No es una historia de amor, tampoco de amistad. Compartimento Nº 6 (Juho Kuosmanen, 2021) no es realmente una historia al uso, sino un viaje, tanto físico como emocional, que utiliza a sus dos personajes protagonistas para proponer un éxodo hacia el interior, quizá huyendo de algo o buscando alguna respuesta, pero nunca con posibilidad de ser visto desde lo convencional: el finlandés Juho Kuosmanen filma de cerca, muy de cerca, buscando una luz que conecte las dudas y las inseguridades, los miedos más primarios e inconfesables con la necesidad de exteriorizarlos en un lugar en el que no hay escapatoria ni derecho a la huida. Así, y colocando a sus objetos de estudio dentro del mismo ambiente, y a pesar de estar separados por lo que parece una distancia social y personal insalvable, el cineasta los irá obligando a mezclar sus interioridades desde las miradas y los gestos, desde las palabras esquivas y la inquietud manifiesta, hasta que de tanto rozarse les impone la idea que subyace en todo momento bajo la frialdad y el desafecto de Compartimento Nº 6: que un abrazo desprejuiciado, que un «estoy a tu lado» contradictorio pero presente vale más que las promesas de amor eterno y las caricias de usar y tirar. Mientras ese tren atraviesa Rusia desde Moscú hasta Múrmansk, en lo que parece más una eternidad que un viaje, en el que parece que más que dos mil kilómetros haya dos vidas enteras, la obra también extrae hielo y fuego de una relación imposible, que absorbe y entrega fuertes metáforas relacionadas con el pasado, el presente, el futuro y todo lo que hay en medio.
Un espacio, un reducto de intimidad aletargada, que desde la pausa de una narración tranquila y tan invernal como su paisaje, da cuenta de lo que va por dentro de dos desconocidos.
Los petroglifos, que actúan en la obra de Kuosmanen como el gran pegamento que une la realidad de los personajes con el simbolismo que los ata al tren y al viaje, los que ella busca en el norte imposible y que tanto son su meta personal como sentimental, están ahí para ser un icono, una veleta a la que mirar en todo momento y conocer la orientación del viento de esta Compartimento Nº 6, en la que todo transcurre en el más absoluto de los silencios —desde el punto de vista interior— mientras busca en la soledad una figura sacra irreconocible desde la mirada actual de los días, pero que tiene algo de melancólica, de templada y armónica que conduce a un sentimiento de comunión con la película que excede lo narrable y entra en el camino de lo experimentable. De este modo, las conversaciones de apariencia vacía, o los desconocidos que se cruzan en el camino de los dos protagonistas introduciendo contraste a sus formas de ver el mundo, como brújulas personales que orientan pero no desvelan el misterio, actúan como catalizadores pequeños y distantes, alejados de la idea del revulsivo externo pero lo suficientemente relevantes como para dar dirección a la deriva íntima de los protagonistas. Compartimento Nº 6 ejemplifica un espacio, un reducto de intimidad aletargada, que desde la pausa de una narración tranquila y tan invernal como su paisaje, da cuenta de lo que va por dentro de dos desconocidos que de tan poco que se conocen y tan lejos que están el uno del otro parecen condenados a compartir algo más que un compartimento frío con destino al helado norte.