Revista Cintilatio
Clic para expandir

El acontecimiento (2021) | Crítica

Bailar para sentir el control
El acontecimiento, de Audrey Diwan
La ficción de Audrey Diwan, audaz y compleja, enfrenta la temática del aborto mientras mantiene la excelencia narrativa, y tiende la mano al espectador desde la empatía más absoluta y terrible en una película tan incómoda como incontestable.
Valladolid | Por David G. Miño x | 29 octubre, 2021 | Tiempo de lectura: 4 minutos

Tensión creciente. Un nerviosismo que progresa bajo la mirada de Audrey Diwan, que conjuga un acto político de resistencia y feminismo con un ejercicio fílmico de envergadura, capaz de adaptar la novela de Annie Ernaux con precisión y entregar, posiblemente, la película más atrevida, valiente e impactante sobre el aborto de los últimos años —y más que vendrán—. Un filme tenso, desgarrador, que milita desde el coraje y que se apoya en la soberbia interpretación de Anamaria Vartolomei y un desarrollo intenso y profundamente emocional que es capaz de componer escenas de enorme fuerza y elaborar un testimonio de primera mano atemorizante del dolor, el miedo, la soledad y el abandono de una situación como es el embarazo no deseado en la juventud en una colectividad que no solo legisla en contra, sino que desde lo social ataca con vehemencia —recordemos, El acontecimiento (Audrey Diwan, 2021) transcurre en Francia en los años sesenta, aunque su desarrollo y narración bien podrían extrapolarse, cambiando cuatro cosas aquí y allí, a cualquier lugar y época— a la más débil sin dudarlo dos veces. Desde lo argumental, la película sigue de cerca a Anne, una joven y brillante estudiante a la que le empieza a asolar el nerviosismo cuando se percata de que lleva un importante retraso en su período. El acontecimiento León de Oro y Premio FIPRESCI en Venecia—, que marca desde ahí su punto de inflexión, irá desgranando la vida interior, tanto desde el diálogo interno de Anne a través de sus disertaciones íntimas como de la sociedad, amistades, médicos, profesores y familia que están a su alrededor, demostrando desde dentro el abanico emocional e intelectual, la fortaleza que no tendrá otra opción que demostrar para poder alcanzar su sueño en la vida: en este sentido, en unos años en los que el aborto estaba penalizado con cárcel —tanto a la mujer que lo perpetrara como a cualquiera que la ayudara— El acontecimiento da buena cuenta, entre otros temas, del pánico social a tender la mano y prestar ayuda, tan solo por no acabar mirando la vida desde el otro lado de unos barrotes y atravesado por un estigma social de por vida.

La película de Audrey Diwan tiene tanto de real que da miedo tenerla en cuenta, y a través de un estilo sincero y valiente se percibe en todo momento como una obra importante.

La interpretación de Anamaria Vartolomei es absolutamente magistral.

Se podría decir que la película de Audrey Diwan establece una alianza invisible con Nunca, casi nunca, a veces, siempre (Eliza Hittman, 2020), con la que crea una simbiosis en forma de díptico involuntario, aunque sea El acontecimiento una obra mucho más visceral y activa, con una capacidad mucho más fuerte de remover las entrañas y provocar tensión en los nudillos. En su metraje guarda espacio para mostrar el horror en primer plano, sin convenientes elipsis que diluyan el contenido y sin apartar la mirada por cobardía o por la incomodidad que pueda suscitar: no hay espacio para cerrar los ojos en un metraje compuesto de rigor sensitivo, afectivo y, sobre todo, emocional y personal; y tampoco hay lugar para manipulaciones mal ejecutadas más allá de su claro alegato político y social. Los personajes no se comportan siguiendo una agenda ni buscando cubrir un cupo social, sino que presentan la multidimensionalidad que se espera de una pieza que busca lo documental desde la ficción, que da un paso al frente para dejar su impronta en un escenario comercial en el que el aire que se respira suele estar viciado y trascender en todo el sentido de la palabra, dejando un ejemplo paradigmático y de referencia futura de conjunción entre dar cuenta del terror y la delicadeza desde la misma mirada, de rodar la belleza de la vida sin perjudicar ni traicionar sus ideales, de comprender la soledad desde la fortaleza y saber dar significado a las lágrimas sin convertirlas en objeto de lástima ni compasión. La película de Audrey Diwan tiene tanto de real que da miedo tenerla en cuenta, y a través de un estilo sincero y valiente se percibe en todo momento como una obra importante, de las que no se pueden dejar pasar.