Revista Cintilatio
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Fantasías de un escritor (2021) | Crítica

El soliloquio del engaño
Fantasías de un escritor, de Arnaud Desplechin
Explorando el acto creativo, el amor, el engaño y la búsqueda de un ideal intelectual, Arnaud Desplechin entrega una película a veces esquiva a veces apasionante, pero nunca indiferente y siempre capaz de desprender un potente magnetismo.
Por David G. Miño x | 3 junio, 2022 | Tiempo de lectura: 4 minutos

Con Arnaud Desplechin nunca se sabe, lo mismo se trabaja una película intelectualmente estimulante con ideas con nervio detrás que, por la contra, se precipita al vacío de la pretenciosidad sin terminar de cogerle el pulso a lo que sea que estuviera en su cabeza. Ante todo, que vaya por delante que no me considero un enemigo de las obras que demuestran cierto punto de arrogancia, más bien al contrario: en el cine de autor, es casi necesario que el cineasta juegue fuerte y con un punto de altanería para que el resultado sea memorable y nutrido de ideas inéditas. Sin pasarse, claro, ni ponerse a sentar cátedra sobre lo humano y lo divino sin un discurso que le respalde. Así las cosas, digamos que Fantasías de un escritor (2021), lo penúltimo de Desplechin —lo último fue Frère et soeur (2022), presentado en sección oficial de Cannes— y adaptando a Philip Roth, pertenece a ese primer y positivo grupo, el del ardor filosófico, aunque se presente ambigua y por momentos excesiva en lo visual. La trama es sencilla: un célebre escritor (Denis Podalydès) mantiene conversaciones acerca del amor, del adulterio, del sexo, del antisemitismo —sí— y de la vida con diferentes mujeres que fueron en algún momento amantes. La harina la proporciona el hecho de que en todas esas charlas existe un componente ilusorio en el que la realidad fílmica está supeditada a la conciencia y a la idealización, hasta el punto de que uno no sabe con certeza hasta qué punto cuánto de lo que se ve y se escucha tiene base real o supone, por la contra, una representación formal y romantizada de las inquietudes morales y emocionales del protagonista, que explora su propio subconsciente para dar forma a su interior y a sus relatos. Uno que él pueda entender. O que puedan entender los demás.

Posee unos activos artísticos extensos y de profundidad legítima, y una progresión narrativa singular y elocuente sobre el soliloquio del malestar emocional y el acto creativo.

Denis Podalydès y Léa Seydoux protagonizan el núcleo de Fantasías de un escritor.

Lo cierto es que Fantasías de un escritor es realmente muy interesante cuando se la despoja de su artificio narrativo, de esa tendencia a la sobrecarga estética en la que incurre por momentos, y se la deja flotando en el vacío de su mensaje: aunque la mirada es la de un hombre aburguesado —y en este caso mencionemos que lo es tanto del protagonista como del director— colmado de comodidades que tiene el tiempo y el espacio para buscar la aguja en el pajar, no sería descabellado afirmar que de entre toda la vacuidad existencial que exuda hay cierta precisión en el modo de entender el aparato social en el que se mueve. Así, con cada amante, un desarraigo. Un modo de aprehender la deriva del amor tanto con base en lo pasional —el sexo, la dependencia, la incertidumbre, los celos— como en lo intelectual —la conversación, la política, la búsqueda de la estética, la comprensión formal—. Y ahí habría que destacar por necesidad a Léa Seydoux y a Emmanuelle Devos, tanto musas en lo narrativo como en lo verdaderamente cerebral. El enorme trabajo de cada una de ellas —y de Denis Podalydès, por supuesto— en lo tocante a lo subconsciente de la relación que mantienen con el ínclito escritor confirma que Desplechin trata de introducirse en las nebulosas de las pasiones de una manera frontal, que esquiva todo lo adyacente —el contexto sociocultural, por ejemplo— para elaborar un relato completamente intelectualizado de las pulsiones más especulativas del ser humano. Algunas de ellas, como la conversación abierta sobre lo que significa la pareja, el amor, la exhibición de la sexualidad, resultan muy inspiradas; otras, por la contra, como la toxicidad individualista o la pretendida deconstrucción de la misoginia son algo tendenciosas, aunque nada que la lleve a lo insalvable. No obstante, y al margen de sus cabriolas escénicas, Fantasías de un escritor posee unos activos artísticos extensos y de profundidad legítima, y una progresión narrativa singular y elocuente sobre el soliloquio del malestar emocional y el acto creativo que resarcen cualquier pequeña salida de tono que pudiera tener. Y con eso sería lo justo permanecer.