Revista Cintilatio
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Arthur Rambo (2021) | Crítica

Prisión digital
Arthur Rambo, de Laurent Cantet
Laurent Cantet mantiene sus señas de identidad intactas, en las que habla de la sociedad desde el punto de vista del hoy, de la tecnología, los guetos y las minorías, y entrega así una película no siempre certera pero nunca fuera de su rango.
San Sebastián | Por David G. Miño x | 19 septiembre, 2021 | Tiempo de lectura: 3 minutos

Hablar de Laurent Cantet es hablar casi por obligación de La clase (2008), una de las películas de cabecera de cualquier aficionado a la educación vista desde la gran pantalla y las problemáticas de tipo social en el aula. Con Arthur Rambo no se aleja demasiado de su lugar predilecto ya que, de nuevo, sus temas giran y se inmiscuyen en una casuística controvertida y explosiva: las redes sociales y la desproporción que las acompañan, la doble vida de una juventud acostumbrada a permitirse ser dos personas, la agenda oculta que vive entre nosotros. Aunque, como decimos, esta vez ha salido de las aulas, Cantet sí recurre a la educación como telón de fondo, como estamento en segundo plano que condiciona la vida y la interacción social hasta el punto de haber permitido que Twitter —específicamente, la fuente de discordia en el filme nace con la red social del pajarito que pía— defina un modus vivendi y establezca un mecanismo de control basado en la recompensa, algo que, por otro lado, aplica a cualquier otra que base su mecánica en los seguidores-seguidos. En lo argumental, Arthur Rambo habla de Karim D., un joven escritor, interpretado por Rabah Nait Oufella, que está saboreando las mieles del éxito cuando un perfil social suyo de naturaleza homófoba, antisemita y racista sale a la luz y le desmorona el castillo de naipes y se le somete a un linchamiento social similar en radicalidad a la gloria que disfrutaba hasta ese momento.

Un carismático ejemplo de cine social de alma pura y ejecución extraña que conecta dos mundos a través de una película imperfecta.

Rabah Nait Oufella es Karim D.

Ciertamente, Arthur Rambo no brilla en todo su metraje, y a veces puede pecar de resultar demasiado rotunda. No por ello pierde interés o fuerza en sus estamentos básicos —la personalidad narcisista ligada a las nuevas tecnologías, la imagen como fuente de placer instantáneo, el locus de control externo como método para alcanzar la autoaceptación—, sino que se beneficia de cierta ambigüedad en su narración para despertar un instinto en el espectador polarizador: participar o no del linchamiento es opcional, una decisión intelectual, pero Cantet lo convierte en algo emocional al llevar de la mano a su público —y aquí llega el déficit— y entrar demasiado en lo didáctico, lo docente. Con un referente que orbita alrededor de American History X (1998) o El profesor (Detachment) (2011), ambas de Tony Kaye —el traspaso del mensaje involuntario, el núcleo familiar desestabilizado—, Arthur Rambo es más un carismático ejemplo de cine social de alma pura y ejecución extraña que conecta dos mundos —analógico y digital— a través de una película imperfecta.