Human Factors
Lo que parece derecho está del revés

País: Alemania
Año: 2021
Dirección: Ronny Trocker
Guion: Ronny Trocker
Título original: Human Factors
Género: Drama
Productora: Zischlermann Filmproduktion, ZDF/Das kleine Fernsehspiel See, Bagarrefilm, Snowglobe Films, ZDF
Fotografía: Klemens Hufnagl
Edición: Julia Drack
Música: Anders Dixen
Reparto: Mark Waschke, Spencer Bogaert, Hassan Akkouch, Marthe Schneider, Karen Margrethe Gotfredsen, Sabine Timoteo, Tom Van Landuyt, Jule Hermann
Duración: 102 minutos
Festival de Sundance: Sección Oficial (2021)
Atlàntida Film Fest: Sección Domestik (2021)

País: Alemania
Año: 2021
Dirección: Ronny Trocker
Guion: Ronny Trocker
Título original: Human Factors
Género: Drama
Productora: Zischlermann Filmproduktion, ZDF/Das kleine Fernsehspiel See, Bagarrefilm, Snowglobe Films, ZDF
Fotografía: Klemens Hufnagl
Edición: Julia Drack
Música: Anders Dixen
Reparto: Mark Waschke, Spencer Bogaert, Hassan Akkouch, Marthe Schneider, Karen Margrethe Gotfredsen, Sabine Timoteo, Tom Van Landuyt, Jule Hermann
Duración: 102 minutos
Festival de Sundance: Sección Oficial (2021)
Atlàntida Film Fest: Sección Domestik (2021)

Sutil, el cineasta nos sumerge en una estructura de «Alicia a través del espejo»: diferentes puntos de vista dentro de una familia centroeuropea en su declive políticamente correcto. Coquetea con «Funny Games» destapando sumisiones e incomunicaciones.

La cámara entra en una casa de campo con un ejercicio que recuerda al del Scorsese de Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), recorriendo el espacio generoso, acogedor, de estética eco made in Ikea. Pseudo-natural, como todas esas luces que intentan imprimir calidez a los espacios interiores que iremos viendo. Allí esperamos la entrada de una familia que se nos presenta ya como con ciertos medios, aburguesada. Al posicionarnos dentro, adoptamos el rol de la invasión de su intimidad. Porque pese a la persistente esencia thriller, esto es un drama contenido, pero en una agonía reprimida de cara a los demás, con esa barrera protectora de corrección política y educación extrema que caracteriza a la clase media-alta blanca centro-europea, que delimita escrupulosamente dónde termina el propio espacio y comienza el ajeno.

Enseguida se nos identificará ese aséptico lugar como la segunda residencia familiar, la vacacional. Algo menos personalizada. Una de las primeras señales que el público adepto a los festivales independientes percibirá en esta rotación del travelling, es que no pasa casualmente barriendo el espejo en la pared, tan deliberadamente puesto junto al vinilo decorativo del conejo o liebre grisácea, que parece correr escaleras arriba, hacia las habitaciones de hija e hijo. Y simbólicamente, esto tiene varias implicaciones relevantes. Por una parte, el trayecto, que nos presenta cada estancia para hacernos vívido quién va a entrar por la puerta, marca ya ese ritmo de suspense antes referido, y que conservará cuidadosamente durante todo el metraje, en el que nuestro cerebro será puesto constantemente en alerta por cuanto pueda sucederle al pequeño o a la adolescente. Esas vueltas que da la cámara entonces, también las dará el guion luego, y este guarda paralelismos con la novela Alicia a través del espejo, en primer lugar, porque nos hace preludio de la estructura no lineal de esta historia, y el que nada sea lo que parece. Lo que parece derecho, está del revés. Esa familia no es tan modélica, por mucho que la fotografía regale algún momento de playa digno de Sorolla, en uno de los escasos momentos de bella luz natural, bastante mortecina, por lo general en esa geografía y que redunda en una paleta de colores que recuerda a las habituales de Denis Villeneuve. En esa casa se teme a la inmensidad del exterior: el niño teme al mar, la madre teme a lo que haya tras la puerta acristalada y los árboles en la noche —en una puesta en escena que recuerda a la primera Scream. Vigila quién llama (Wes Craven, 1996)—.

Esta escena resume hasta qué punto desconocen ya muchos padres a sus hijos y su incapacidad para mantener ya cierto control educacional y protegerles.

Y al igual que esa unidad de convivencia está resquebrajada, está narrada como un puzzle que se construye con diferentes bucles, uno por cada punto de vista de cada integrante de esa familia en torno a lo que llamaremos «El Suceso», más el bonus final de la perspectiva de un o una invitada que no os estropearemos, porque se ha visto pocas veces y no os privaremos de esa sorpresa que destapa varios misterios. Y mientras tanto, temeremos por esos riesgos que la atmósfera nos hace detectar constantemente asediando a las criaturas de la casa, y que los padres, en guerra fría el uno contra la otra —o más bien, en el afán colonizador del uno sobre la otra—, no son capaces de percibir. 

La otra razón por la cual la sombra del universo de Lewis Carroll es tan relevante en este guion, va más allá de lo estructural: ese conejo que corre con prisa, bien podrían ser unos padres que, en realidad, viven en demasiado estrés como para conocer a sus hijos. No tienen ni idea de la que se cuece en las nuevas generaciones, en sus intereses, sus necesidades y en qué jungla social —intensificada por la combinación juergas nocturnas, más violencia para lucir en redes, más máscaras de animales— se están viendo forzados a integrarse o autoexiliarse. Porque como al señor conejo, se les pasa la vida, están muy atareados. La cabeza está en otra cosa y hay prisa. Y entre El país de las maravillas y A través del espejo, muere el espíritu infantil de Carroll, como ciertos descubrimientos resquebrajan la inocencia infantil, y eso también sucede en esta cinta. 

Las cajas que abundan en el filme son un excelente recurso simbólico para representar el constructo de las barreras y fronteras.

El detonante es un susto muy gordo que no cabe adelantaros, y a raíz de ahí, el fantasma de un posible home invasion sobrevuela constantemente a esa familia —razón por la cual continuamente se ven alusiones a Haneke en las promociones de Human Factors (Ronny Trocker, 2021). Pero es una mera coquetería con esa idea, una simple excusa para ir despojando de capas la cebolla de las relaciones de este microclima. Quien tiene el mando de la tele, tiene el de la casa, solía decirse en las generaciones premillenials. Veremos una falta de comunicación abismal, en parte por corrección política, en parte por nulo conocimiento de gestión de emociones. Pero también se destaparán mentiras que nacen del puro afán de control, de mantener el estatus de poder e incluso de explotación. De saberse carente de algo en que alguien es quien realmente posee el talento que se quiere utilizar. Se habla del expolio en lo meritorio y laboral y se trata en clave feminista. Se habla de maltrato psicológico, de cómo el perfil de maltratador procura aislar a su víctima de ese entorno —familia, amigos…— que le pertenece solo a ella, aislándola. El chantaje emocional, la manipulación… todas esas estrategias están sabiamente dispuestas sin llevar una pancarta de sobrexplicación. Y denuncia una retención muy sutil, muy irrespetuosa con la voluntad de la otra persona. Un grado de acoso que rara vez se habrá visto retratado así en el cine, por ser apenas perceptible, retorcidamente sibilino. Y visibilizar esto es un acierto descomunal y del que apenas habían precedentes. No en ese grado.

El exterior está borroso y se antoja incierto, pero es la luz a la que necesitan salir los miembros de esta sombría familia supuestamente modélica.

Y en lo que al hablar se refiere, el uso de una u otra lengua en esta familia bilingüe, también tiene mucha miga. Por una parte, la adolescente que quiere pasar desapercibida se parapeta en una lengua asociada a la frialdad del padre: el alemán. La figura infantil, más abierta con sus emociones, conecta con la lengua materna, francesa. Sobre ambos idiomas recae un prejuicio lingüístico: visto desde cada perspectiva, la que defienda una u otra, se puede leer la eficiencia, profesionalidad y seriedad del alemán contra lo bohemio e incluso hippie —ella no se quiere meter en política—, relajado en exceso, de la lengua francesa. Cambiando de prisma, esta se puede antojar más humana y la otra más gélida, y conectado en el imaginario colectivo con una actitud marcial, competitiva, capitalista y conquistadora que remite a tiempos terribles que acentúan la homofobia, machismo y, en resumidas cuentas, ultraderechismo que representa ese padre cuya complexión aria y su estructura anatómica de atleta olímpico, de máquina bélica, sería el sueño húmedo de Hitler. Esa idea es muy potenciada por la imagen del remero inexpresivo, siempre vencedor en las contiendas pasivo-agresivas del hogar. Porque, ya lo dice en una ocasión su esposa: rara vez se discute, como tal, en esa casa. Y sin embargo, la tensión es permanente, la asfixia se palpa en los silencios, en el cruzarse por la casa evitando rozarse con quien constriñe la propia vida y elecciones. Él es quien marca el rumbo, y no solo de la embarcación: es quien toma las decisiones por todos. Es quien censura qué televisión se puede ver en casa, y para muestra cierta escena en que un videoclip de rap-fusión contemporáneo, muy sexualizado, pero muy reminiscente de M.I.A amenaza con infectar —desde un punto de vista nazi— la mente de su hija con un feminismo islámico o, por lo menos, interseccional y antirracista. 

Aunque gran parte de lo que realmente se quiere decir, recae en el lenguaje no verbal. Por ejemplo, quien habitualmente evita el conflicto, usará el moño rígido para adquirir una autoridad que se le niega cuando luce su trenza hippie. También cuando empiece a querer poner en firme unas ansias de romper con esa espiral que va a peor, en la que incluso afloran una homofobia y un racismo que, sumadas al perfil físico y actitudinal del mandatario de la familia, extrapolan ese microclima a algo más global: a la Europa supuestamente democrática que, como la madre de aire casi hippie… más bien, «progre», —con ese tonito despectivo que se le pone cuando se juzga que ella se pueda haber alejado del contacto o solidaridad con la clase obrera—, porque, en el fondo, se deja seducir por los movimientos de ultraderecha que, ya nada taimados, revelan de pronto que la tienen dominada. Y repudian a quienes, desde el exterior, se acerquen a sus fronteras —a las de este continente económico como al de esa casa que no es, de ninguna manera, un hogar—.

El pequeño, más sensible, tiene miedo de seguir el camino de su padre y su hermana. La fase del complejo de Electra hace que ella idolatre al padre y escoja su lengua alemana. El niño está enmadrado, afrancesado.

Las cajas que abundan en este filme son un excelente recurso simbólico para representar este constructo de las barreras y fronteras. Alambradas que pueden ser casi invisibles. Una caja puede hacer las veces de casa para, por ejemplo, un roedor pequeño y frágil. Una caja tiene un aspecto menos lúgubre que una jaula. Pero la función es la misma. Para quien custodia la caja, el contenido es valioso. Puede ser esa pequeña mascota que se ama desde la posesividad como reza Margaret Atwood: «una rata en un laberinto es libre de ir a donde sea, siempre y cuando permanezca dentro del laberinto». Pero también pueden ser unos libros por los que una sienta apego; los de los estudios que nos dan legitimidad, en el caso del filme; eso que nos dijeron en la infancia —y que tantas personas pudimos llegar a creer— que nos blindaría con cierta protección en la jungla capitalista; quizás lo único que creímos que podrían quitarnos, esos los méritos al esfuerzo, o a la creatividad. Ese falso reconocimiento a la validez. Situación que es representada literalmente durante un enfrentamiento ya muy soberbio e incipientemente físico que difícilmente un juez catalogaría de agresión física, pero que el público sentirá ya en las entrañas como violencia machista. La caja puede ser un secreto adolescente, un placer culpable y una pizca rebelde. Como la puerta del dormitorio que guarda las lágrimas de esas edades, en que los principios de la púber de este relato chocan con los de su propia generación. Se guarda lo que se atesora, lo que se desea para sí y no se quiere soltar. A veces una casa es esa caja. Que es una jaula disfrazada. O inconsciente para quien la habita y quien la custodia.

Y aunque se huya por la rendija de la puerta en cuanto se vislumbra el camino despejado hacia la luz, la idea de caja ya está grabada a fuego en el cerebro del roedor. De la criatura largo tiempo domesticada. Como sucede con los personajes de la novela Alicia a través del espejo que separa el mundo onírico del real: lograr atravesarlo significaría poder comenzar a soñar, pero se ven afectados por la idea del espejo. Existe un condicionamiento en ese fantástico mundo de Carroll al que se recurre para explicar el de la rata. El de la mujer atrapada. Pero también el de las conductas heredadas o no atajadas a tiempo: porque también veremos qué acciones desagradables y reprobables en la vida adulta son consentidas en la infancia, desde la condescendencia y el aplauso a la monería.

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