Charlie Kaufman, de arriba a abajo
Las idas y venidas de un genio creativo
Consagrado como uno de los escritores más audaces del absurdo de la existencia contemporánea, Kaufman ha visto el fabuloso éxito del comienzo de su carrera como guionista empañado por sus controvertidas incursiones como director.
En algún punto durante el cambio de milenio, un guionista de mediana edad lidia con un fuerte bloqueo creativo tras ser encargado con la adaptación del libro El ladrón de orquídeas de Susan Orlean. Habiéndose quedado sin estrategias ni energías para la tarea, decide sin embargo escribir un guion sobre un guionista lidiando con un fuerte bloqueo creativo intentando adaptar El ladrón de orquídeas de Susan Orlean, y su conflictiva relación con su desenfadado y alegre gemelo Donald. El nombre del guionista, tanto el ficticio como el real, es Charlie Kaufman, y esta extraña cabriola creativa es uno de los gestos que ya entendemos como suyos: la habilidad de transformar los espacios más angustiosos de la existencia humanas en luminosas y entretenidas reflexiones en torno a lo que nos da miedo, nos agobia y nos entorpece en la vida.
Después de una pobre carrera como escritor para sitcoms durante los años noventa, un Kaufman al borde de la cuarentena empezaba a ver algunas de sus obras adaptadas a la gran pantalla. Primero vino Cómo ser John Malkovich (Spike Jonze, 1999) una extraordinaria comedia surrealista que captó la atención de la audiencia; y para el momento del estreno de Adaptation. El ladrón de orquídeas (Spike Jonze, 2002), su segunda colaboración con el director, Kaufman ya había visto otro de sus guiones adaptados en Human Nature (Michel Gondry, 2001) y ese mismo año el mismísmo George Clooney dirigía otro de sus guiones en Confesiones de una mente peligrosa (George Clooney, 2002).
En estas primeras adaptaciones, Kaufman ya deja claro la clase de humor y de franqueza que caracterizaba su idiosincrasia creativa. Aficionado a las espirales meta-narrativas como la de Adaptation y obsesionado con el surrealismo de la vida cotidiana, de alguna forma mágica Kaufman es capaz de atraer los altos vuelos de su imaginación de nuevo a la Tierra, asentando sus historias en una honestidad y una sincera fidelidad a su lado más humano. Sus personajes, lejos de ser perfectos, pecan habitualmente de vanidad y egoísmo, haciéndose más reales y susceptibles a nuestra empatía en la misma medida que se muestran, como nosotros, más vulnerables a la confusión y la ansiedad, acosados por el distorsionado escenario de la vida cotidiana con el que muchos somos capaces de identificarnos, por muy alocadas que sean los reflejos alucinados que dibuja el cineasta.
En esta primera etapa hay mejores y peores ejemplos (nuestros favoritas son las películas dirigidas por Spike Jonze), pero todos ellos son fantásticas ilustraciones del talento de Kaufman, y de su habilidad magistral para reunir en un relato coherente las más profundas disquisiciones sobre lo humano y las más ligeras bromas sobre lo absurdo de nuestra existencia. Cargado con una formidable maestría en la palabra, Kaufman transita de arriba a abajo y de abajo a arriba, de lo abismal a lo familiar, de lo extraordinario a lo vulgar, de lo intelectual a lo burdo, como un poeta de la existencia contemporánea con la formidable habilidad de reunir las parcelas más extremas y más habituales de nuestra existencia en una única historia coherente y comprensible.
Kaufman tiene una habilidad magistral para reunir en un relato coherente las más profundas disquisiciones sobre lo humano y las más ligeras bromas sobre lo absurdo de nuestra existencia.
Ya estaban todos los elementos dispuestos para el increíble éxito de Olvídate de mí (Michel Gondry, 2004), lo que catapultó a Kaufman a la fama y le valió el premio Óscar a mejor guion original. Y no cabe duda que la película, hoy considerada todo un clásico de la comedia romántica, es el pináculo de la potencia creativa del guionista neoyorquino, que logra con extremado cuidado y tremendo respeto por sus personajes y por su audiencia la extraordinaria doble tarea de construir un relato casi terrorífico de ciencia ficción y una historia enternecedora de dos amantes que se persiguen entre sus recuerdos y sus impulsos por borrarlos. Elaborada con sumo celo y cariño, la fragmentaria estructura narrativa de Olvídate de mí logra el siempre anhelado objetivo de los narradores experimentales como Kaufman: hilar un desorden cronológico que pasa por completo desapercibido.
En apenas cinco años, Kaufman había pasado de escritor proletario a estrella internacional, y después del merecido éxito de Olvídate de mí podía dedicarse a sus proyectos más personales, que él mismo tenía la libertar de dirigir, y eso ha sido básicamente lo que ha hecho desde entonces. Pero de forma similar a otro genio del guion como Aaron Sorkin, Kaufman no ha logrado convencer a todo el mundo en su salto a la dirección, y ha dejado a muchos preguntándose si su estilo cerebral y obsesivo no se beneficiaba del pragmatismo y la mejor visión de conjunto de directores como Jonze o Gondry.
Su primera incursión como director, Synecdoche, New York (2008), recupera sus obsesiones tradicionales con el proceso creativo, la depresión y los retorcidos laberintos de la meta-narrativa y, aún contando con un monumental Philip Seymour Hoffman, parece haber pedido el tono cómico y más ligero de sus trabajos anteriores. Punto de fuerte polémica entre los seguidores de Kaufman, Synecdoche, New York no falla precisamente por su valiente submarinismo en territorio tabú como la muerte, o su fantasiosa exacerbación de las fantasías más extremas de la megalomanía del creador, sino que de alguna forma es incapaz de bajar sus altos vuelos intelectuales a ese terreno de la franqueza, la humildad y la ternura a la que nos tenía acostumbrados. El filme no peca de falta de humor (faltaría más), sino de falta de humanidad; porque no es fácil recorrer el pedregoso camino de la existencia humana y sus absurdos sin reconocer que una estrategia natural del ser humano contra el absurdo es la risa. De tal forma que, por muy hundidos en la miseria que estén los personajes de Synecdoche, New York, es difícil empatizar con ellos y verlos como genuinos seres humanos y no como eso, meros personajes, racimos artificiosos de palabras rimbombantes.
Y aunque Anomalisa (Charlie Kaufman y Duke Johson, 2015) resulta mucho mejor contenida y cercana, aún un tanto depresiva pero sin duda sorprendente y muy humana, su reciente tropiezo con Estoy pensando en dejarlo (2020) nos hace tener menos confianza por el director. Incluso más polarizante que Synecdoche, New York, la reciente colaboración de Kaufman con Netflix resulta magistral para algunos y errática para otros, pero parece haber sacudido a pocos como lo hicieron algunos de sus anteriores trabajos, y sin duda nadie puede decir con sinceridad estar ilusionado por los próximos pasos del director-guionista. En todo caso, como ya dijimos en nuestra reseña de la película, poco nos importa lo que Charlie Kaufman siga haciendo, nada puede empañar el glorioso recuerdo de todo el cine que nos ha regalado.