Doom Eternal
Ni los diamantes ni las hipotecas: Doom sí que es para siempre

Doom Eternal es un juego solo apto para manos hábiles y mentes rápidas que, sin paños calientes, es una obra maestra del género de disparos en primera persona. Lo hemos jugado, lo hemos sufrido y te contamos por qué es tan bueno.

Doom debería estudiarse en las universidades. Primero, por ser uno de los regresos más sonados de la historia del videojuego. Segundo, por proponerse —y lograr— elevar el género del shooter a los altares más infernales. Y tercero, por tomarse lo suficientemente en serio como para cumplir sobradamente con los dos puntos anteriores pero también ser capaz de tirar de humor y autoparodia cuando quiere romper el hielo y restarle hierro al asunto. Pero como diría Doom Slayer el destripador, vamos por partes.

Doom Eternal es la secuela del Doom que ya pudimos paladear en las consolas de anterior generación en 2016 —aunque el juego se anunciara en 2008 y se hiciera de rogar lo que no está escrito—. La espera mereció la pena, las críticas de prensa y público fueron más que generosas y las ventas acompañaron. El espíritu del Doom Slayer parecía haber resucitado exitosamente y la premisa de pegar tiros de la manera más macarra y desenfadada posible (con permiso de Duke Nukem) había vuelto. Cuatro años después, la secuela era inevitable. Necesaria, qué demonios.

Los demonios han dejado la Tierra para entrar a vivir.

Los gráficos en Doom Eternal son obscenamente espectaculares, probablemente uno de los cenit de la historia del videojuego. Todo —y cuando decimos todo es todo— es sobresaliente y sobrecogedor. Creednos: son adjetivos apasionados pero más que sopesados. La sensación constante al recorrer los escenarios de Doom Eternal es la incredulidad, porque es de otro planeta que Id Software haya sido capaz de llevar a cabo tal tarea titánica. Ya no solo la calidad gráfica general, la apabullante iluminación o el número de personajes que aparecen de forma simultánea en pantalla, sino la atención al detalle en cada pasillo, cada textura. Cada gota de sangre.

Sobre todas las cosas, Doom Eternal destila mala leche. Y eso es algo que, en el reino de lo políticamente correcto, nos encanta y satisface enormemente.

Hemos empezado por el aspecto gráfico porque Doom Eternal entra indudablemente por los ojos, pero este es tan solo uno de los puntos fuertes de este título. Porque la jugabilidad, amigos, es a prueba de bombas. Servidor, que lleva unas décadas matando marcianitos, no había sido testigo en su vida de esta infernal coreografía jugable que, en manos lo suficientemente hábiles, será capaz de hacer realidad los sueños más húmedos de los amantes de los shooters y juegos de acción en general. 

La premisa de Doom Eternal es clara: si te quedas parado tres segundos estás muerto. Aquí no sirven las viejas tácticas de buscar un lugar alto para bombardear a los enemigos desde arriba o esconderte detrás de una columna para ir despachando demonios cómodamente. No. Qué va. En Eternal, y sobre todo a partir del tercer nivel, los oponentes no van a dejarte ni respirar. Tendrás que disparar rápido y pensar más rápido aún. Habrá que encadenar ejecuciones para obtener salud, usar la motosierra para recarga la munición, lanzallamas para conseguir puntos de armadura, realizar cambios de arma (entre las ocho disponibles) y utilizar los modos de disparo secundario y, por qué no, echar mano de una socorrida granada de fragmentación o de hielo. Y todo rodeado de monstruos cada vez más rápidos, fuertes y despiadados en general.

Una instantánea que ilustra a la perfección el nivel de frenesí y tensión en Doom Eternal.

No exageramos: Doom Eternal es uno de los juegos más exigentes para el jugador que hemos podido probar. Es cierto que la dificultad (incluso en los niveles más asequibles) puede ser una barrera insalvable para un gran número de jugadores. Pero también es verdad que la satisfacción a medida que vamos superando escaramuzas cada vez más sangrientamente y mejorando nuestro arsenal y habilidades del personaje es indescriptible. Doom te dejará sin aliento y te dará una palmadita en la espalda cuando menos te lo esperes para seguir adelante en un ejercicio de sadomasoquismo como pocos. Es cruel, sí, pero efectivo. La curva de dificultad es más que transitable siempre y cuando aprendamos los básicos de potenciar armas y explorar los escenarios un mínimo para obtener mejoras. Algunas serán esenciales para mantener el tipo ante determinadas batallas o jefes finales que requerirán mucho método y paciencia para ser eliminados. 

Hasta la historia funciona. Algo que podría ser accesorio en un juego de estas características está enriquecido y cuidado al máximo en forma de las típicas —pero eficaces— entradas de la enciclopedia del título. No vamos a destripar nada a los que jueguen a Doom Eternal siendo ajenos a la saga, pero la propia entidad del Doom Slayer tiene miga y un trasfondo crucial para la trama. No solo eso: la forma de desgranar el origen del protagonista está dosificada a la perfección y las píldoras de conocimiento acerca del universo Doom y los despreciables seres que lo habitan no podrían sentar mejor.

En imágenes, Doom Eternal es increíble. En movimiento, indescriptible.

Pero, sobre todas las cosas, Doom Eternal destila mala leche. Y eso es algo que, en el reino de lo políticamente correcto, nos encanta y satisface enormemente. No solo por lo obvio —los cubos de sangre y miembros amputados—, sino por la autoconsciencia divina del protagonista y la chulería innata. Memorable es la escena en la que, sin desvelar nada de la trama, arranca del cuello una acreditación a un ser humano que se postra ante nuestros pies sobrecogido por nuestra mera presencia. La visión en cámara subjetiva, elevada e imponente, potencia la altura (real y metafórica) del personaje y transmite una impagable sensación de poder sobre el resto de seres de Doom Eternal —estén vivos o muertos—.

Si hay un dato que explica lo que es Doom Eternal y lo resume a la perfección es el siguiente: a fecha de la redacción de este artículo, solo un 20,80% del total de jugadores del título consiguieron vencer a su —espectacular— jefe final. O lo que es lo mismo: casi un 80% se rindieron antes de tiempo a las oleadas demoníacas. No estamos seguros de si esto habla bien de Doom Eternal o no, pero sospechamos que los que nos encontramos en el club del 20% podemos sentirnos más que satisfechos.

Solo nos queda desearle una larga vida a la resucitada franquicia Doom y a su héroe protagonista, el temido Doom Slayer. Porque, aunque aún nos duelan los dedos, aunque todavía nos martilleen las sienes por la tensión. A pesar de los ibuprofenos, del crujimiento de nudillos, del colirio en los ojos. Con todo esto, la diversión y la adrenalina superan por mucho al dolor. Queremos más. Lo queremos pronto. Y lo queremos fuerte.


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