Revista Cintilatio
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En los márgenes (2022) | Crítica

Algo por lo que luchar
En los márgenes, de Juan Diego Botto
Juan Diego Botto entrega una película de profundo trasfondo social que, valiéndose del recurso de las historias cruzadas, consigue crear un clima emocional que, pese a algún exceso, convierte la terrible realidad en un acto de vigencia.
San Sebastián | Por David G. Miño x | 17 septiembre, 2022 | Tiempo de lectura: 4 minutos

El cine de trasfondo social es complicado. Por un lado, está la viabilidad del mensaje, que va a estar supeditada en mayor o menor medida a las propias convicciones del espectador. Y por el otro, tenemos la capacidad para ofrecer un discurso relevante, centrado y organizado que desplieguen los autores de la obra para resultar consecuentes y aperturistas sin pisar demasiado la ciénaga de la propaganda, o de los lugares comunes. Dicho esto, el largometraje de Juan Diego Botto da un poco de todo, un poco de la sinceridad y el agarre, un poco de la relevancia y la honestidad, y también un poco de «too much» y de sobreintensidad vital. Pivota alrededor de la problemática de los desahucios, los engaños y las mentiras institucionales, pero quizá con lo que haya que quedarse es con el abandono, la tristeza, la indefensión de todos los que han caído en las manos de un sistema con la misma capacidad para capitalizar bienes que seres humanos. Y ahí es dónde Juan Diego Botto se muestra firme, enorme en realidad, con un pulso incómodo que atestigua en la imagen una fuerza de insoportable carga, que llega a colocar un nudo en el estómago por aquello que enseña, en la punta y en el fondo del iceberg, tan irregular como absolutamente sincero. Una imagen-dolor que hace tanto daño por lo que constata como por lo que solo deja entrever: desigualdad, xenofobia, desprotección. En los márgenes tiene algo insólito en su narrativa, y es que instalándose en las historias cruzadas, no se llega nunca a sentir como algo inverosímil: deja el suficiente margen para respirar, y se deja leer en clave social, por supuesto, pero también personal. Lo suficientemente personal como para que cada personaje ejerza tanto de tótem como de individuo único en su especie.

Tiene algo de grito, pero entonado. Una película que busca en lo que queda fuera del sistema su fuente de conflicto, pero que posee también una inmensa belleza estética.

El contexto de En los márgenes pasa por la terrible realidad de los desahucios.

Llegado este punto, hablar del trabajo de Penélope Cruz y Luis Tosar es imperativo. La primera, de la que poco más podemos decir que no se haya dicho ya, convierte el dolor en algo palpable, que casi se puede tocar y respirar a través de cada mirada, cada lágrima y cada hilo de voz. Inmensa. El segundo, un despliegue de fuerza y sensibilidad, tan enterrado en la urgencia como en la búsqueda de algo más. Dos interpretaciones que si bien no dan totalidad, sí contexto a una obra que bebe de manera orgánica de lo coral pero que se fundamente en la transformación, en la capacidad de dar forma a las motivaciones individuales de sus personajes y que encuentra en Cruz y Tosar a sus motores. Juan Diego Botto —del que no nos podemos ir sin elogiar su papel delante de las cámaras, no el más extenso en minutos pero sí uno de los que más subtexto esconden— consigue de este modo una película desigual que busca en lo que queda fuera del sistema su fuente de conflicto, pero también poseedora de una inmensa belleza estética, que desborda acción y relevancia con cada acción acometida. Y ahí es el lugar en el que se enfanga un poco —nada tremendo, pero sí mencionable—, al exceder momentáneamente la línea invisible de los eventos amontonados, aunque la realidad tenga una fuerza análoga a la ficción y, por lo tanto, deba ser atendida bajo los mismos parámetros. En los márgenes tiene algo de grito, pero entonado, como si al final de la nota sostenida por el desamparo se pudiera intuir algo de melodía; de drama insoportable que revienta corazones en una explosión que también los reconforta. Y supongo que eso es lo máximo que le podemos pedir al cine: que tenga verdad, que tenga alma y que no se deje reducir, aunque para ello tenga que pagar el peaje de algún exceso y alguna hipérbole.