«Todas las historias están contadas, solo varía la forma de hacerlo». Esta es una de las máximas del guion audiovisual y uno de los retos más difíciles de superar para los escritores. Y puede que, en parte, sea cierta, pero la verdad es que las historias no solo se definen por un tema principal y un mensaje final que impacte al público: el proceso hasta llegar a ellos incorpora detalles, personajes y diálogos que enriquecen la obra en su conjunto y la hacen única. Esto también incluye a las adaptaciones y a las historias inspiradas en hechos reales u otras creaciones artísticas, como ocurre con la película que compete a esta crítica: Fire Island (2022), el tercer largometraje de Andrew Ahn. Al igual que en su ópera prima Spa Night (2016), el director estadounidense vuelve a abordar la homosexualidad desde la perspectiva de un personaje de origen coreano, aunque en esta ocasión el guion no lleva su firma, sino la de Joel Kim Booster, quien, además de productor ejecutivo, es el encargado de dar vida a Noah, el protagonista del filme. Así, con el objetivo de modernizar una historia universal, popular y de época, el humorista, escritor y actor se inspira en la novela Orgullo y prejuicio (1813) de Jane Austen para confeccionar una comedia romántica bajo la promesa de otorgarle diversidad y, tal y como menciona la narración introductoria de Noah, de eliminar las «chorradas de heteros» de la versión original —«sin ofender a mi querida Jane», matiza—.
Una obra crítica, humana, divertida y personalmente política con una propuesta narrativa arriesgada pero certera.
Fire Island se ubica en la isla neoyorquina del mismo nombre, conocida por ser un lugar de encuentro para la comunidad gay. Allí se dirigen cinco amigos —¿o cinco hermanas?—, donde la «madre de la familia» les espera en su lujoso chalé que, por sorpresa, se verá obligada a vender. De esta forma, la película presenta las últimas vacaciones veraniegas del grupo centrándose en dos personajes: Noah y Howie, ambos de origen coreano. El primero, obsesionado por que su mejor amigo tenga relaciones sexuales, decide abstenerse de ligar con ningún chico hasta que Howie consiga su objetivo. Bajo esta premisa, la discriminación dentro del colectivo LGTB se plantea desde una perspectiva racial, de expresión de género y de clase, ya que ninguno de los cinco chicos cumple el estándar normativo de «gay blanco, masculino, rico y guapo». Aunque la cinta no termina de romper con estos estereotipos y no es capaz de indagar más allá del colectivo cisgay, es de agradecer su crítica explícita a ciertos comportamientos entre las personas homosexuales y su apuesta por personajes principales con características bien diferenciadas. En este sentido, Fire Island también aborda la sexualidad, las relaciones románticas, la amistad o, de forma más sutil, las drogas y el acoso. Habla, en definitiva, de aprender a lidiar con la frustración y la marginación por parte de un entorno que debería hacerte sentir seguro, pero también de perdonar y encontrar compañeros de vida que te comprendan y ayuden, aunque a veces no sepan cómo hacerlo.
Retomando su relación con Orgullo y prejuicio —que, sin duda, es el pilar fundamental del guion—, Booster recupera elementos y personajes míticos de la novela de Austen que mantienen alerta a los espectadores que conozcan la historia a la hora de captar las similitudes entre ambas obras, sobre todo por la mención directa al libro en el inicio del filme con su posterior aparición en escena. De hecho, resultan tan evidentes algunos paralelismos que, en ciertos momentos, parece contraproducente para el desarrollo de la trama que Booster decidiera mantenerse tan fiel a la novela, ya que algunas escenas —como la discusión bajo la lluvia— llegan a estar innecesariamente forzadas, aunque es digno de ver cómo justifica que el protagonista reciba una carta en papel en un mundo dominado por los teléfonos móviles. A pesar de todas sus piruetas narrativas, realizadas con mayor o menor acierto, la adaptación general de Fire Island sale airosa de su cometido porque logra situar la esencia de la historia en un contexto opuesto, manteniendo el desarrollo de sus tramas y algunos roles en sus personajes —Noah, por ejemplo, comparte con Lizzy su rechazo por tener pareja y su pasión por la lectura, que servirá como excusa para acercarle a su particular Sr. Darcy—. De igual forma, cabe destacar la sustitución del drama por la comedia, que otorga un tono unificado y coherente al conjunto de la película sin la necesidad de robar carcajadas de manera continua. Por tanto, Fire Island se consolida como una obra crítica, humana, divertida y personalmente política con una propuesta narrativa arriesgada pero certera.