La soledad puede adquirir múltiples formas. Aunque lo más común es representarla mediante el vacío físico, desde la propia falta de acompañamiento o la individualidad frente a la adversidad, no es menos efectivo —todo lo contrario, en realidad— enfocarla a través de la ausencia, del desencanto, de la incomprensión de los que están a tu lado, pero no lo están realmente. De algo así habla Miranda July en Cómo sobrevivir en un mundo material (Kajillionaire) (2020) aunque tampoco sería justo reducir una obra tan extraña como atrayente a tan solo un área de estudio. La cineasta, siempre fiel a un estilo narrativo que, aunque depurado en este filme y quizá menos artificial que en obras anteriores suyas, divaga desde la extrañeza, la comedia negra o la absoluta desconexión con sus personajes acerca de temas universales, habla de la decadencia de una sociedad tan explosiva y jerarquizada que no se puede detener a comprender la deriva emocional de una sola persona, ni siquiera cuando esa persona es tu propia hija, a la que has versado en el arte del dolo sin haber reparado demasiado en las consecuencias. La mercantilización de la vida humana, o el hecho de filtrar la propia existencia desde el valor venal de los objetos que nos acompañan en nuestro día a día para convertirlos en la motivación única y en una suerte de Santo Grial, adquiere en esta poderosa y excéntrica película, siempre vista desde el prisma de la sátira social, una importancia capital que sabrá conectar con su público siempre y cuando éste se exponga a ella con el ánimo correcto.
Como adelantábamos, seguiremos a una extraña familia, compuesta por un matrimonio y su hija de veintiséis años. Los progenitores, estafadores profesionales de pocos escrúpulos y ninguna moral, mantienen a Old Dolio —así se llama la joven que ha tenido la desventura de tener esos padres, como su propio nombre indica— enganchada al hechizo de la única vida que le han dejado conocer, la de la estafa, el fraude, la triquiñuela y el engaño. Bajo la apariencia de una mujer excéntrica parca en palabras de escasas habilidades sociales, esta hija, interpretada por una Evan Rachel Wood que ofrece un trabajo, como siempre, formidable, representa la quintaesencia de la soledad, de la deriva por pura inercia, del cervatillo que sigue a sus padres sin saber dónde empieza la verdad y dónde acaba la mentira. Será cuando conozca a Melanie —maravillosa Gina Rodriguez—, una extraña a su círculo, que todo su mundo dará una vuelta completa y saldrán a relucir aspectos de su personalidad y su sensibilidad que siempre habían vivido bajo el yugo de un estilo de vida sin tique de devolución. El filme, de este modo, responde al arquetipo del «revulsivo externo», el elemento ajeno al núcleo que accede a las entrañas de las dinámicas interpersonales y las desdibuja por su aportación no contaminada por el propio grupo; y por supuesto, es gracias a esta entrada triunfal en una de las familias más desestructuradas y tóxicas del cine reciente que Old Dolio podrá descubrir facetas de sí misma que no sabía que estaban dentro, tales como su sexualidad, sus inquietudes, etc. Así, Cómo sobrevivir en un mundo material (Kajillionaire) adquiere la forma de una especie de coming of age tardío, en el que una adulta perfectamente formada —al menos por fuera— alcanza un estado de catarsis vital que la lleva a cuestionarse lo vivido y, sobre todo, con quién ha sido vivido.
Una especie de coming of age tardío que convierte lo complejo en cotidiano y lo denso en frívolo.
Lo bonito de la película de Miranda July es que convierte lo complejo en cotidiano, lo denso en frívolo, y aunque las lágrimas que bajan, en ocasiones, por el rostro del personaje de Evan Rachel Wood dejan un gusto amargo, su personalidad cándida e infantil, en contraposición con su cerebro criminal, hace de la experiencia del visionado algo por momentos transformador, por momentos terriblemente polarizante: el filme no está diseñado para todos los públicos, ya que es posible que sus inverosímiles salidas de tono, lo marciano de su deriva en determinados momentos, o directamente lo gratuito de algunas de las situaciones narradas que parecen haber salido de una mente cruzada entre Quentin Dupieux, los hermanos Coen y Wes Anderson, pueden sacar de la narración a un espectador que busque una experiencia menos exótica. Aunque Cómo sobrevivir en un mundo material (Kajillionaire), al final, ofrece una mirada muy específica sobre determinadas dinámicas familiares, personales y sociales nocivas que, aunque resueltas de modo kafkiano, revelan un interior alegórico de riqueza muy superior a lo palpable en primer momento, es más que posible disfrutarla como una adorable locura que, de tan disparatada, no hace más que dignificar el significado de la expresión «vivir para contarlo».