Revista Cintilatio
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El agua (2022) | Crítica

Por los ríos de la soledad
El agua, de Elena López Riera
La película de Elena López Riera es una mirada inmortal a la soledad y a la comprensión del deseo y la tierra que, protagonizada por unas inmensas Luna Pamiés y Bárbara Lennie, destaca como una obra poética, atmosférica y nebulosa.

Escribo esto mirando al agua, cuando acabo de salir de la Arcades y el embrujo flota todavía en el ambiente. Elena López Riera echa la vista a las (sus) raíces, al campo y sus leyendas, a las personas que lo viven y lo alimentan en una película tan poética y misteriosa que colma la mirada de silencio y quietud. En una película que siembra un lugar y un momento y lo congela en el tiempo, viajando a través del crecimiento, de la lucha y de la pérdida, del nudo en el estómago y el aire que muy cansadamente llega a los (nuestros) pulmones. El agua (2022) tiene la profundidad, el costumbrismo, los ecos del ayer y, sobre todo, el reflejo en cada imagen de un cine tierno y perceptivo, que conmueve sin apenas darse a notar, llamando al interior de cada uno, a las propias experiencias, al mundo que vive allá fuera y al de acá adentro. Un cine líquido como su propio título, que yuxtapone la verdad de cada uno de nosotros con la de Ana, o la de Isabella, o la de cualquiera de las criaturas excepcionales que viven en ella. López Riera derrocha sensibilidad y delicadeza, en sus personajes y en su puesta en escena, en los tiros de cámara que conducen con precisión la mirada sobre los cuerpos y lo que llevan dentro, en la comprensión de sus actrices y actores y en dejar que sea la (su) sinceridad la que se quede delante de la cámara. Porque Luna Pamiés. Y porque Bárbara Lennie. Porque de la sonrisa tímida entre dientes de la primera vamos a la presencia de la segunda, y de la mirada amada de la segunda volvemos al movimiento casi imposible de la primera. Y así.

Es la película de la expresión interior y exterior de un mundo propio y ajeno. La que rechaza la condescendencia en favor de un documentalismo y un encanto muy difíciles de maridar.

La debutante Luna Pamiés en una interpretación maravillosa.

Porque el agua puede vivir dentro, y eso revela Elena López Riera al mirar hacia su Orihuela natal y contar la historia de las riadas que van por los campos, las carreteras asfaltadas y las plantaciones, y también por las personas y por sus esperanzas. ¿Y cómo lo cuenta? Con amor, y con recuerdos en la mano. Su narración encuentra el corazón del espectador con una calma chicha imposible de describir, y a través de las interacciones entre las personas y el entorno, pasando sobre diálogos sobre el horóscopo y leyendas ancestrales; de deseos de amor que no se contentan con ser solo deseos y la necesidad de salir corriendo de la cadena perpetua de la realidad, de los roles, del oscurantismo. El agua tiene una voz femenina inmensa, una que narra desde la humildad y que no le duelen prendas a la hora de mostrar una generosidad incalculable hacia un espectador que encuentra personajes reales viviendo atrapados en vidas reales, que tratan de encontrar su Santo Grial en medio de riadas que lo arrastran todo. El modo en que habla del deseo en clave telúrica, de la prisión de los susurros a la espalda y los rumores casi medievales, a cómo salir del círculo es tan complicado que cuesta la salud y la cordura parece imposible, más si se tiene en cuenta que Elena López Riera debuta aquí en el largometraje, aunque casi pareciera que llevara mil años rodando para encontrar tanta poesía sin apenas hacer aspavientos ni mostrar el más mínimo artificio. El agua es la película de la expresión interior y exterior de un mundo propio y ajeno, que rechaza la condescendencia en favor de un documentalismo y un encanto muy difíciles de maridar, y que encuentra en sus (nuestras) imágenes y sus conceptos una aprehensión de la soledad válida y eterna. Digamos que escribo esto mirando al agua, porque supongo que es el único modo de hacerlo.