Revista Cintilatio
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As bestas (2022) | Crítica

Histrión en el rural
As bestas, de Rodrigo Sorogoyen
Rodrigo Sorogoyen se traslada a la Galicia rural en un thriller áspero que habla de masculinidad dominante, xenofobia y luchas de poder, aunque para ello incurre en estereotipos unidimensionales sobre su contexto y la estigmatización del lugareño.

Que Rodrigo Sorogoyen rueda muy bien y con capacidad para generar tensión de la nada es vox populi. Solo hay que echar un ojo a Que Dios nos perdone (2016) o a El Reino (2018) para darse cuenta de ello, de que estamos ante un cineasta de mirada sobria pero amenazante, con sentido del ritmo y buen ojo para la composición. Pero con As bestas el director madrileño, aunque alcanzando probablemente la cima de su estilo cinematográfico, abusa de la pausa en la narrativa y de una serie de lugares comunes en el aspecto argumental que hacen balancearse a su obra. Y mucho. En primer lugar, la exposición: Sorogoyen narra a lo largo de dos horas y cuarto un thriller rural y rocoso que, esta vez, podría provocar determinada desconexión. A pesar de lo acertado que resulta en el manejo de la masculinidad tóxica —siempre y cuando la veamos en el vacío y no con las salpicaduras y coimplicaciones que comentaré después—, en las dinámicas de poder y las peleas de gallos, y de un par de larguísimas escenas que le hacen destacar por la presión que es capaz de sostener sin romperse, As bestas trata de abarcar dos puntos de vista en una sola obra —de marido y mujer—, y el resultado final resulta muy confuso en su parte social. Su enfoque de personajes tiene lo que hay que tener para crear magnetismo, pero se diluye completamente en un dibujo histriónico de sus personalidades. Porque con As bestas, Sorogoyen —que coescribe junto a su habitual Isabel Peña— cuenta una historia de localismos y tensiones de baja envergadura, en la que un matrimonio francés deberá vérselas, en una disputa por unas tierras, con los lugareños de una aldea del rural gallego. Y es aquí donde la película vuelve demasiado explícito su trasfondo. Y obliga a separarla en la parte fílmica, que cumple, y la parte simbólica, que cae presa del reduccionismo y los lugares comunes. Algunos incluso completamente fuera de lugar.

Una película cinematográficamente interesante pero argumentalmente manida que exporta un retrato de la Galicia rural estereotipado y unidimensional.

Luis Zahera y Denis Menochet en una captura de As bestas.

Porque con As bestas —que toma su título y metáforas de una tradición gallega conocida como a rapa das bestas, en la que durante uno o varios días, dependiendo de la región, se cortan las crines de los caballos en un ritual que implica al hombre contra el animal, en el que normalmente tres personas lo reducen, lo desparasitan, lo rapan, y lo vuelven a dejar libre hasta el año siguiente—, Sorogoyen da con un contexto potente y muy visual, pero no llega a dar con el equilibrio entre lo implícito y lo explícito ni a comprender la idiosincrasia del material que maneja: sí, la lucha de masculinidades en la que todos salen perdiendo por la facilidad con la que son capaces de abandonar la compostura en favor de la violencia es interesante, pero en lo subliminal cae, paralelamente, en una suerte de síndrome de John Smith, en el que el extranjero se presenta desde la verticalidad. Desde la presencia de un hombre educado y leído que debe bajar al barro de los animales vociferantes e irracionales del rural. No ayuda tampoco que el personaje de Luis Zahera, por ejemplo, esté descrito como un tipo sin estudios y baja cultura, pero que tenga la habilidad lingüística de cambiar entre el gallego —un gallego terrible y fingido por la elección de palabras normativas, algo que en el rural es prácticamente imposible encontrar—, al hablar con sus amigotes, y el castellano —perfecto, lorquiano—, con el que se refiere al señor francés. O que coja a la mujer del extranjero, la coloque bajo el influjo del cliché de la mujer en la nevera pero invirtiendo patrones, y continúe después de todo y de todos sin desarrollarla como personaje independiente. O que a los pocos minutos de comenzar ya hubiera una mención a la cocaína. O que un labriego no sepa lo que es el barbecho solo para que el culto profesor galo le inste a «estudiar más». As bestas es una película cinematográficamente interesante pero argumentalmente manida que exporta un retrato de la Galicia rural estereotipado y unidimensional. Y eso la convierte en una obra que se podría disfrutar de no haberse apoyado con tanta fuerza en tópicos, y que en su afán por inspirar tensión, termina estableciendo una lucha de clases estigmatizante bajo la agenda oculta que la desvía del aspecto estético.