Dune
La película maldita de Lynch

País: Estados Unidos
Año: 1984
Dirección: David Lynch
Guion: David Lynch (Novelas: Frank Herbert)
Título original: Dune
Género: Ciencia ficción, Acción, Aventuras, Fantástico
Productora: Universal Pictures
Fotografía: Freddie Francis
Edición: Antony Gibbs
Música: Toto, Brian Eno
Reparto: Kyle MacLachlan, Francesca Annis, Jürgen Prochnow, Patrick Stewart, Kenneth McMillan, Sting, Max von Sydow, Sean Young, Virginia Madsen, Brad Dourif, Sian Phillips, José Ferrer, Everett McGill
Duración: 145 minutos

País: Estados Unidos
Año: 1984
Dirección: David Lynch
Guion: David Lynch (Novelas: Frank Herbert)
Título original: Dune
Género: Ciencia ficción, Acción, Aventuras, Fantástico
Productora: Universal Pictures
Fotografía: Freddie Francis
Edición: Antony Gibbs
Música: Toto, Brian Eno
Reparto: Kyle MacLachlan, Francesca Annis, Jürgen Prochnow, Patrick Stewart, Kenneth McMillan, Sting, Max von Sydow, Sean Young, Virginia Madsen, Brad Dourif, Sian Phillips, José Ferrer, Everett McGill
Duración: 145 minutos

Antes de que Villeneuve alcanzara el éxito con su adaptación, David Lynch nos regaló una versión de Dune profundamente personal y experimental pero también incomprendida en su momento que hoy rescatamos como quizá la obra más infravalorada del director.

Los años ochenta supusieron, sin duda, un paso de gigante en la popularidad del género de ciencia ficción, que pasó de componerse en su mayor parte de películas de bajo presupuesto e incluso más bajo interés artístico (aunque con honrosas excepciones) a componerse de grandes producciones destinadas a un público cada vez más masivo. Películas como La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977) o Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) abrieron el camino para toda una década que a través de blockbusters redefiniría la relación entre ciencia ficción y cine comercial. No obstante, por el camino se produjeron películas que por diversos motivos no lograron funcionar entre el público pero que años después serían rescatadas como grandes obras maestras del género, siendo el ejemplo más evidente Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Dentro de este último grupo de películas, no podemos pasar por alto la adaptación de la obra de Frank Herbert, Dune (David Lynch, 1984).

La película de Lynch se ambienta en un futuro lejano en el que la humanidad se ha extendido por toda la galaxia creando un imperio intergaláctico de tintes feudales y usando la especia Melange, un recurso natural que se encuentra únicamente en un planeta desértico llamado Arrakis, para poder realizar viajes interestelares. La historia sigue a Paul Atreides, el hijo de Leto Atreides, un duque que es enviado por el emperador al planeta Arrakis para controlar la explotación de la especia, sin saber que en realidad se trata de una trampa urdida por el emperador y compinchado con su gran rival, el barón Vladimir Harkonnen, para matarle. Una vez en Arrakis, el emperador y los Harkonnen llevan a término su plan y dan muerte a Leto, dejando a Paul y a su madre a merced del desierto. Ahí, estos dos personajes se encuentran con los Fremen, los oprimidos habitantes nativos del planeta, y Paul se convierte en un caudillo militar que inicia una guerra de connotaciones religiosas contra el emperador mientras, a través del consumo de la especia, logra desarrollar sus habilidades mentales y psíquicas para transformarse en una suerte de mesías intergaláctico.

El estilo artístico nos remite visualmente a épocas pasadas, plasmando los tintes feudalistas del universo en que Dune tiene lugar.

El rodaje de esta película fue para Lynch una de las experiencias más frustrantes de su carrera. Por un lado, el productor Dino de Laurentiis constantemente presionaba al director para que le diera a la película un tono más infantil y de película de aventuras ligera con el que poder competir contra la franquicia Star Wars. Por el otro, Universal Pictures exigía reducir el metraje de la cinta a menos de dos horas para hacerla más comercial (cosa abiertamente imposible teniendo en cuenta la densidad del material original). A todo esto ha de añadirse que la visión de Lynch se alejaba enormemente de lo que el público y los productores esperaban de una superproducción, recurriendo repetidamente a cuestiones como secuencias oníricas, voces en off o planos de composición surrealista. Todo esto se juntó en la tormenta perfecta, creando una película que, buscando el compromiso con todas las partes, terminó por no satisfacer a ninguna. Cuando llegó a las salas, su carácter intelectual, su falta de un tono claro y su estilo marcadamente personal no funcionó entre el público, siendo un fracaso en taquilla y casi destruyendo la carrera de Lynch. No sería hasta varios años, después, con su reedición en DVD, cuando un grupo de aficionados a la ciencia ficción rescataría esta película convirtiéndola en una firme candidata a obra de culto.

Dune es sin duda una película de contrastes, con algunos elementos tremendamente torpes o mal ejecutados acompañados de otros absolutamente brillantes, sin casi término medio entre ellos. Entre los peores puntos podemos destacar unos efectos visuales que han envejecido particularmente mal en comparación con otras películas de la época, un guion que deja fuera una cantidad excesiva de contenido de la obra original, un tono en ocasiones excesivamente caricaturesco que le resta al conjunto la seriedad que se merece o una dependencia excesiva del uso de la voz en off para suplir las carencias del guion. Sin lugar a dudas el aspecto negativo más doloroso de toda la obra es la forma en que el tercer acto (en el que se nos cuenta el ascenso de Paul Atreides como líder de los Fremen) está tremendamente recortado, amputando uno de los elementos más interesantes del libro en que la película se basa, esto es, la complejidad cultural de los habitantes de Arrakis. De igual forma, el ascenso de Paul como líder guerrero y religioso aparece descrito en la película de forma excesivamente esquemática, dejando en evidencia las consecuencias de la desafortunada decisión de los productores y distribuidores de recortar el metraje original.

Por su parte, las grandes virtudes de la película incluyen una caracterización brillante de los personajes, un uso excelente de la puesta en escena y de la dirección de arte para contar la historia sin caer en la exposición y, lo que es más importante, una comprensión y reinterpretación por parte del director del material original que hace que si bien, divisoria, la película sea profundamente personal. Y es que hablar de Dune significa hablar de una película con innegables defectos pero que destila a raudales dos cosas que son escasas en el cine de hoy en día: originalidad y personalidad. En otras palabras, la importancia de la película de Lynch no radica tanto en que sea perfecta como en que es única dentro del mundo del cine de ciencia ficción de alto presupuesto.

La puesta en escena y el estilo visual de Lynch ayudan a acentuar ciertos temas de la obra, como la contraposición entre espiritualidad y avance tecnológico.

En primer lugar, la caracterización y exploración de los personajes, es quizá el mayor punto fuerte de Dune, en especial comparada con la versión de Denis Villeneuve. Quizá el mejor ejemplo de esto sea la forma en que se nos presenta al villano de la historia, el barón Vladimir Harkonnen, un hombre que en el libro representa un antagonista de una maldad casi infinita, una mente perversa y un comportamiento tan oscuro como intimidante que podría ser incómodo para gran parte de la audiencia. La obra de Herbert no escatima en crudeza e insinúa que este personaje ha cometido en el pasado violaciones y abusos sexuales varios, al tiempo que oculta su homosexualidad. La obra de Lynch, si bien nos presenta a un Vladimir Harkonnen algo más caricaturesco de lo que sería ideal, no escapa de esta caracterización y en numerosas escenas se alude al disfrute que este personaje siente torturando de forma implícitamente sexual a sus enemigos, como cuando se deleita escupiendo en la cara de Lady Jessica o desangrando hasta la muerte a uno de sus sirvientes. Así mismo, en otro momento se aprecia a este personaje siendo claramente excitado ante la visión de su atractivo sobrino, Feyd, desnudo, sugiriendo cuanto menos un impulso incestuoso cuando no una posible relación de abusos sexuales. En otras palabras, a través de sus acciones, Lynch logra que el personaje de Vladimir Harkonnen, se sienta único, con todas las complejidades y matices de una persona real. Pero esto no se limita a este único personaje.

Incluso el protagonista, Paul Atreides, presenta en esta adaptación una personalidad bastante realista, evolucionando desde un joven despreocupado y de clase alta al inicio a un líder religioso y militar con cierta tendencia a la megalomanía al final. Incluso personajes secundarios presentan suficientes rasgos personales como para que se sientan únicos a pesar de su propio tiempo en pantalla (el secuaz del antagonista que en privado odia a su superior, el emperador que se siente inseguro en su posición de líder político, el traidor que cree que está haciendo lo correcto, etc). Es quizá éste el aspecto en el que la película de Lynch más destaca sobre la versión de Villeneuve, la cual quizá carece de personajes que sean particularmente memorables o que estén escritos de una manera que resulte sorprendente, sino que se limitan a ser personajes correctos pero que nunca llegan a salir de su zona de confort narrativo.

La importancia de la película de Lynch no radica tanto en que sea perfecta como en que es única dentro del mundo del cine de ciencia ficción de alto presupuesto.

El otro aspecto en que la versión de Lynch es destacable es en su dirección artística y puesta en escena, y es que esta obra se distingue por decorados y diseños de naves extravagantes y recargados de ornamentos, casi como si hubieran sido concebidos por algún artista de época barroca o renacentista. Si bien el universo visual de Villeneuve es mucho más minimalista y elegante, el de Lynch funciona mucho mejor para contar la historia. Teniendo en cuenta que Dune transcurre en un futuro en el que la humanidad, extendida por el espacio, ha regresado a un estado político, cultural y religioso casi medieval, tiene sentido que el estilo artístico remita con sus referencias visuales a la época del feudalismo, la inquisición y las monarquías absolutas, logrando así que el espectador sea consciente de esta realidad sin caer en la exposición y sin necesidad de abrumar a la audiencia con información verbal que entorpezca el ritmo de la película. Si bien quizá sea visualmente menos elegante, el estilo visual de Lynch ciertamente tiene más capacidad narrativa.

Uno de los puntos fuertes de la película de Lynch es el gran trabajo que hace caracterizando a sus personajes, en particular a los antagonistas.

En relación precisamente con esto, cabe también destacar la valentía con la que Lynch se atrevió en esta obra a apostar por un estilo cinematográfico y una puesta en escena en la que abundan las escenas oníricas, las técnicas de edición no convencionales y en general un tono que trata de ser lo más espiritual y metafísico posible. Nuevamente, estamos ante un estilo que puede alejar a muchos espectadores, pero al igual que lo que pasó con Blade Runner y sus códigos visuales oscuros, neo-noir y llenos de lluvia y degradación, en esta obra el estilo visual elegido por el director es indisoluble de la historia que se nos quiere contar. Dune es un libro que trata temas como la espiritualidad o la religión, cuestiones inmateriales que encajan con una puesta en escena que se aleje de un estilo visual tradicional para en su lugar explorar formas de narrar más subjetivas y experimentales. Los constantes fundidos, las secuencias oníricas y la puesta en escena abiertamente irreal acentúan la naturaleza espiritual del propio material en que se basa la obra. Por desgracia, aquí la película cae en la contradicción tonal que decíamos antes, ya que si bien por un lado se arriesga con esta puesta en escena tan poco convencional y propia del Lynch más personal, por el otro sigue siendo una gran producción de acción y aventuras, por lo que se ve obligada a mezclar esta experiencia con tramos más convencionales y menos artísticamente sugerentes que en último término castran a la película y le impiden alcanzar todo el potencial que podría haber alcanzado como obra cumbre de la ciencia ficción y del cine de autor si el director hubiera tenido total libertad creativa.

En resumidas cuentas, Dune no es una película para todo el mundo. Su estilo visual barroco, su puesta en escena arriesgada y sus personajes, en constante tensión entre la caricatura y la caracterización agresiva y profunda convierten a esta película en una obra de complicado disfrute para la audiencia que busque una narración más convencional, pero por otro lado también aporta una visión metafísica, autoral y personal al género de la ciencia ficción (y en especial al mundo de las space operas) que es realmente difícil de encontrar en otras obras. La apuesta de Lynch de fusionar una superproducción de estudio con una cinta profundamente personal adolece de resultados desiguales, pero también de una valentía artística rara vez vista en el contexto del cine de alto presupuesto de Hollywood. Quizá nosotros, como audiencia, no queramos que todas las películas de ciencia ficción sean como Dune, pero desde luego es una bendición para el cine que una película como ésta exista.

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