Revista Cintilatio
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Cien flores (A Hundred Flowers) (2022) | Crítica

Y es tan corto el olvido
Cien flores, de Genki Kawamura
El japonés Genki Kawamura, debutando en el largometraje, ofrece una película sensible y delicada que trata la enfermedad de Alzheimer y sus implicaciones con esmero, permitiendo que sus personajes se expandan sin caer en simplificaciones ni estereotipos.
San Sebastián | Por David G. Miño x | 20 septiembre, 2022 | Tiempo de lectura: 4 minutos

Estaba en el pase de prensa del debut como director de Genki Kawamura —como productor y guionista tiene una dilatada e interesantísima carrera—, A Hundred Flowers, y no paraba de pensar que su propuesta tiene algo muy especial. Algo que suelo echar mucho de menos en otras películas que abordan la enfermedad, la demencia tipo Alzheimer en este caso en particular, y es que suelen centrarse completamente en la deriva de la propia dolencia y abandonan por completo el contexto: los enfermos no solamente padecen, sino que también «son». Son hijos, son madres, son hermanos, son nueras. Y además, son seres humanos, independientes y en absoluto reconocibles dentro de un patrón. Porque lo que sigue un patrón es la enfermedad. Y es así que con A Hundred Flowers no hacía más que recordar que, por comparación, El padre (Florian Zeller, 2020) es una película horrible. Allí, el personaje principal no era más que un salvoconducto para que el cineasta pudiera sacar a relucir un montón de escenarios agradables a la vista y, haciendo pasar al Alzheimer por una condición emocionalmente manipuladora hasta el extremo, incurría en la romantización del cuidador, en la estereotipación del enfermo, y en el tremendismo argumental. Aquí, todo lo que tiene que ver con la enfermedad está tratado con un gusto exquisito —mérito que comparte el propio Kawamura a la dirección con Sakura Seya en la mesa de edición—, y además localiza las particularidades individuales de la protagonista —maravillosa Mieko Harada, una actriz que trabajó, entre otros grandes nombres, con el maestro Akira Kurosawa— y la define en base a ellas, dándole un telón de fondo y no solamente una condición sobre la que definirse.

Nos hace recordar lo importante. No juzga, no se excede, no se queda corta. Simplemente se desarrolla sin miedo, pero siempre sensata.

Mieko Harada, en la captura rejuvenecida, ofrece una interpretación asombrosa.

A Hundred Flowers cuenta la historia de Yuriko Kasai e Izumi Kasai, una mujer a la que le diagnostican Alzheimer precoz y su hijo, un joven que recuerda lo que querría olvidar. La relación entre ambos, y el modo en que evita todo tipo de lugar común sobre el intercambio maternofilial habitual, es lo que va a generar el conflicto principal, pero de un modo en absoluto impostado y huyendo de todas las convenciones que puedan existir en el imaginario colectivo. De hecho, la película de Kawamura invita a abandonar todo atisbo de idea preconcebida y entregarse por completo a su propuesta de estilo. En el aspecto visual, y además de un uso del color absolutamente maravilloso, la comunión entre la imagen-poesía y la imagen-prosa resuena a través de la narrativa y la estructura, entremezclando la carga lírica con la pragmática sin resultar en ningún momento disonante. Y eso se nota a la hora de entregarse a la historia: no juzga, no se excede, no se queda corta. Simplemente se desarrolla sin miedo, pero siempre sensata.

Como decía, A Hundred Flowers es especial en muchos aspectos. Primero, porque enfoca la misericordia de un modo alternativo, no tanto por el salto cultural occidente-oriente como por la caracterización de sus personajes completamente alejada de lo estandarizado. Segundo, porque es capaz de exponer sus temas sin caer en la manipulación barata, mostrándose humana y cercana aún teniendo en cuenta que rodar la enfermedad es algo de por sí mismo potencialmente manipulador que hay que esquivar con mucho cuidado. Y tercero, porque los personajes no están tokenizados, sino representados en base a sus propias experiencias y contextualizados por lo ambiental e individual. Era Pablo Neruda el que decía aquello de que «es tan corto el amor, y es tan largo el olvido». Lo que no quiso dejar escrito el poeta chileno era que hay veces en las que el amor puede durar toda una vida, solamente para desvanecerse en lo que existe apenas un suspiro. En algo que, de tan corto, no es más que una broma absurda con la que no tenemos otro remedio que lidiar. Y Genki Kawamura y A Hundred Flowers nos hacen recordar lo importante. Lo incómodo. Lo humano.