaciones, transformaciones y dilemas que atraviesan los personajes a causa de tales cosas. Infiesto tiene mucho argumento, pero poca historia para sostenerlo. Por un lado, nos encontramos ante dos investigadores, una joven policía idealista y un cínico investigador veterano con una vida personal que se cae a trozos, que adolecen de una tremenda superficialidad. Nunca se profundiza en quiénes son estos personajes fuera de su rol de investigadores ni se dota a su personalidad de ningún rasgo particularmente original o interesante, haciendo por lo tanto que la capacidad de empatizar con ellos sea prácticamente nula. El guion trata en vano de convencernos de que estamos ante dos personajes relativamente complejos, pero sus mundos psicológicos y su dimensión humana nunca son exploradas por la cinta de manera solvente. El caso que investigan nunca parece tener un impacto humano real en ellos porque la película nunca sabe contarnos quiénes son estos dos seres humanos que hay detrás de su placa mas allá de los cuatro rasgos caricaturescos con los que el guion trata de simular una personalidad.
El viaje emocional de los protagonistas al tener que enfrentarse a la maldad, algo que en cintas como Seven (Se7en), Prisioneros (Denis Villeneuve, 2013) o Que Dios nos perdone (Rodrigo Sorogoyen, 2016) está en el centro de la historia que el director propone, se siente aquí como inexistente, o, en el mejor de los casos, como un mero condimento destinado a tapar las carencias de una película que nunca parece tener nada interesante que contar en dicho sentido. Toda oportunidad para crear un drama convincente alrededor de los sucesos que nos cuenta el director se disipa, en parte por un guion torpe en tal aspecto que nunca sabe ser más que una versión alargada de un capítulo de cualquier serie policiaca de segunda, dejando al final un vacío en donde debería estar el corazón de la historia que ni la interesante cinematografía ni las hermosas localizaciones asturianas son capaces de llenar. Al final todo se siente como visto con anterioridad, y por si fuera poco, mejor contado, en otras películas.
Es difícil no tener la sensación de estar ante una oportunidad perdida para crear una película interesante dentro de un género tan popular como el thriller.
Pero si la historia fracasa (casi por no comparecencia), el argumento tampoco es que funcione de manera particularmente notable. Si bien la trama sigue las convenciones del género de una manera razonablemente clara, la absoluta falta de originalidad en las situaciones propuestas y la forma en que el guion nos lleva a través del misterio que Infiesto propone hace que nada sea sorprendente, original o simplemente interesante. Cada giro del guion (incluida la revelación final, de la que ya hablaremos más adelante) es fácilmente predecible con varios minutos de anterioridad, y constantemente existe la sensación de que los diferentes tramos de la investigación existen más como escenas inconexas añadidas para alargar un poco la trama que como fruto de una narración coherente. Hacer un giro de guion es algo que tiene su arte. Es necesario que de primeras sea totalmente imprevisible pero que, a la vez, cuando se reflexiona sobre el mismo, el espectador descubra que las pistas, como migas de pan, siempre habían estado ahí, pasadas por alto pero evidentes en un segundo visionado. Eso es lo que hace que giros de guion como el del final de El club de la lucha (David Fincher, 1999) o El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999) sean considerados como pequeñas obras maestras en el mundo de la escritura de guiones. Amezcúa recurre al atajo de quien no domina este arte y plantea giros de guion que son sorprendentes únicamente por su poca coherencia con todo lo que el metraje nos ha contado previamente, haciendo que por lo tanto su impacto emocional y dramático en el espectador sea bastante limitado. Lamentablemente, esto no impide que sean abiertamente predecibles dado lo forzados que están en la trama.
Ejemplo de ello es el giro que se da en el último acto de la película (evidentemente, a partir de aquí hay spoilers bastante serios, lea con precaución) en el que descubrimos que uno de los responsables de los crímenes es el policía que está ayudando en un registro a uno de los protagonistas. Por un lado, es un giro de guion que, cuando es descubierto por el espectador, resulta bastante inerte dado que se trata de un personaje que, hasta ese punto, ha sido totalmente irrelevante en la trama y no ha tenido más presencia que la de un extra con alguna que otra línea menor, y no es mayor sorpresa que si en su lugar el asesino fuera cualquier otra persona que simplemente pasa por ahí. Pero por si esto no fuera suficientemente malo, la torpeza con la que este giro de guion forzado se introduce en la trama (un personaje totalmente menor de repente adquiere una súbita importancia incluso si esto no tiene sentido lógico teniendo en cuenta lo que la película nos ha contado hasta ese punto) ya delata a ojos de cualquier espectador curtido en este tipo de cine la gran sorpresa que se viene. A todo ello hay que sumar unas escenas de suspense y acción rodadas sin pulso, poco inspiradas y que demuestran el problema que para cualquier película supone el carecer de un lenguaje audiovisual que sepa plasmar lo que se quiere contar.
A nivel temático la película parece tener alguna ambición más sólida de lo que pretende ser. La decisión de ubicar la historia durante la pandemia funciona como un interesante contexto el cual usar para establecer paralelismos con la motivación de los antagonistas (un grupo sectario que busca evitar el fin del mundo mediante sacrificios humanos) y claramente eso es algo que la película trata de hacer de manera bastante clara. Por desgracia, esta dimensión social, si bien interesante sobre el papel, nunca llega a funcionar del todo bien en tándem con el resto de elementos de Infiesto, por un lado porque nunca se siente como un elemento central de la película y, por otro, por la propia inverosimilitud del resto del guion, que, especialmente en su resolución, tira por la borda cualquier tipo de realismo. Fuera de eso, la película muestra grandes dificultades a la hora de manejar sus temas, nunca dejando claras cuestiones que a priori parecen esenciales, como si el uso de métodos poco ortodoxos e incluso violentos para extraer información de los sospechosos por parte de Samuel están éticamente justificados o, por el contrario, demuestran su decadencia moral, o si las malvadas motivaciones de los antagonistas son una mera aberración o una consecuencia del mundo y las circunstancias en que les ha tocado vivir.
Siendo ya crítico a un nivel etnográfico (aviso de spoilers de nuevo, lea bajo su cuenta y riesgo), la decisión de elegir como antagonistas a una secta neopagana se siente como una muestra de ignorancia de la propia cultura asturiana. Tradicionalmente, ha sido Asturias una región en la que este neopaganismo, asociado al consumo de drogas, el ocultismo o ciertos movimientos hippies, no ha encajado particularmente bien (fuera de alguna lejana herencia cultural del mundo celta, como ciertos topónimos, y del folclore superficial y mercantilizado vendido a los turistas), sintiéndose el guion más como una historia genérica que podría haberse aplicado a cualquier lugar de la geografía española (o europea) que algo motivado por la propia Asturias. Esto no sería algo necesariamente malo si no fuera porque la película está continuamente recordando al espectador el estar ubicada en este lugar de la geografía española, pero sin embargo ignora varios elementos que sí son propios de la sociedad asturiana y que podrían haber dado pie a historias no ya más interesantes, sino más cercanas al lugar en que se ubica (desde las consecuencias de la reconversión industrial, que generaron unos problemas de crimen y drogadicción que todavía no se han superado hasta la tendencia en muchas poblaciones asturianas de que la gente se tome la justicia por su mano a causa de la incapacidad, hasta épocas recientes, de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado de tener una presencia sólida en todo el territorio).
Lo único rescatable de la película, además de los maravillosos paisajes asturianos, es una dirección de fotografía absolutamente sublime (quizá un poco excesiva en ocasiones, pero siempre efectiva) que sabe crear un tono ideal, y unas interpretaciones por lo general bastante sólidas de unos actores que logran sacar actuaciones interesantes de unos diálogos bastante anodinos, en particular un excelente Luis Zahera que se come la pantalla a pesar de su escaso metraje. El dúo protagonista formado por Iria del Río e Isak Ferriz demuestra tener buena química y saber exprimir hasta la última gota de aceite de sus personajes, siendo su actuación las más de las veces lo único disfrutable de la película. Así mismo, el uso de actores de reparto locales con buen domino del acento asturiano sabe dotar a la obra de un cierto realismo que se agradece enormemente.
Infiesto trata de ser muchas cosas y fracasa en casi todas. Por un lado, pretende de ser un retrato del mundo asturiano, pero se queda en ser una mera caricatura. Por otro lado, intenta ser una versión norteña de clásicos del thriller, pero en ese sentido su falta de originalidad, la mediocridad con la que ejecuta las convenciones del género y la ausencia de personajes complejos, interesantes o que sean algo más que un corta y pega de otras películas con los que el espectador pueda llegar a empatizar lo más mínimo anula cualquier oportunidad de la cinta para convertirse en una obra relevante dentro del género. Al final, es difícil no tener la sensación de estar ante una oportunidad perdida (máxime teniendo en cuenta la buena factura técnica, probablemente fruto de un sólido presupuesto) del cine español para crear una película interesante dentro de un género tan popular.