Revista Cintilatio
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Atrapados en la oscuridad (2021) | Crítica

El pasado persevera
Atrapados en la oscuridad, de James Ashcroft
La película de James Ashcroft despega con furia y gran ímpetu en un arranque memorable que agarra al espectador en un thriller violento y potente que, sin embargo, baja poco a poco el nivel de intensidad al describirse por encima de sus necesidades.
Sitges | Por David G. Miño x | 9 octubre, 2021 | Tiempo de lectura: 3 minutos

El primer acto de la película de James Ashcroft es demoledor, no deja prisioneros y mantiene un nivel muy alto de incomodidad y tensión: una familia feliz se va con sus dos hijos adolescentes a pasar una agradable jornada a la montaña, donde unos extraños harán acto de presencia y les causarán todo tipo de problemas sin que sus motivaciones queden en absoluto claras. Es esta cualidad de lo desconocido, de lo impredecible, lo que hace que durante sus primeros cuarenta y cinco minutos Coming Home in the Dark se desmarque de otras propuestas similares en tratamiento y puesta en escena, como podrían ser Eden Lake (James Watkins, 2008) o Wolf Creek (Greg McLean, 2005), demostrando un pulso de carácter destructor que aniquila toda esperanza con apenas cuatro planos y deja al espectador con la sensación de que, finalmente, va a asistir a un obra que no da concesiones y que llegará a sus últimas consecuencias en el uso de la violencia y la crudeza. El principal problema que acusa la pieza, no obstante, es que la magia se irá desvaneciendo con el paso de los minutos conforme se vaya volviendo más explicativa y vaya pagando peajes innecesarios —la mayoría en forma de flashbacks que desmerecen el conjunto—, y toda esa insania que había conseguido instaurar se irá convirtiendo en algo más rutinario, casi en un slasher de bajo voltaje o un thriller menos inspirado, estéticamente muy depurado y con una interpretación antagonista hipnotizante —maravilloso Daniel Gillies—, pero lejos del monumento que había construido en sus magníficos primeros compases, en los que no necesitaba montajes paralelos ni sobreexplicaciones para condensar el miedo a lo desconocido ni el temor a los actos del pasado.

Una película llena de momentos de violencia explosiva y tensión perturbadora, que parte de lo más alto y decae presa de sus propios demonios a pesar de enunciar un relato tan incómodo como enérgico.

Daniel Gillies compone un villano memorable.

Los personajes, cada uno a su manera, se complementan a lo largo del metraje de la película de James Ashcroft. Como suele ocurrir, el desarrollo y las motivaciones están mejor dibujadas en los «villanos», razón por la que el miedo a los actos oscuros de un tiempo anterior y el carácter débil y casi patético del personaje interpretado por Erik Thomson —protagonista y padre secuestrado de la obra— funcionaban mucho mejor desde el cripticismo y la nebulosidad, dejando en la imaginación, en la intuición si los eventos de Coming Home in the Dark ocurrían por una razón o no, si detrás de cada movimiento había algo más, o por la contra formaba todo parte de una gran casualidad. En el momento en que la obra avanza y muestra sus cartas de manera abierta, los personajes y su drama interior, casi de inmediato, adquieren una dimensión muy naíf, cándida por lo inmaduro de sus dolores emocionales y sus meditaciones, donde detrás de cada pregunta habrá dejado de haber un misterio turbador capaz de enrarecer el ambiente como, de hecho, parecía que iba a resultar. Coming Home in the Dark no es una obra desprovista de interés, en absoluto, y su exposición del género se siente tan frontal que es incluso una virtud dentro de sus debilidades estructurales, pero cae inevitablemente bajo el yugo de sus propias expectativas: no hay peor zancadilla que la que uno se autoinflige. Una película llena de momentos de violencia explosiva y tensión perturbadora, que parte de lo más alto y decae presa de sus propios demonios a pesar de enunciar un relato tan incómodo como enérgico.