Alice Guy
Primitiva del cine silente
Nos hacemos eco de vida y obra de Alice Guy, cineasta primitiva francesa, con orígenes y amor por lo latino, que hoy y haciendo un esfuerzo de abstracción, nos cautiva de forma poderosa y sutil.
En su breve ensayo Alice Guy, en el centro del vacío hay otra fiesta, Juan Laborda Barceló reclama la memoria desvanecida como un fantasma de esta autora sin precedentes y a la que hay que contextualizar debidamente. Borrada de todo circuito comercial por la aún existente Gaumont y con una obra conocida de unos quince largometrajes —si bien los secretos de YouTube nos llevan a buscar y encontrar bastante más—, la finada protagonista fue recientemente objeto de estudio en dos libros de investigadoras universitarias que iremos mencionando conforme vaya llegando el momento. El título del ensayo de Laborda se explica como continuación del verso del poeta chileno Roberto Juarroz («En el centro de la fiesta está el vacío»), país del que fue oriunda la madre de Guy, y que implica la amargura de su ninguneo tanto en el país de los hermanos Lumière, como en el de Edison; en este último caso también debido a la obsesión de quién allí patentó el cine en forma de franquiciado comercial.
Inclasificable y outsider, la historia de su vida ahora pide reconocimiento desde la necesidad de memoria de su familia posterior; parece que al recorrer tanto el visionado como la lectura de este ensayo nos encontremos con el protagónico —esta vez femenino, como parece que lo fue en la realidad, por más que el pasado se tiña de sombras— de El libro de las ilusiones de Paul Auster. Si bien Laborda ordena sus películas más por temas o géneros que por año de producción, pedimos al lector indulgencia por haberlas ordenado cronológicamente, y digo esto porque supone por mi parte un intento no sé si vano de intentar averiguar dentro de las del mismo año, las que se hicieron antes y/o después. Pasamos pues a comentar brevemente nueve de sus muchos cortometrajes más conocidos.
El hada de las coles (1896)
Primera de las piezas más significativas de Alice Guy y poema visual cortísimo, destaca por su música sensacional de piano —hablamos de las dos versiones de YouTube—. No soy partidario de explicar poemas, pues su significado podría romperse en el vacío ante el visionado que a cualquier otra persona pudiera sugerir. Con una coreografía excelsa a la vez que excelente, la acción la sitúa Guy en un campo lleno de coliflores. Mirarla hoy en día podría suponer para muchos como escuchar un jingle o spot delicioso de los de la radio y la televisión de entonces.
La brevedad, la concisión y su imaginación desbordante, que entronca con ese realismo mágico final de su Falling Leaves, nos recuerda la importancia de que la madre chilena cruzase un charco que desgraciadamente no tuvo la repercusión del Viaje a la Luna de Méliès como se sabe, pero que muy bien podría alcanzar su calidad como pieza suelta, soñando de un tiempo a esta parte muchos y muchas en ser convertida en imagen en movimiento icónica y turística de su figura, por más que alguno simplemente la quisiese convertir en motivo extraño de GIF y me estoy refiriendo a gente que no sabe colocar el batiburrillo diario con el que atacamos y nos atacan en su debido contexto.
La salida de Arlequín y Pierrette (1900)
Por muchos es ya sabido el amor que por Italia o España tenía Guy, en este corto que parece tratado a posteriori no solo en cuanto al color, sino también en su banda sonora, dos mujeres deudoras de la tradición de la comedia del arte bailan y se preparan para el cortejo. Son fáciles de adivinar los porqués del ninguneo a esta película en concreto. Si en Las consecuencias del feminismo había crítica, aquí encontramos una exaltación de la homosexualidad en los movimientos que es a la vez timorata y atrevidísima. Una de las chicas es una arlequín, especie de payaso italiano proveniente del teatro más sesudo y no tanto del circo, como se pudiera llegar a pensar por el vestuario.
El hecho de que nos llegue coloreada nos lleva de nuevo a Méliès, y a tratar de adivinar qué fue primero, el huevo o la gallina. Se trata pues de otra más de las desapariciones que Gaumont fraguó en su contra, algo que Solax Company, posterior productora fundada por Alice y con la que llegó a trabajar en Estados Unidos —encontrándose con el gran enemigo de lo europeo, Edison— no hubiera permitido. El arlequín (o arlequina) instaura a la vez el principio teatral en las ficciones por ella rodadas, así como el concepto de cine silente, que acuñó y nunca negó en su propio cine. Un teatro que, como decimos, debe mucho a lo poético.
Las consecuencias del feminismo (1906)
Considerada por gran parte de las investigadoras consultadas (Alison McMahan o Alejandra Val Cubero entre otras) como uno de los primeros wésterns de la historia del cine, Juan Laborda destaca las concomitancias con el uso del saloon en El Dorado (1966) de Howard Hawks y la casa o salón en Guy, si bien también hay en este cortometraje de casi ocho minutos escenarios exteriores o que tal simulan; la directora nos sigue contando lo que podría ser una graciosa y elegante contra parábola donde las mujeres fuman y ponen los pies encima de la mesa, cortejan y se pelean por un hombre —que es en realidad y según el prototipo, la damisela en apuros—, mientras vemos a los hombres atendiendo en lo que podría ser una tienda de alta costura, trabajando en el tricotaje con pesadas máquinas como las de antaño, o llevando el carro de los bebés.
Esta última acción que hoy pudiera estar muy sobada por su uso y abuso, aquí se trata con sumo gusto. El fondo de crítica social entronca con el gusto de Ford, que elogió esta pequeña película, teniendo contrariamente a lo que pudiera parecer una mirada no tan reaccionaria como hoy también muchos le atribuyen. Dicho lo cual, el tono utilizado gracias también a la partitura que lo acompaña es algo vodevilesco, lo que sirve para hacernos ver un «¿qué pasaría si…?» que desde la comedia carga las tintas como bien ella sabe hacer.
Vida, nacimiento y muerte de Cristo (1906)
Aquí se nos muestra a una Guy primitiva que se adelanta a Pasolini antes que a las grandes producciones de Cecil B. DeMille de corte religioso tipo Los diez mandamientos. Tiene la peculiaridad de que su duración —treinta y tres minutos aproximadamente, pocos segundos más— coincide con la edad hasta que vivió Cristo. Abundan las escenas de masas, antecedidas de unos carteles que describen la acción o el momento a que se refiere. Tenemos aquí a una Guy mainstream para su época, en el sentido en que centra (salvo en algunos casos como el capítulo del huerto de los olivos, la última cena o la traición de Judas Iscariote) los episodios hacia lo festivo (Natividad y Pasión o Semana Santa).
Llama la atención en el momento de su muerte, cómo no aparecen los dos ladrones crucificados a izquierda y derecha, viendo sin embargo como mucha gente hace que cargue la cruz en la que morirá a cuestas, y cómo se simula una resurrección desclavándolo de esta. Los títulos visionados en inglés son sostenidos por tres ángeles femeninos marca de la autora, que sigue, como desde sus inicios marcando, su crítica al androcentrismo también en este tipo de producciones, que muestran a su vez un lado sensible por momentos en subcapítulos como el de «Domingo de Ramos», donde empezamos a ver no solo a un Jesús más crecido, sino a la borriquita que le lleva.
Una heroína de cuatro años (1907)
Inscrita a partir de un wéstern que huye de lo teatral, se juega aquí de manera prodigiosa y hasta fordiana (el propio cineasta cargaba también las tintas de maldad por exceso de testosterona en sus personajes masculinos muchas veces) con la idea de la hiperactividad en los niños que, cuando presencian alguna injusticia se rebelan más con la inteligencia, aunque también emocionalmente. El formato corto responde al esquema de planteamiento, nudo y desenlace, con coda gestual y la existencia de una música menos vodevilesca que en otras ocasiones.
La dirección de actores y actrices, así como la utilización de elementos no tan extradiegéticos —el tren—gracias a una idea del montaje también dentro de plano más elaborada, consiguen esa defensa de los niños como salvadores del mundo. Idea que a muchos igual parece demasiado inocente. Además, el hecho de que sea niña la protagonista, explicita el modo en el que colocaba en el centro de su mundo a la mujer. Existen ciertas deformaciones en el negativo, por las que parte de la información de algún encuadre no se ha podido conservar.
El piano irresistible (1907)
Se trata de una gamberrada «irresistible» que no ahonda esta vez en los estereotipos mencionados, y a la que se ha añadido música como cantada por Jerry Lewis. Pertenece al género musical, lo que hablando de cine silente pudiera llevarnos a contradicción. La anécdota podría resumirse en: «un pianista enloquecido hace bailar a todo el que pasa».
Inscrita dentro de sus cortometrajes de humor y horror, muchos de estos danzantes parecen querer imitar a zombis, aunque probablemente si no supiéramos este dato, la calificaríamos simplemente de delicioso divertimento. Todo el que pasa u oye la música queda de algún modo impregnado de ella, y esto se nota, aunque sufriéramos una sordera del cien por cien. Es curioso cómo los teóricos y aficionados a Guy consideran este primer filme estadounidense como una rareza. Nosotros, incapaces de meternos en la cabeza de la creadora, tenemos el poder de disfrutar como enanos ante este corto que inaugura una nueva y fructífera etapa dentro de la Solax Company.
Falling Leaves (1912)
Como ocurre con los textos fílmicos o ciertas novelas, en este caso el título es poco recomendable de ser traducido. Sus protagónicas son Trixie y Winifred. El corto abre en la consulta de un médico en la que entra una señora que agradece a su doctor por el trato recibido, dándose después golpes de pecho entre hombres por su gran labor. El filme cierra con dulzura un círculo con respecto a El hada de las coles. La obra de Guy aquí se muestra de nuevo mágica y poderosa en su alcance. Realizada en su ya propia productora, la ambientación y decorados son los propios de una casa sureña: existe cierta teatralidad, pero también un estilema argumental y es el de cuidar al cuidador, siempre considerando lo que dice la ciencia ante una enfermedad como prioridad.
El estudio de la ficción en Alice Guy la convierte en artista inclasificable, pues rompe moldes semióticos por todos lados. Algunos estudiosos o teóricos, por ejemplo, están más de acuerdo en considerarla cineasta literaria y en entroncarla con filmes como El asesinato del duque de Guisa, de André Calmettes y Charles Le Bargy, antes que con los documentales de los hermanos Lumière o con el cine de Porter o Griffith. Lo que menos gente sabe es que la homenajeada también cultivó el documental, y no de cualquier forma. Nos estamos refiriendo a ese Viaje por España al que seguramente recurrieron, entre otros, cineastas como Jean Vigo.
Algie, the Miner (1912)
En este nuevo wéstern, perteneciente hoy en día al fondo del British Museum y la Turner Classic Movies, se nos presenta dentro de un entorno lleno de peleas y testosterona a Algie, un vaquero y minero peculiar en su vestimenta —parece llevar el sombrero al revés— del que todo el mundo se ríe y apalea, pero con las cosas de comer no se juega.
Esta es la anécdota básica desde la que se cuenta una historia que ciertos sectores de la crítica actual han identificado con el espíritu del Brokeback Mountain (En terreno vedado) (2005) de Ang Lee. Cada vez más y sobre todo en este tipo de cuadros, Guy se centra en la acción, aunque los gestos y la manera en que se mueven los actores dentro de cuadro también son importantes. Solax Company vivió en este 1912 un año de hiperactividad y euforia creativa no necesariamente reconocida igualmente por todos.
A Fool and His Money (1912)
De nuevo Alice Guy nos sitúa en un lugar incómodo, esta vez con la minoría étnica de color. No traducimos el título porque bien pudiera tener connotaciones cuando menos irónicas. En esta película de diez minutos se nos cuentan las desavenencias con el núcleo familiar propio de un personaje que se pone loco de contento cuando hereda de su tío un dinero que piensa emplear en su boda. La madurez y sensibilidad hacia las minorías de todo tipo hacen aquí que Guy vuele incluso más alto como cineasta, sometiendo al espectador no solo a un ritmo trepidante de la acción, sino a conflictos morales que lo confrontan con su propia cosmovisión.
Advertimos que no es una película fácil de ver ni de comprender de primeras, y que se adelanta unos cuantos años a epopeyas mucho más majestuosas como Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor, Sam Wood, 1939). Fue la primera película rodada por su productora en Estados Unidos, y donde menos se nota su estancia anterior en Europa, que tal y como dijo Ortega y Gasset siempre fue aquel continente cuya virtud y principal defecto es que era viejo. Es además una película en que Guy planifica, pasando de los habituales planos generales a un plano medio, para volver a los primeros desde los que se describe con más pericia la acción.