Revista Cintilatio
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El seductor (1971) | Crítica

Cada una a su alcance
El seductor, de Don Siegel
Comparamos el remake de Sofia Coppola con su original de 1971, y aparte de tratar de no hacer disquisiciones huecas sobre gustos, comentamos la de Don Siegel protagonizada por Clint Eastwood por varias razones que explicamos.
Por Daniel González Irala | 30 junio, 2023 | Tiempo de lectura: 4 minutos

Es curioso como tanto el título de la película de Siegel como de la de Sofia Coppola (The Beguiled) en inglés hizo que los traductores al castellano cambiasen en dos ocasiones —que se sepa— el mentado nombre. De esta forma, una de las películas por las que Clint Eastwood se hizo cineasta se llamó en su día «El engaño», que se correspondía más con la primera acepción del término que daba el diccionario, si bien alguien con mayor criterio comercial y menos afición por los spoilers, decidiría renombrarla según su segunda acepción, El seductor, haciéndose gala del modo en que tito Clint llenaba la pantalla. Por otro lado, y teniendo en cuenta que hoy estamos en plena era del streaming, la versión de Sofia Coppola ha pasado a llamarse La seducción, quizá porque, aunque Colin Farrell llena menos la pantalla que Eastwood como actor, lo genérico a fin de cuentas tampoco venía aquí mal.

Que conste que no soy ni detractor ni fan absoluto de una u otra película. Don Siegel, que murió en 1991, abandonando su carrera audiovisual diez años antes, probablemente tenía en su imaginación para el papel de soldado yanqui en plena Guerra de Secesión al sur de Estados Unidos a alguien como Harry el Sucio, pero en simpático. Por otro lado, Sofia Coppola decidió meter mano a este espléndido guion, a sabiendas de su conocimiento del universo estético femenino de los noventa, demostrado sin ambages en Las vírgenes suicidas (1999), decidió cargar más las tintas sobre el personaje de la directora del internado (Nicole Kidman) antes que la del soldado. Ambas películas pues responden a contextos socioeconómicos distintos, y en favor de Coppola cabe destacar lo exquisito de la puesta en escena y la fotografía más oscura y brillante, quizá porque ilumina gran parte de las escenas interiores con velas. También existe un detalle por el que Boyero y Martínez renegaron de ella, y es que en la de Siegel se filma un sueño cuasiorgiástico con tres mujeres, que desemboca no tanto en lo tanático del amor (que también) sino en la iconografía religiosa, en concreto un cuadro como de El Greco que justificaría las motivaciones para ayudar al finalmente prisionero, los silencios y las construcciones de unas atmósferas de intranquilidad y desasosiego. Por el contrario, en la de Coppola, cuando a Farrell le ofrecen bourbon en un principio, queda claro desde el minuto cero que no es para su placer, sino para curar su herida. Otro detalle a este respecto es el del pañuelo azul que denota pertenecer a los yanquis antes que a los sureños, cuyo juego visual Coppola lo empieza en el arranque, para aprovecharlo y exprimirlo hasta la saciedad, convirtiendo la trama en algo más previsible.

Clint Eastwood interpreta a John McBurney.

Centrándonos más en la película de Siegel, hemos de decir que se explota más en ella el elemento natural y que las chicas internas son más primitivas, en el sentido de necesitadas de alfabetización básica, un detalle puede venir dado igualmente por la época en que fue rodada. Resulta más terrorífica porque se da mayor pábulo (poco más, pero algo) al machismo, como práctica no solo ejercida por hombres. Basada en una novela de Thomas Cullinan y con un guion escrito al alimón por Albert Maltz y Grimes Grice, tiene entre una larga nómina de productores al propio Clint Eastwood, contando además con música de Lalo Schifrin, la fotografía de Bruce Surtees y el montaje de Carl Pingitore. Conforme se incrementa el suspense y desde el principio en las heridas resecas de John McBurney cobran especial importancia los departamentos de vestuario de Helen Colvig y maquillaje. Igualmente, la película contó con una dirección artística nada minimal, como decíamos, destacando la figura de Alex Alvarez y su equipo, y Clint Eastwood contó hasta con un doble para escenas peligrosas, Buddy Van Horn.

En los créditos iniciales llama igualmente la atención la aparición de la ya por todos conocida y asociada a Eastwood productora Malpaso, que le sirvió igualmente para enamorar a Meryl Streep en Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995) o a que nos enamoráramos nosotros de ese gran coche en Gran Torino (Clint Eastwood, 2008) años después y entre otras muchas aventuras. Hay que decir igualmente que no toda la crítica internacional le fue favorable en su día, y en Variety se dijo: «no funciona y suscita risas en todos los lugares equivocados, es una comedia negra pero tratada de forma torpe». Tal vez la idea de machismo comentada tuviera algo que ver, pues por lo demás el sur de Norteamérica nos llega en forma de transpiración del sudor de una forma bien gráfica y en forma de gigantesca y absorbente pesadilla, también para ellas.