American Fiction
Racismo de rostro humano

País: Estados Unidos
Año: 2023
Dirección: Cord Jefferson
Guion: Cord Jefferson (Novela: Percival Everett)
Título original: American Fiction
Género: Comedia. Drama
Productora: Orion Pictures, MRC Film, 3 Arts Entertainment, Media Rights Capital (MRC), Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)
Fotografía: Cristina Dunlap
Edición: Hilda Rasula
Música: Laura Karpman
Reparto: Jeffrey Wright, Tracee Ellis Ross, Erika Alexander, Issa Rae, Sterling K. Brown, John Ortiz, Leslie Uggams, Adam Brody, Keith David, Myra Lucretia Taylor
Duración: 117 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2023
Dirección: Cord Jefferson
Guion: Cord Jefferson (Novela: Percival Everett)
Título original: American Fiction
Género: Comedia. Drama
Productora: Orion Pictures, MRC Film, 3 Arts Entertainment, Media Rights Capital (MRC), Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)
Fotografía: Cristina Dunlap
Edición: Hilda Rasula
Música: Laura Karpman
Reparto: Jeffrey Wright, Tracee Ellis Ross, Erika Alexander, Issa Rae, Sterling K. Brown, John Ortiz, Leslie Uggams, Adam Brody, Keith David, Myra Lucretia Taylor
Duración: 117 minutos

La gran tapada de las nominaciones a los premios Óscar, dirigida por Cord Jefferson y protagonizada por Jeffrey Wright, nos trae una historia que disecciona determinadas actitudes racistas de la sociedad estadounidense con un tono deliciosamente satírico.

El lugar más feliz del mundo es, sin duda, el interior de una secta. Cualquier individuo que entre en una se va a ver rodeado de una comunidad que se va a preocupar de su felicidad, le va a bombardear con amor y va a atender a todas sus necesidades. Al menos lo harán siempre y cuando dicho individuo diga, haga, y piense todo lo que el líder de la secta le ordene. Sin embargo, en cuanto dicho individuo empiece a actuar por su propia cuenta de una forma diferente a los intereses de la secta, esa misma persona se convertirá en una apestada y será rechazada o, peor todavía, considerada una traidora, demostrando que la secta nunca se preocupó en realidad por su bienestar, sino por cómo utilizar y manipular a esa persona, cómo podía serle útil en la consecución de sus propios intereses. Esta metáfora nos viene bien para ilustrar cómo, en muchas ocasiones, determinadas ideologías que dicen preocuparse de personas que forman parte de colectivos particularmente vulnerables de la sociedad (minorías, mujeres, migrantes, etc.) no ven a dichos individuos como seres humanos a los que ayudar de forma genuina y desinteresada, sino de una forma similar a la que las sectas ven a sus integrantes. Esta es la dinámica que, por ejemplo, en EE. UU. ha existido entre determinadas élites progresistas blancas y la población negra del país. Sin embargo, en la última década, una nueva generación de directores afroamericanos como Jordan Peele o Issa Rae nos han dado historias que denuncian precisamente el racismo de los antirracistas. A esas historias se suma un nuevo título, American Fiction (Cord Jefferson, 2023).

La película nos cuenta la historia de Thelonious Ellison, apodado Monk, un escritor afroamericano de éxito que ve su última novela rechazada por no ser lo «suficientemente negra» mientras contempla como novelas que ahondan en los estereotipos de la población negra venden como churros. De visita en su Boston natal, se encuentra con su madre padeciendo Alzheimer, el fallecimiento de su hermana y la tarea de restaurar su maltrecha relación con su hermano, un cirujano plástico con una desastrosa vida personal. Frustrado por sus problemas profesionales y personales, Monk escribe bajo seudónimo una novela satírica plagada de estereotipos sobre la comunidad negra estadounidense, pero para su sorpresa, su novela es adorada por su editor, teniendo ahora que enfrentarse a un dilema: decir la verdad o seguir el juego al sistema.

Aunque la película no descuida el aspecto más íntimo de sus personajes, esta parte de la historia termina siendo la más convencional.

American Fiction cuenta dos historias, que si bien se retroalimentan mutuamente, son distintas entre sí. Por un lado está la historia más personal, aquella en la que vemos a Monk confrontar sus diversos traumas familiares y trabajar en sus relaciones con otras personas. La película se toma su tiempo para explorar cómo los desequilibrios emocionales del protagonista, así como los problemas que tiene para establecer relaciones con otros seres humanos, tienen su raíz en traumas familiares no resueltos. En su aspecto más íntimo, la película es razonablemente conservadora y nunca trata de reinventar la rueda, sino de transitar ciertos caminos a los que ya estamos acostumbrados en los dramas familiares. Eso no quita para que la ejecución de estos elementos no sea sobradamente competente, en especial en lo tocante a la relación sentimental de Monk con su vecina, que en su tramo final toma un giro interesante, y con su hermano.

Es de agradecer que Cord Jefferson no se limite a ver a su personaje protagonista como un vehículo para contar la historia y, en su lugar, se esfuerce por darle tridimensionalidad y profundidad, todo ello acompañado por una excelente actuación de Jeffrey Wright, uno de esos grandes secundarios de Hollywood que en esta ocasión brilla en un papel protagonista, ofreciendo una actuación contenida que sabe dosificar los momentos de intensidad y que demuestra la suficiente inteligencia sobre el personaje como para que los silencios resulten igual o incluso más interesantes que los diálogos en sí mismos.

Como todas las sátiras, no es perfecta. Pero con su tono cáustico descarado, es tremendamente divertida de ver y funciona especialmente bien a la hora de incitar a la reflexión.

Sin embargo, es la faceta satírica la que hace que la película brille y en la que el director, indudablemente, se siente más cómodo. Todo lo que la película tiene de convencional en su aspecto de drama familiar, lo tiene de original, cáustico y atrevido en su faceta de comentario social y político. American Fiction carga contra el racismo de la sociedad estadounidense actual, que no es el mismo que hace medio siglo aunque Hollywood nos siga queriendo convencer de lo contrario. La América en la que el KKK campaba a sus anchas, la que discriminaba a las personas negras con leyes racistas que les impedían usar el transporte público o usar el mismo baño que los blancos, la América que, en resumidas cuentas, haría las delicias de un supremacista blanco, ya no existe, pero eso no significa que el racismo no exista, solo que se ha transformado.

En lugar de un racismo abiertamente hostil, el predominante hoy en día, al menos en EE. UU., es el racismo más discreto e invisible, o como a mí me gusta llamarlo, el «racismo de rostro humano», que se entreteje con la textura de la sociedad y se materializa en determinadas actitudes condescendientes y paternalistas hacia las personas que no son blancas. Un ejemplo de eso sería el ahora ya ampliamente popular concepto de «salvador blanco», materializado por ejemplo en los incontables turistas que cada año pagan pequeñas fortunas para poder sacarse una foto dando clase o cuidando de niños en el tercer mundo para poder ponerla posteriormente en sus redes sociales. También ha cambiado el perfil de persona que perpetra este racismo, que ya no es el personaje abiertamente intolerante de toda la vida, sino generalmente personas de clase media o media alta, con educación universitaria y de sensibilidades progresistas que generalmente adoptan superficialmente una pátina de antirracismo bajo la que esconden un amplio conjunto de estereotipos raciales y ven a estas personas como poco más que un vehículo a través del cual obtener un beneficio personal, ya sea económico, político o social.

En los últimos años, hemos visto como determinadas películas se han hecho eco de estas nuevas fórmulas de discriminación, como en Déjame salir (Jordan Peele, 2017), en la que los principales antagonistas son una familia blanca de clase alta e ideología progresista (votantes confesos de Obama) que, en el fondo, conspiran para robarles el cuerpo a jóvenes negros; o la serie Insecure (Issa Rae, 2016), en la que vemos como una organización benéfica destinada, en principio, a ayudar a las personas de los barrios más pobres (y étnicamente diversos) de Los Ángeles, está dirigida por un grupo de personas en su inmensa mayoría blancas y de clase alta que solo aspiran a llenarse los bolsillos con la fundación y que ignoran sistemáticamente las aportaciones e ideas de la protagonista, que es la única persona negra de la organización. En otras palabras, películas donde unas personas blancas, progresistas y de clase alta adoptan una actitud de lucha contra el racismo únicamente en tanto que esto les permite tener bajo su control a determinadas minorías étnicas y aprovecharse de ellas.

La gran virtud de la película es su afilada sátira sobre el racismo que impregna a determinados estratos de la sociedad estadounidense.

American Fiction va en la misma línea pero se atreve a llevar esta reflexión a un campo nunca antes explorado por esta visión: la de la industria cultural (concretamente la literatura, pero lo mismo se aplica al mundo del cine, la música, etc.). En este caso vemos como esta industria, dirigida por personas en su inmensa mayoría blanca, progresistas, y de gran poder adquisitivo, fomentan tópicos nocivos y condescendientes hacia la población negra de Estados Unidos, actuando como si les importara combatir la discriminación racial pero al mismo tiempo vendiendo productos de entretenimiento que fomentan dicha discriminación porque vende más y, por ende, participando y alimentando el mismo sistema ideológico que dicen combatir. Por momentos, estas actitudes son profundamente evidentes, como cuando su agente le recomienda que adopte la persona de un delincuente para vender más; o los editores rechazan sus novelas por no ser lo «suficientemente negras» y dan a entender que son demasiado intelectuales para un autor afroamericano (y repito, estos son los que se definen como antirracistas). Uno de los elementos más interesantes de la película es el de dejar claro como el arte hecho por creadores negros solo es apreciado por estas élites culturales blancas y progresistas cuando se regodea de forma casi obscena en estos estereotipos, cuando les da una experiencia casi voyerista de los aspectos más sórdidos de estos grupos; en otras palabras, cuando perpetúa los mismos tópicos contra los que estos lectores se jactan de combatir.

Leyendo la película en un plano más alegórico, no es difícil observar la relación de poder que el film plantea. Monk, a pesar de su talento, está a expensas de una élite económica blanca (editores, agentes, jurados de premios, etc.) que le obligan a producir un determinado tipo de literatura con elementos racistas. El protagonista se revela contra este sistema a través de la única forma que un autor lo puede hacer: mediante la sátira. Esto solo puede entenderse como la película haciendo un comentario sobre sí misma frente a la propia industria cinematográfica, una industria que bajo una fachada progresista continúa fomentando determinados estereotipos raciales. Que se arroga a sí misma la responsabilidad de defender a determinadas minorías raciales y de decirles, de paso, qué es lo que deben pensar y consumir, porque en el fondo las ven demasiado inferiores como para hacerlo por sí mismas. Monk se enfrenta a este «racismo de rostro humano» y rápidamente se ve pagando las consecuencias por pensar o actuar libremente y no como a esas élites que se denominan antirracistas les beneficia y, por ende, consideran que ha de pensar y actuar en base al color de su piel.

Como todas las sátiras, American Fiction no es perfecta. Su drama familiar no pasa de lo convencional y el estilo de dirección y puesta en escena es tan invisible que termina cayendo en lo directamente olvidable; pero como todas las sátiras también, American Fiction, con su tono cáustico descarado, es tremendamente divertida de ver y funciona especialmente bien a la hora de incitar a la audiencia a la reflexión. Es posible que esta película termine siendo admirada precisamente por aquellos contra los que va dirigida, tal y como su final sugiere, pero eso no le quita ni un gramo de valor a la que es, sin duda, una de las películas más provocadoras del año.

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