Revista Cintilatio
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CODA: Los sonidos del silencio (2021) | Crítica

Los dos lados de las nubes
CODA: Los sonidos del silencio, de Siân Heder
La película de Siân Heder no destaca ni por sus formas ni por su gramática fílmica, pero logra persuadir gracias a su enfoque de personajes y a unas interpretaciones que dotan de sensibilidad a una historia de amor fraternal y descubrimiento personal.
Por David G. Miño x | 18 febrero, 2022 | Tiempo de lectura: 5 minutos

Lo primero, comenzar diciendo que siento cierta debilidad por este cine bienintencionado que no busca la elevación ni mucho la erudición, al que se le mire por donde se le mire se le ven las costuras narrativas y que gusta de dirigir concienzudamente las emociones del espectador, pero que no se esconde detrás de un árbol intelectual vacío y que nace de la mano de ese tipo de relato que conecta y da una dosis de humanidad, un oasis increíble —por lo difícil que resulta creer que exista— en el que descansar de tanto desastre y tanta desidia. No, CODA: Los sonidos del silencio (Siân Heder, 2021) no aporta mucho sobre prácticamente nada de lo que se propone, ni sobre la discapacidad auditiva, ni sobre el concepto de la familia, ni sobre la crisis en la adolescencia, y sus formas cinematográficas son naíf y desprovistas de todo atisbo de refinación de estilo, pero lo que ofrece lo hace con blancura prístina, con pasión, con ganas de conectar y dar química, de hacer olvidar al respetable que antes de que se apagaran las luces los problemas eran imposibles para convertirse en tan solo recuerdos de lo que, ahora, es solo improbable.

Emilia Jones, ay Emilia Jones, se echa el peso de la película a la espalda, con su voz y su inocencia rebelde, y convierte la posible irrelevancia de una película que lucha contra la alargada sombra del «remake innecesario made in Hollywood» en un acto de fe, en un coming of age, en un salto al vacío en el que lo único que importa es cantar y ser, en definitiva, la mejor persona que uno podría esperar ver en una pantalla de cine. Porque esto va de buenas personas y de cómo se las tienen que ver para sacar la cabeza, un poquito, al mundo que tienen alrededor; de la familia unida, del todos para uno aquí y allí. Y Troy Kotsur, ay Troy Kotsur, ese ser barbado de mirada blanca que logra ser entrañable incluso desde lo soez, incluso desde lo vulgar. Y que aunque resulte estereotípico, o incluso nos suene a «esto ya lo hemos visto antes», tiene la capacidad de llevar consigo un carisma imposible de esquivar. Así, y volviendo sobre los orígenes de una obra en la que ya desde el propio título pretende marcar una diferencia al denominarse CODA, acrónimo inglés para «child of deaf adult», que se podría traducir por «hijo/a de adulto/a sordo/a», recordemos que viene de La familia Bélier (Eric Lartigau, 2014), filme francés sobre el que, aparentemente, poco más tiene que decir en lo sintáctico, pero que en realidad sabe reinterpretar en muchos puntos, comenzando por ofrecer, a diferencia de su homónima gala, actuaciones de intérpretes con discapacidad auditiva real que manejan la lengua de signos como es debido —el citado Troy Kotsur, Marlee Matlin y Daniel Durant— y con un respeto total y no tan parcial como aquella, y culminando por un tratamiento de lo emocional más humano, más humilde. No siempre probable, pero sí aceptable.

Una obra que no huye de sí misma, que conoce su sitio y, contra todo pronóstico, intenta defenderlo con lo mejor que tiene: su franqueza.

Llegado este punto, la conclusión es clara: CODA: Los sonidos del silencio es una película de personajes, de sentidos, de bondades y verdades. Y nunca de formas ni fondos, ni subtextos, ni metáforas ni simbolismos externos. Siân Heder no es una virtuosa de la cámara, ni tampoco de la narrativa, pero no es lo que viene a la mente cuando uno está expuesto a una obra como la suya. Lo que importa es que, como mucho cine antes y mucho que vendrá después, su capacidad para dar lo suyo reposa sobre una sola decisión, una sola pregunta: creer o no creer en ella, darle la oportunidad para expandirse en lo emocional o censurarla por sus inconsistencias, por lo cándido, por lo imposible. Porque un mundo en el que los sueños tienen visos de cumplirse y las personas no son desleales y deshonestas parece que se nos hace bola en la credulidad mucho más que dinosaurios mutados, médicos interdimensionales o señores que vuelan sin perder el rizo. Después de todo, CODA: Los sonidos del silencio es una película que nos recuerda que quizá sea hora de que agradezcamos lo bonito, lo bello; lo que salva la distancia entre lo doloroso, lo triste y lo exquisito con una canción de Joni Mitchell y no se siente culpable por ser, en definitiva, luminoso. Porque, en palabras de la propia Emilia Jones, CODA: Los sonidos del silencio «no representa la experiencia universal de la sordera, sino que es una carta de amor a la familia»1. Y con eso nos quedamos. Con eso y con que es una pieza que no huye de sí misma ni de sus implicaciones, que conoce su sitio y, contra todo pronóstico, lo único que intenta es defenderlo con lo mejor que tiene: la potencia de su franqueza.


  1. Cohen, Anne. (2021, 24 agosto). CODA Breakout Star Emilia Jones Is Coming Of Age — On Screen & Off. Refinery29. https://www.refinery29.com/en-us/2021/08/10614214/emilia-jones-coda-singing-cat-person[]