James Gray nunca decepciona. Ya sea en el terreno del romance con la imperial Mis dos amores (Two Lovers) (2008), en el de las aventuras con Z. La ciudad perdida (2016) o en el de la ciencia ficción con Ad Astra (2019). Y aquí, en Armageddon Time (2022), se pone autobiográfico y político mostrando una faceta suya preciosa de admirar, social y apasionada, sensible y de largo alcance que se hace un hueco en el corazón del espectador del mismo modo que si fuera este el que pudiera acceder a un pedazo de su infancia. Con todas las injusticias, los pesares, las miradas soñadoras, las esperanzas y los desánimos. Con Armageddon Time es Gray el que expone un retrato generacional en clave tan soñadora como realista, casi buscando una conexión con la esencia perdida, con el pasado que se vuelve relevante con el paso de los años. Pero sobre todo, es su mirada humana la que habla, en la que podemos reconocer las contradicciones sociales, la búsqueda de una identidad que mostrar al mundo sin sentir la necesidad de bajar la cabeza: es Paul —inmenso Michael Banks Repeta como alter ego del director— el que habla, un joven que debe enfrentarse al paso de la infancia a la adultez sorteando toda clase de obstáculos, de tipo racial, de tipo económico, de tipo personal, de tipo familiar —tanto y tan bien ejecutado que hasta se le leen ecos de Hirokazu Koreeda—. Porque pasar de la infancia a la adultez soportando una contradicción es complicado. Tanto que James Gray lo mismo se expresa a través de la pintura de Kandinsky que del arte urbano, contraponiendo dos mundos aparentemente ajenos bajo un nexo de significado común, que elabora el sentimiento de superioridad, y también el de inferioridad, desde la única mirada en la que podemos confiar como seres dolientes: la de un niño.
Toca corazones y razones por igual a la vez que se eleva como una propuesta de las que crecen, y mucho, en la memoria.
Sentirse interpelado por Armageddon Time es demasiado fácil, y sentirla como algo propio y personal algo inevitable. Uno puede darse por aludido cuando Paul debe enfrentarse a la injusticia, y soportar los «es por tu bien» y los «solo quiero lo mejor para tu futuro». Pero es que además también puede uno sentirse llamado por la otra parte, la que enuncia esas frases, la que realmente está ahí tan presa de las circunstancias como el que más, tan sepultado bajo el imperativo social como para considerar que, después de todo, la opción menos mala es, en realidad, una opción reconfortante. James Gray, que además demuestra un inmenso talento para el discurso político aperturista y humanizador, rechaza todo tipo de controversia impostada en favor de una narrativa afable, bellísima, que en posesión de un estilo plástico en absoluto inadvertido pero que se siente hogar por su familiaridad y su clasicismo bien entendido representa el sueño y el ideal. Tremendamente crítico con esa América de las oportunidades, esa paradoja a través de la cual el individuo encuentra su sitio mientras se aleja de sus raíces, en ese canibalismo cultural que absorbe lo que le une y permite la convivencia de lo que le separa, el cineasta estadounidense da su propia mirada del coming of age y de los EE. UU. de Reagan a ritmo de The Sugarhill Gang, demostrando que el cine social es también el personal, y que todo alegato humanista es asimismo un acto político. Armageddon Time es absoluta y relativa, al tiempo y al crecimiento, a la clase y al privilegio, y gracias a inmensos intérpretes como un estratosférico Anthony Hopkins, una introspectiva Anne Hathaway y el sorprendente y jovencísimo Michael Banks Repeta toca corazones y razones por igual a la vez que se eleva como una propuesta de las que crecen, y mucho, en la memoria. Qué no hará cuando el tiempo le dé su lugar en el mundo.