La poesía es un arte íntimamente relacionado con el cine. Por lejano que parezca en forma, el lenguaje del que parten comparte métrica, intensidad y, sobre todo, tono. En el caso de Great Yarmouth: Provisional Figures, del portugués Marco Martins, esa distancia se estrecha todavía un poco más, adoptando una atmósfera que se mete en las entrañas, que hace daño antes incluso de mostrar el horror, que divaga a través de versos visuales y deposita toda su carga semántica en las sensaciones que transmite a través de lo gris, de lo quieto, de lo sórdido y lo hostil. Es una obra ambiciosa, pero también infinitamente intrigante: cuenta la historia de Tânia, encargada de colocar a obreros portugueses en la ciudad de Great Yarmouth, en Norfolk, donde trabajarán en terribles condiciones en una planta de producción de pavo donde, como dicen, huele a «sangre y mierda». Martins se enfrenta a la narración como si de una incursión en el realismo social se tratara, con mirada descreída y espíritu de denuncia. Sigue a sus personajes con una cámara muy implicada, que interpela directamente a través de sus poquísimas concesiones y sus muchas sensibilidades, conectando con ellos a un nivel muy profundo pero rehuyendo las palabras vacías: en el papel protagónico, cabe destacar a una magnífica Beatriz Batarda, que con unas pocas miradas y una dicción tan delicada como herida consigue representar el tono general de la obra: la infección de los lugares y las esperanzas que van a morir a un matadero sin escrúpulos, el abandono del futuro a cambio de tres migajas de pan, la huida hacia un lugar descompuesto con la única promesa de desaparecer a un ritmo distinto.
Una película incómoda, lenta, figurativa y, ante todo, honesta. Una obra que se vale de una estética asombrosa para definir el timbre de su voz.
Después de todo, lo que más llama la atención de la obra de Marco Martins es el modo en que elige contar su historia: no busca una narrativa simple, sino que parece sentirse más cómodo relatando desde la oscuridad, haciendo que sea el entorno y sus posibilidades el que tome las riendas de la historia. Pero es que además, su apartado visual es bellísimo, tormentosamente estético, al punto de que gracias a esta mirada sobre la forma que convierte la imagen en motor del desarraigo la narrativa se puede permitir el lujo de funcionar un par de marchas por debajo de lo que sería de haber abrazado totalmente la cadencia de un Ken Loach o un Mike Leigh, dando como resultado una historia a veces silenciosa, a veces ruidosa, pero siempre reposada y de avance flemático. Claro que esto puede poner a prueba la paciencia del espectador, sobre todo si se acerca a la pieza pensando más en la denuncia que en la mirada sobre la propia denuncia, pero el resultado final, y el sabor amargo-subversivo que deja en la boca, conecta intensamente con la reivindicación tanto como con el ensayo triste. Porque su mirada sobre la migración laboral es aguda y ácida, pero multidimensional: representa a personas llenas de escalas de grises, en las que los buenos y los malos están bastante desdibujados, pero que a su vez no falta a su elevado derecho a señalar la xenofobia institucional y, sobre todo, la social. Great Yarmouth: Provisional Figures es una película incómoda, lenta, figurativa y, ante todo, honesta. Una obra que se vale de una estética asombrosa para definir el timbre de su voz. Y como decía Amy Macdonald en aquella canción, que suena en mitad de la película y que se siente como otra voz más dentro de la oscuridad: «y cantas las canciones pensando que esta es la vida. ¿Dónde dormirás esta noche?».