Revista Cintilatio
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El chico y la garza (2023) | Crítica

En frágil equilibrio
El chico y la garza, de Hayao Miyazaki
Hayao Miyazaki nos regala una obra cargada de reflexiones existencialistas acerca de la muerte, lo que somos y lo que podemos ser. Un cuento en ocasiones críptico en exceso pero con una poesía visual que deja ver al completo el genio del cineasta.
Por Diego García Miño x | 19 noviembre, 2023 | Tiempo de lectura: 8 minutos

¿Cómo vivimos? ¿Por qué vivimos? ¿Qué nos ha traído aquí? La filosofía ha tratado de dar respuesta a estas preguntas desde los albores de la humanidad, desmenuzando los pormenores del existencialismo, preguntándose de dónde venimos y adónde vamos. Cuestionando por qué estamos aquí. ¿Qué es aquí exactamente? ¿Cuál es nuestro cometido? El sufrimiento es un sentimiento humano, nos hace querer cambiar, pero por él es posible caer en el abismo del pesimismo y la autodestrucción. ¿Somos lo suficientemente fuertes como para aguantar? ¿Somos lo suficientemente fuertes como para querer seguir adelante? Siendo consciente de todo esto, el legendario cineasta Hayao Miyazaki plantea en su último trabajo, basado de forma tangencial en la obra ¿Cómo vives? de Genzaburō Yoshino, un ensayo filosófico acerca de la vida y la muerte, del presente y del pasado. Acerca de las consecuencias de los actos, de la pérdida, de la culpa. Acerca del perdón y lo difícil que es conseguirlo o darlo. Incluso a uno mismo. Sobre todo a uno mismo. En él seguimos las aventuras de Mahito Maki, un joven que, tras sufrir la trágica pérdida de su madre en un incendio durante la Segunda Guerra Mundial, se ve envuelto en un viaje físico y espiritual —al más puro estilo de El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2001)— a través del espacio y del tiempo que le hace abrir los ojos y ver el mundo que le rodea de una forma distinta.

Dolor. ¿Cómo reaccionamos a él? Parece claro que el cineasta pretende representar en El chico y la garza (Hayao Miyazaki, 2023) algunas de las situaciones más duras por las que puede pasar una persona, sobre todo en sus primeras etapas de vida. Y es que a través de Mahito podemos vivir su conflicto y sentir su dolor. No es un personaje con el que se empatice particularmente —debido, en parte, al carácter estoico con el que se presenta durante los primeros compases de la película—, pero es que lo importante de él no es la persona que parece ser, sino lo que representa. Como es ya habitual en los trabajos del nipón, los personajes que dibuja —literal y metafóricamente— funcionan como personas de carne y hueso, pero también como representaciones de ideas. En este caso el protagonista es un personaje herido física y emocionalmente, y a través de él podemos ver el duelo infantil por la muerte de una madre y la consecuente reacción ante una situación claramente abrupta que le hace cambiar de aire y tener que aceptar a una nueva persona como figura materna. Si bien es cierto que internamente ha pasado mucho tiempo, es gracias al montaje que podemos entrever los sentimientos que afloran en el protagonista. Da igual cuánto tiempo haya transcurrido, él no ha pasado página y siente como si los fatales acontecimientos que le atormentan hubiesen ocurrido hace escasos minutos. Por otro lado, es central en el conflicto que se presenta en el filme las consecuencias que tiene la guerra en los individuos, en cómo algunos sufren por ella y otros, unos pocos, se hacen ricos y siguen con sus vidas como si nada ocurriese tras los muros de su hogar. El de Bunkyō ya nos tiene acostumbrados a tales lecturas del conflicto bélico que asoló el mundo entre los años 1939 a 1945, tal y como podemos ver en su clásico Mi vecino Totoro (1988) o en su mucho más reciente El viento se levanta (2013). A través de los ojos de los protagonistas de estas tres películas —El chico y la garza incluida— se puede obtener una comprensión bastante completa de los pensamientos y opinión del cineasta para con la segunda gran guerra.

Todas las ideas del filme de Miyazaki están plasmadas con unas imágenes, colores y texturas bellísimas; cargadas de una poesía que no está al alcance de muchos.

Por otro lado, estamos ante un filme sobrio en su concepción. No en los dibujos, ni en el arte de los fondos, sino en el uso de la cámara y los encuadres, presentando planos fijos en la mayor parte de los casos y reservando otros recursos más elaborados para los momentos en los que se pretende enfatizar algo —eso sí, acompañado, como es habitual, de una partitura exquisita firmada por el gran Joe Hisaishi y un diseño sonoro de altura—. Si bien es cierto que Miyazaki suele trabajar desde el campo de lo onírico y lo fantástico, haciendo un uso muy recurrente de las metáforas, en El chico y la garza nos encontramos con el trabajo más críptico —tanto en el buen sentido como en el malo— de su filmografía, siendo en algunos casos complicado comprender qué es lo que el cineasta pretende transmitir. Si intentamos dilucidar las implicaciones metafóricas y referenciales a la cultura nipona y universal de algunas de sus figuras, tenemos que en la cultura japonesa la grulla y la garza son animales comúnmente asociados a la longevidad, la buena suerte y la esperanza, siendo un claro ejemplo de esto la triste historia de Sadako Sasaki1 —la cual, justamente, tiene lugar tras el lanzamiento de la bomba nuclear de Hiroshima y que, por lo tanto, tiene cierto simbolismo implícito en este filme—. Además, existe un yokai con aspecto de garza en la mitología japonesa llamado Aosaginohi o Aosagibi2 —ilustrado y recogido por el artista y erudito Toriyama Sekien en su obra Konjaku Gazu Zoku Hyakki, o Los cien demonios ilustrados del presente y el pasado en la tercera ilustración del segundo volumen: 晦 (Oscuridad)3— que tiene la facultad de emitir un brillo azulado durante la noche, pudiendo así representar la luz que guía en la oscuridad, siendo esto vital para el papel que desempeña la garza en la aventura de Mahito. Como broche final, tenemos una clara referencia a esa cumbre de la poesía que es la Divina comedia de Dante Alighieri en la entrada del túnel que conduce al interior de la misteriosa torre; pues en las dovelas del arco que lo corona reza la siguiente cita: Fecemi la divina potestate. Es una declaración de intenciones, ya que dicho verso forma parte de la inscripción de la Puerta del Infierno que se encuentra Dante en su descenso: Giustizia mosse il mio alto fattore: / Fecemi la divina potestate, / La somma sapienza e’l primo amore, que se traduciría por Fue la justicia quien movió a mi autor. / El divino poder se unió al crearme / Con el sumo saber y el primo amor4. Los paralelismos son claros entre el viaje de Dante para expiar sus pecados y el viaje de Mahito para alcanzar la madurez y encontrar la forma de sobrevivir a la cruda realidad que le ha tocado vivir.

Miyazaki no esconde sus referencias e inspiraciones.

Por último, es evidente que Miyazaki no inventa la rueda a la hora de desarrollar a su protagonista —ya que hace uso del muy conocido por todos viaje del héroe—, pero es gracias a ese conocido recurso que el cineasta tiene espacio y tiempo para desplegar y retorcer su imaginario en otros puntos del filme. Todas sus ideas están plasmadas con unas imágenes, colores y texturas bellísimas; cargadas de una poesía que no está al alcance de muchos. De este modo presenta la idea del equilibrio, una muy presente a lo largo de la obra y que gana importancia en los compases finales. ¿Como de frágil es la armonía en el mundo? ¿Qué haría falta para desatar el caos más absoluto? ¿Cuántas vivencias extremas es capaz de soportar una persona antes de romperse? Y es que en este punto es donde el cineasta pone más de su parte, donde presenta de forma sutil sus vivencias personales, donde plasma aquellos sucesos o ideas que lo atormentan y que hacen de esta su película más personal hasta la fecha. Es aquí donde vemos, a través de esa torre de piezas en frágil equilibro, que todo lo que tenemos puede desmoronarse en cualquier momento, que todo lo que amamos es fugaz y que nada en este mundo es eterno; y mucho menos nosotros mismos. Es cierto que El chico y la garza peca en ocasiones de dispersa y críptica, pero en ella encontramos al Miyazaki más sensible y reflexivo que hemos tenido. Así pues, el equilibrio del mundo nace del equilibrio de los individuos. Al igual que una torre no se sostiene sobre un alfiler, al igual que todas las piezas siempre deben encajar, la sociedad no puede sostenerse bajo el yugo del miedo, el dolor o la injusticia. Bajo el yugo de la incertidumbre, de la ansiedad, de la soledad. Porque, si fuese así, ¿cómo viviríamos?


  1. Herrero Simancas, S. (2022, 20 agosto). Sadako Sasaki y las mil grullas de papel. Japonés en la Nube – Aprende japonés on-line. https://japonesenlanube.com/blog-sobre-el-idioma-japones/sadako-sasaki-y-las-mil-grullas-de-papel/[]
  2. Ordinary, C. (2023, 2 enero). Aosagibi. Curious Ordinary. https://www.curiousordinary.com/2023/01/aosagibi.html[]
  3. Para completistas, aquí la obra íntegra de Konjaku Gazu Zoku Hyakki: https://library.si.edu/digital-library/book/konjaku-zoku-hyakki[]
  4. Alighieri, D. (2002). Canto III: Vestíbulo: Indiferentes. En A. Crespo (Trad.), Divina comedia. Infierno (p. 20). Galaxia Gutenberg.[]