Los dramas deportivos casi siempre funcionan a varios niveles: por un lado, su aspecto más literal, en el que una persona trata de superar las expectativas puestas en ella contra las inclemencias del medio; por el otro, la vertiente metafórica o simbólica con la que conecta, la que le otorga a la obra la multidimensionalidad y es, al final, la que va a diferenciar a la gran película de la mediocre. En el caso que nos ocupa, la muy estimable Baseball Girl (Yun Tae Choi, 2019), estamos ante un filme raudo y hasta cierto punto subversivo —al menos durante la gran parte de su metraje que desafía lo estereotípico, aunque al final acabe en el lugar más cómodo— que deja un mensaje de género muy valioso que manifiesta sin medias tintas la injusticia que vive tras el techo de cristal que sufren las mujeres en general, y en el deporte profesional en particular que, a pesar de estar localizado en la muy concreta sociedad de Corea del Sur, permite una extrapolación sencilla al resto de lugares del mundo. Así, seguiremos a Joo Soo-in —interpretada por Lee Joo-young, uno de los puntos fuertes de la obra—, una joven jugadora de béisbol que lo tiene todo en contra para dedicarse a su sueño: familia, escuela y sociedad, siempre por el hecho de ser una mujer en un mundo de hombres. Pero Soo-in no está por la labor de ceder ante los designios y las imposiciones de los que la rodean, y pone todo su esfuerzo y talento —que es mucho— al servicio de romper cualquier estereotipo que se encuentre por el camino.
Lo primero que viene a la mente son los paralelismos que guarda con Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004), no tanto por el mensaje en sí mismo, que en Baseball Girl es mucho más incisivo, sino en su estructura y sus puntos clave: el entrenador que se niega a entrenar a chicas hasta que abandona sus prejuicios y se pone manos a la obra, la mujer decidida de motivación inquebrantable que no permite que el mundo decida sobre ella, etc. Pero al margen de sus inspiraciones y sus puntos en común con referentes anteriores a su tiempo —ese entrenamiento en las escaleras que nos lleva directamente hasta Rocky (John G. Avildsen, 1976)—, tiene un corazón y un estilo visual siempre atrayente que hace que la narración ostente su propia personalidad y se sostenga por sí misma. Aunque sus personajes, salvo la protagonista, sean un poco rígidos en lo que respecta a la evolución en sí misma de sus motivaciones y sus apetencias, no impide que en su parte literal funcione a la perfección: las escenas de béisbol están muy bien resueltas y, aunque el punto central de la obra sea el drama de Soo-in y el enfoque de género —muy bien conectado a su vez con el de su amiga bailarina, que sufre el mismo mal con distinto rostro—, saben transmitir la emoción que se les exige a las escenas de superación mientras coloca al espectador en la situación de apoyar con todo lo que tiene a esa baseball girl, que como no puede ser de otro modo rehusa todo lo que no sea considerarla por lo que realmente es: una jugadora de nivel.
Tiene un corazón y un estilo visual siempre atrayente que hace que la narración ostente su propia personalidad y se sostenga por sí misma.
La película que nos muestra Yun Tae Choi es, al final, una representación de las bajezas de la sociedad, capaz de conectar con otros tantos males que abren enormes brechas entre unos y otros, los de aquí y los de allí. El desarrollo que sigue, aunque a veces se deje arrastrar por un tipo de melodrama muy occidental, está a la altura de las circunstancias y emociona por sus potentes símbolos —el guante de béisbol quemado, la pelota que aparece delante del sol— a la vez que construye un personaje que puede actuar como revulsivo y que, por su parte, sabe conectar con una audiencia cansada de encontrarse con el mismo tipo de protagonista llevada por los mismos patrones: Soo-in escapa de las convenciones más rancias y demuestra que la búsqueda incansable de una meta no solo es lícita, sino universal. Baseball Girl tiene la capacidad de romper a latigazos todas las capas de vidrio que haya por encima de ella, y aunque a veces siga para ello un camino más o menos transitado, acaba por coger senderos alternativos que, en suma, la convierten en un notable golpe sobre la mesa que tiene tanto espíritu como ganas de comerse el mundo.